Ese dilema frecuente
Pasa. Alguien habla y luego se reprocha haberlo hecho. O se calla y lamenta no haber dicho palabra. Saber que a los demás también les ocurre alivia bastante; el error parece más una de esas fallas propias de la especie que de esas faltas que nos distinguen.
Una de las funciones de la comunicación es mantener el contacto. La profesora Mabel Grillo la ejemplifica con ese llamado que alguien le hace a un amigo, hijo, padre para charlar un ratito, sin ánimo de cambiar el mundo ni mucho menos. Un episodio de la telecomedia
Seinfeld expone esta finalidad en un episodio en el que el protagonista revisa su buzón de mensajes y encuentra uno de George, su amigo desde el secundario, que dice:
"Hola, Jerry. No tengo nada para decirte. Chau".
Si los amigos se pueden catalogar en función de su interpretación de señales, entonces cabe afirmar que Jerry quiere a George más que Elaine, quien ni bien escucha
"soy George", elimina el texto grabado en el contestador.
Una situación común, dos respuestas muy diferentes.
La noción de una sociedad donde se va al demonio la privacidad, en la que un fulano muy poderoso nos tiene vigilados, dio origen a
1984, un libro de George Orwell que estimula reflexiones acerca de regímenes comunistas y democracias formales que, sin embargo, vulneran la privacidad. Es una obra profunda, con puntos de contacto con
La Vida de los Otros, brillante y triste película de un empleado del servicio de inteligencia de Alemania Oriental cuya función es espiar tanto como pueda lo que hagan personas que evitan vivir como muñequitos de torta bajo
un gobierno que prefiere las ovejas a los pastores.
La noción de alguien que quiere supervisar cada sonido e imagen de existencias ajenas también dio origen a
Gran Hermano.
Superado el mal momento por mencionar tamaño
monumento televisivo a la malsana curiosidad y la zoncera, cabe regresar a
1984.
"Eran solo unas cuantas palabras para animarlos, esas palabras que suelen decirse a las tropas en cualquier batalla, y que no es preciso entenderlas una por una, para animarlas en cualquier batalla sino que infunden confianza por el solo hecho de ser pronunciadas", se dice de un mensaje pronunciado por ese que todo lo vigila.
Son palabras que han de animarnos al contacto en aquellas circunstancias en las que lo hemos evitado.
Carlos Cocorda, estudiante del PEAM, plantea que a veces los padres adultos mayores se ponen contentos si los hijos van a tomar dos o tres mates, si dan señales de vida.
En efecto, hay casos en los que, aunque no nos comprendan plenamente, nuestros amigos y familiares nos necesitan diciendo algo, no callando.