
Ese anhelado momento
Por Martín Búfali
La
almohada fría. Y este pequeño espacio que se vuelve tan acogedor, tan
seguro, tan lleno de mí mismo y tan falto de todo alrededor. Envuelto en
las sábanas que combinan en texturas y colores con la cobija. Fríos
también mis pies, deslizándose como si al hacerlo el cansancio se tomara
un descanso. Yendo de derecha a izquierda para el dulce encuentro
entre el dedo y el borde del colchón. Y una vez más, repitiendo el
placer hacia el otro costado.
Otra almohada, pero de plumas, que se deja abrazar, que me envuelve y me asegura estar a salvo, en mi lugar, en ese espacio solo mío y tan lleno de afortunada soledad.
No hay miedos aquí dentro ni nadie que pueda romper con el ritual.
Mi respiración se vuelve suspiros, uno tras otro, y la pared a mi derecha cuida de mí. Me acerco y necesito palparla antes de cerrar los ojos, sentir que allí se encuentra, y que aquí estoy yo, entendiendo por qué me siento dichoso de tener al menos un solo momento de mi día conmigo mismo. Ese anhelado momento, en la previa de mi inconsciente y de los viajes de ficción que pienso hacer. Lo disfruto un par de veces y me decido a cerrar los ojos, sin antes olvidarme de dar vuelta la almohada, y así sentirla fría otra vez.
Otra almohada, pero de plumas, que se deja abrazar, que me envuelve y me asegura estar a salvo, en mi lugar, en ese espacio solo mío y tan lleno de afortunada soledad.
No hay miedos aquí dentro ni nadie que pueda romper con el ritual.
Mi respiración se vuelve suspiros, uno tras otro, y la pared a mi derecha cuida de mí. Me acerco y necesito palparla antes de cerrar los ojos, sentir que allí se encuentra, y que aquí estoy yo, entendiendo por qué me siento dichoso de tener al menos un solo momento de mi día conmigo mismo. Ese anhelado momento, en la previa de mi inconsciente y de los viajes de ficción que pienso hacer. Lo disfruto un par de veces y me decido a cerrar los ojos, sin antes olvidarme de dar vuelta la almohada, y así sentirla fría otra vez.