La respuesta a esta pregunta tiene mucho que ver con la evolución de la cultura argentina. Hasta hace menos de cincuenta años, Argentina era una sociedad mucho más religiosa y menos secularizada que hoy en día. Como la Iglesia Católica consideraba el divorcio y la homosexualidad pecados, aquellas personas que deseaban anular su matrimonio o expresar libremente su identidad sexual estaban más sujetas al prejuicio y al control social informal. Además, el divorcio y el matrimonio homosexual eran ilegales, es decir, también existía un control social formal basado en sanciones.
La gradual liberalización de los valores de la sociedad occidental puso a la
religión en un menos importante pero presente segundo plano y permitió la
sanción de la ley de divorcio, en 1987, y del matrimonio igualitario, en 2012.
Ya que, tanto en el sentido formal e informal, una parte del estigma que
rodeaba a estos temas desapareció, las familias reconstituidas (en la que al
menos uno de los miembros se ha divorciado/separado de su pareja anterior) y
las familias homosexuales son mucho más frecuentes porque sus miembros
obtuvieron la libertad de poder terminar una relación y expresar su sexualidad
sin temer tanto a la ley o a los vecinos como antes.
Por Ana Lucía Pereyra, estudiante de tercer año, Colegio San Ignacio