Una
vez más, las ilusiones que se me hicieron preciosas estatuas que
contemplé con regocijo se tornaron en colosos que se me vinieron encima,
me abrumaron y me movieron a buscar la salida desde fines de la semana
anterior.
Bastó que ella tomara conciencia de que mi trastorno
de ansiedad requiere de medicamentos -un remedio a la mañana, otro a la
noche- para que, lógicamente, sintiera temor y así brotaran los míos,
los que creía tener bajo mis suelas.
Desde entonces, empecé a
pensar en irme de este vínculo de tanta sinceridad y tanto entusiasmo
que se había ido gestando desde hace un mes. El jueves fue un día de mucho quehacer en la oficina a la mañana y el negocio a la tarde y la frustración se fue acumulando.
Cómo habrá sido que recién en la segunda mitad de la salida a correr
empecé a despojarme de los pensamientos, fijos en bemoles del colegio también.
Ese fue el contexto para que el jueves volviera a mostrarle a Tania mi catálogo de miedos y ansiedades como para que dijera "buscaré a uno menos complicado". Sin embargo, no lo hizo.
Ese fue el contexto para que el jueves volviera a mostrarle a Tania mi catálogo de miedos y ansiedades como para que dijera "buscaré a uno menos complicado". Sin embargo, no lo hizo.
El viernes por la mañana, la oficina sí
se pareció a un trabajo público del estereotipo y, con ese viento a
favor, chateamos ella desde su casa, yo desde prensa, con placidez y
visión de futuro. Sopló un poco de aire feo en nuestro diálogo a la
noche pues, una vez se cuela en mis análisis, el miedo obra como la
humedad en las paredes y gana espacios con la velocidad de Usain Bolt.
El
sábado, y a pesar de que ya me había dicho que no le gustaba, volví a
hablarle de mi ex novia Romina para ilustrarle cómo era yo. No lo hice a
propósito, tampoco hablé de intimidades -eso sería de muy mal gusto-,
pero ella se molestó. Desde luego, me sentí mal ante su enojo y le
remarqué que no había sido mi intención disgustarla sino graficar mi
forma de actuar en un noviazgo. De la misma forma en que hablaría de la oficina si tuviera que referir a mi experiencia como secretario, puesto a aludir a mi rol de novio, ¿cómo procedo para no
mencionar a mi exnovia? Le reconocí que comprendía su enfado y, de nuevo
con mi afán de ejemplificar, le conté que a mí también me irritaba un
poco cuando mis primeros clientes me hablaban de lo maravilloso que era Lucas, el anterior secretario.
Ella
se enojó, yo le dije que así más valía no seguir, discutimos un poco y
luego, una catarata de mensajes de ella repitiendo que a pesar de todo
me quería -textual suyo cuando le conté por primera vez mi listado de
temores, lindos de ver en una obra teatral como TOC TOC, incómodos de
tener a la par.
El domingo me desperté contento, suponiendo
que todo estaba listo. No. Más mensajes de ella, convencida de que
quería seguir conmigo.
Recuerdo que el sábado, en ese
intercalado de enojo y deseos de seguir, ella me avisó que estaba
dispuesta a ayudarme a vencer mis miedos porque yo era un buen tipo. Le
respondí que yo era una flor, pero rodeada de espinas. Réplica de Tania:
me pondré guantes.
Y así. No había argumento que la disuadiera.
Qué
curiosa es la vida y que irónico puede ser uno en sus reacciones. Me
pasé muchos años quejándome porque en líneas generales fui el tipo que
en boliche empezaba y terminaba solo, para que ya en la madurez
-biológica, al menos- venga una mujer y yo me empeñe en rechazarla.
Ahora, la vida me puede decir: "Flaco, no hay nada que te venga bien".
-La soledad -sería mi contestación.
Horas
atrás, en lo que espero haya sido la última conversación de dos horas,
por cierto muy distinta de las que me iluminaban una sonrisa delante del
monitor, la puse al tanto a Tania de un chat que, días antes de
conocerla, mantuve con un amigo. Este hombre, mayor que yo, sostenía que
la soledad era elección mía, no conjura de las mujeres ni del destino.
Le dije una expresión que fue premonitoria: "Lo que pasa, Claudio, es
que empezar un noviazgo sería para mí una revolución. Y las revoluciones
no surgen a menos que haya un marcado malestar. Y yo, solo, estoy
bien". Claro que no es lo mismo bien que excelente. Pero entre un
excelente que entrañe un universo que desconozco y al que le temo y un
bien al que me he adecuado, mi opción es conservadora.
¿Cómo me siento? Con el malestar de
un proyecto que no concluyó como inicialmente deseaba, con la
tranquilidad de no tener que volver a insistir en fundamentos para que
no sigamos chateando, lo cual es llamativo por cuanto parece el alivio
de sacarse de encima a un vendedor cargoso y no a una mujer hermosa.
Entre
los motivos que le presenté a Tania, todos reales, nada inventado, está
que a mí el contexto me vulnera duro -trastorno de ansiedad y baja
tolerancia a frustraciones, mediante- allí donde a otros los toca y
pasa.
Hago
méritos para que no se advierta ese malestar en mis trabajos. Pero cuando
salgo de algún trámite impositivo o de una mañana en la que las llamadas se cortan e Internet también, si voy de visita a lo de mis viejos se nota que estoy sin ánimo
de mejorar los ambientes y que hasta puedo ser como el mosquito que a
falta de dengue transmite bajón. Pues bien, Tania se hubiera transformado
en mis viejos. Esto le dije hoy. Ella continuó remando hasta que afirmó
que seguiría en su búsqueda de un sí, salvo que viera, como fue el
caso, que yo no quería permanecer en este vínculo.
Así las cosas, Mariela. Estoy bien, no contento, no radiante, pero bien.
Has tenido la primicia, lo cual es justo. Eres una buena amiga.
Abrazo y a dormir un rato.
De la carta de Adrián Ramírez a su confidente en un tema que lo movilizó y lo inmovilizó.