Distancias
"Es más fácil decir que hacer, sobre todo para un comunicador", se leía en el reverso de la tapa de la carpeta de Adrián Ramírez.
"Es más fácil analizar que decir, ya sea en relaciones familiares u otras. Quien no lo comprenda, por favor revise la cantidad de veces que se ha guardado palabras por miedo a causar dolor", era el segundo párrafo.
"Y aquella genial frase de que la habituación restringe las opciones es tan cierta que quienes se acostumbran a vivir solos a menudo encuentran incomodidad ahí donde otros primero identifican afecto.
Diversidad es una de las palabras largas de más difícil aprendizaje social. Mi tío Carlos se murió sin saber de este término; él hablaba de convivencia. Pensaba que no era complicada si uno se ponía en el lugar del otro para ver los defectos propios. El no era comunicador, aunque compartía con ellos unos cuantos sentimientos".
Un blog variopinto, con textos ligados a pensamientos, sensaciones, descripciones, narraciones, sentimientos, ocurrencias y reflexiones sobre temas periodísticos sin correr tras primicias. Miradas acerca de lo que nos pasa, lo que nos gustaría, lo que perdimos y lo que soñamos.
15/7/11
14/7/11
Penas desconocidas
Michael Jackson sufría. Un fuego que se deseaba artístico en una de sus presentaciones le provocó quemaduras en el pelo y flor de trauma. El video se conoció sólo después de su muerte. Lo mismo sucedió con su adicción a los analgésicos, derivada de aquel incidente.
Quienes han sentido dolores saben cuánto repercuten en las acciones, sonreir entre otras. Al que no está habituado a padecer le resulta difícil comprenderlos.
Algunas estrellas, que no son santos, suelen ocultar sus penas y, bajo presión de auspiciantes millonarios, hacen lo mismo con los motivos.
Entre tanto, los fanáticos consienten y los detractores condenan. Hasta que un día unos y otros se enteran del trasfondo de las rarezas del ídolo y se unen por un rato en la comprensiva evocación.
Michael Jackson sufría. Un fuego que se deseaba artístico en una de sus presentaciones le provocó quemaduras en el pelo y flor de trauma. El video se conoció sólo después de su muerte. Lo mismo sucedió con su adicción a los analgésicos, derivada de aquel incidente.
Quienes han sentido dolores saben cuánto repercuten en las acciones, sonreir entre otras. Al que no está habituado a padecer le resulta difícil comprenderlos.
Algunas estrellas, que no son santos, suelen ocultar sus penas y, bajo presión de auspiciantes millonarios, hacen lo mismo con los motivos.
Entre tanto, los fanáticos consienten y los detractores condenan. Hasta que un día unos y otros se enteran del trasfondo de las rarezas del ídolo y se unen por un rato en la comprensiva evocación.
6/7/11
Vi atajar a Cubito Cáceres
Salía del arco y ganaba. Sus reflejos evitaban goles. De acuerdo, a veces fallaba en los centros. Lo mismo les ocurría cada tanto al Loco Gatti y a Goycochea.
Medía menos de 1.80 y se las arreglaba para llegar aquí y allá, acaso por asumir que atajar es un verbo que se conjuga con todo el cuerpo. Por eso más de un delantero se quedó con las ganas al notar que las piernas de Walter Cáceres se imponían en los mano a mano.
Cómo no iba a escucharse "¡Cubito, Cubito!" cuando iba a ocupar el arco que da espaldas a la tribuna inaugurada la noche del 3-2 a Defensa y Justicia, por el Nacional B 2008/2009. Cómo no iba a ser uno de los queridos de la hinchada de Los Andes.
La tradición del club supo de grandes arqueros. Los adultos mayores evocan a Ciro Barbosa, El Loco Yonadis, Damiano -el que clausuró el arco según nota de El Gráfico alusiva al 1-0 sobre Brown por la segunda rueda de Primera B en 1983-, entre otros.
De los noventa sobresale Nilton Pardal, seguro y sobrio; a quienes escoltan Alcides Herrera (que en paz descanse), Manuel Serrano, Gastón Losa. El Abanderado Mayor fue Darío Sala, capaz de convertir una goleada ante Independiente Rivadavia de Mendoza en 0-0 y paso clave en el reducido que derivó en ascenso a Primera en 2000.
Cubito se fue de Los Andes porque algún día había que ver de nuevo en acción a Lucho Díaz, quien atajó no menos de 7 pelotas clave en el ida y vuelta con Chicago en la Promoción que condujo a los Mil Rayitas de nuevo al torneo superior del ascenso allá por 2008.
Walter Cáceres. Siete letras en su apellido, como Gracias. Seis en el nombre, cual Grande.
Salía del arco y ganaba. Sus reflejos evitaban goles. De acuerdo, a veces fallaba en los centros. Lo mismo les ocurría cada tanto al Loco Gatti y a Goycochea.
Medía menos de 1.80 y se las arreglaba para llegar aquí y allá, acaso por asumir que atajar es un verbo que se conjuga con todo el cuerpo. Por eso más de un delantero se quedó con las ganas al notar que las piernas de Walter Cáceres se imponían en los mano a mano.
Cómo no iba a escucharse "¡Cubito, Cubito!" cuando iba a ocupar el arco que da espaldas a la tribuna inaugurada la noche del 3-2 a Defensa y Justicia, por el Nacional B 2008/2009. Cómo no iba a ser uno de los queridos de la hinchada de Los Andes.
La tradición del club supo de grandes arqueros. Los adultos mayores evocan a Ciro Barbosa, El Loco Yonadis, Damiano -el que clausuró el arco según nota de El Gráfico alusiva al 1-0 sobre Brown por la segunda rueda de Primera B en 1983-, entre otros.
De los noventa sobresale Nilton Pardal, seguro y sobrio; a quienes escoltan Alcides Herrera (que en paz descanse), Manuel Serrano, Gastón Losa. El Abanderado Mayor fue Darío Sala, capaz de convertir una goleada ante Independiente Rivadavia de Mendoza en 0-0 y paso clave en el reducido que derivó en ascenso a Primera en 2000.
Cubito se fue de Los Andes porque algún día había que ver de nuevo en acción a Lucho Díaz, quien atajó no menos de 7 pelotas clave en el ida y vuelta con Chicago en la Promoción que condujo a los Mil Rayitas de nuevo al torneo superior del ascenso allá por 2008.
Walter Cáceres. Siete letras en su apellido, como Gracias. Seis en el nombre, cual Grande.
5/7/11
Receta feliz
Tenía razón Hamlet Lima Quintana cuando hablaba de gente que está ahí y por cierto es necesaria.
Adrián Ramírez estaba un poco bajoneado, como solía decir. Algunos de quienes lo trataban sostenían que le gustaba sentirse así. Su psicólogo tenía otro diagnóstico.
Nada nuevo, apenas una muestra más de la disparidad entre el sentido común de los que opinan rapidito y el conocimiento.
El joven se acordaba en este tipo de casos de un viejo hombre que creía que su sobrina se curaría del asma cuando se casara. No sólo siguió siendo asmática sino que las crisis se le acentuaron en las semanas previas al divorcio. Algo era cierto, sin embargo: en los tramos felices del matrimonio, el asma había dado un paso atrás.
Pareceres y certezas; dolores y alivios.
A Ramírez le tocaba sufrir de vez en cuando de lo que su terapeuta catalogaba como pensamientos intrusivos. Si se le ponía en la cabeza que estaba despeinado, no había foto instantánea, tacto ni comentarios favorables que lo disuadieran. El sabía que eran ideas locas que a veces lo gambeteaban -genial título de una nota del periodista Natalio Gorín en la revista El Gráfico-. También había aprendido a relativizarlas aunque, como todo aprendizaje, contemplaba altibajos y por eso en ocasiones le costaba aceptar la realidad de los hechos, más agradable que la de las ocurrencias que lo invadían.
Un día en que lo acosaba la supuesta responsabilidad sobre el accidente de las 11.43 por haber pensado el día antes que hacía mucho no chocaban un camión y una bicicleta, escuchó comentarios sobre él. Si bien trataba de no dejarse llevar por el qué dirán, lo que oyó fue persuasivo: lo elogiaban en aspectos en los que merecía referencias favorables.
Adrián Ramírez sonrió, se despejó, leyó las novedades del fútbol argentino y ocupó su mente en la deliciosa comida que tenía delante de sus ojos.
Tenía razón Hamlet Lima Quintana cuando hablaba de gente que está ahí y por cierto es necesaria.
Adrián Ramírez estaba un poco bajoneado, como solía decir. Algunos de quienes lo trataban sostenían que le gustaba sentirse así. Su psicólogo tenía otro diagnóstico.
Nada nuevo, apenas una muestra más de la disparidad entre el sentido común de los que opinan rapidito y el conocimiento.
El joven se acordaba en este tipo de casos de un viejo hombre que creía que su sobrina se curaría del asma cuando se casara. No sólo siguió siendo asmática sino que las crisis se le acentuaron en las semanas previas al divorcio. Algo era cierto, sin embargo: en los tramos felices del matrimonio, el asma había dado un paso atrás.
Pareceres y certezas; dolores y alivios.
A Ramírez le tocaba sufrir de vez en cuando de lo que su terapeuta catalogaba como pensamientos intrusivos. Si se le ponía en la cabeza que estaba despeinado, no había foto instantánea, tacto ni comentarios favorables que lo disuadieran. El sabía que eran ideas locas que a veces lo gambeteaban -genial título de una nota del periodista Natalio Gorín en la revista El Gráfico-. También había aprendido a relativizarlas aunque, como todo aprendizaje, contemplaba altibajos y por eso en ocasiones le costaba aceptar la realidad de los hechos, más agradable que la de las ocurrencias que lo invadían.
Un día en que lo acosaba la supuesta responsabilidad sobre el accidente de las 11.43 por haber pensado el día antes que hacía mucho no chocaban un camión y una bicicleta, escuchó comentarios sobre él. Si bien trataba de no dejarse llevar por el qué dirán, lo que oyó fue persuasivo: lo elogiaban en aspectos en los que merecía referencias favorables.
Adrián Ramírez sonrió, se despejó, leyó las novedades del fútbol argentino y ocupó su mente en la deliciosa comida que tenía delante de sus ojos.
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