Bella Gilda
Un
mafioso se queda con el 95 por ciento de los ingresos de una cantante.
Un marido afirma amar a su mujer, si bien le desestima su vocación
artística y cuando le sugiere un descanso en el jardín de infantes donde
trabaja es para que se ocupe de sus hijos y sus plantas. "Gilda, no me
arrepiento de este amor" ilustra lo que era para una mujer de los '90
salir de su casa en la Argentina y cuán limitado fue el alcance de la
asamblea del año 1813.
Por eso las miradas frustradas, pletóricas de
dicha y apagadas de Gilda en el tugurio del explotador que rige la
bailanta, sobre el escenario y en su hogar. De yapa: su madre bien
podría ser confundida con su suegra, tal el tono de sus comentarios.
La
película expone crudamente los inicios entre indiferencia y
desconfianza de diez, quince personas que no se entusiasman con una
mujer flaquita que sabe afinar en tiempos en los que bailanta implicaba
cuerpos -a quién le importaban las voces- como los de Lía Crucet y
Gladys la bomba tucumana.
El marido de Gilda, lejos de acompañarla a
cruzar pasillos oscuros y angostos, va cada tanto a espiarla, como si
ella necesitara que le aumentaran la inseguridad.
Aparte
la historia, impactan la caracterización y la actuación. Natalia Oreiro
convence en su rol de Gilda como lo hiciera en el papel de montonera en
Infancia clandestina. Javier Drolas (Toti Giménez) la acompaña cual
maestro bailantero que le pide no alargar vocales porque "esto es
cumbia" y le propone cantar con todo el cuerpo, lejos de la estatua
paralizada por el miedo del casting.
Arresto domiciliario
¿Vos
sabés lo que dicen mis padres, mis amigos?", le reprocha su esposo a
Gilda por cantar en la bailanta, uno de los varios ambientes donde hacer
evidente la destreza para la tarea central no importa tanto como
mostrar lindas piernas.
Antes de ponerse comprensivamente en sus
zapatos, justo es decir que el hombre era capaz de morar en la vivienda
con su esposa sin por ello conocerla ni respetarla en su vocación.
Como tantos, buscaba y encontraba razones para sujetar a Gilda en la casa, actitud en la que perseveró.
La fuerza del agua
Todavía
se explica el anegamiento de la calle Rioja diciendo que por ahí
circulaba el río Cuarto, capaz de perseverar contra planos y
edificaciones de años después.
"Gilda, no me arrepiento de este
amor" muestra a una niña que encuentra en su papá músico a un modelo de
rol. Así como en Los Fabulosos Baker Boys un día los hermanos abren una
botella recibida años antes, la maestra jardinera cuyos proyectos de
originalidad sabotea su madre y su sonrisa vulnera su marido abre un
estuche y vuelve a tocar la guitarra de su padre.
Entonces, la vocación y su vida coinciden. Los efectos son parecidos a los de las inundaciones en la calle Rioja.
Un blog variopinto, con textos ligados a pensamientos, sensaciones, descripciones, narraciones, sentimientos, ocurrencias y reflexiones sobre temas periodísticos sin correr tras primicias. Miradas acerca de lo que nos pasa, lo que nos gustaría, lo que perdimos y lo que soñamos.
16/10/16
3/10/16
Pensar es superfluo
Jaime Barylko sostiene en su libro "El miedo a los hijos" que a menudo, sin necesidad de guerra, se vive como soldado: se evita el discernimiento, se opta por acatar dictámenes.
Jorge Valdano coincide al plantear que hay futbolistas que procuran la aceptación del entrenador y desconsideran sus propios criterios.
Sobran ejemplos más allá de padres y jugadores. "Órdenes son órdenes" es una ley universal cuya desobediencia suele costar el desempleo, el desprestigio o el ostracismo.
"Duele ser distinto", decía el personaje de Sergio Renan que en la película "La tregua" encarnaba al homosexual amigo de uno de los hijos de Martín Santomé.
"Dejá de pensar", le ordena su marido a la profesora que, en "La historia oficial", decide indagar acerca de la identidad de la niña que un día le llegó a su casa y a la cual por años crió sin cuestionarse.
¿La libertad de expresión puede ser absoluta? La respuesta puede darse con un término de vieja existencia y reciente uso: si es así, entonces el bullying -sucesión de lesivas manifestaciones en detrimento de alguien- no tiene por qué ser sancionado; al cabo, es un ejercicio expresivo.
Con la libertad de expresión suele pasar lo que acontece con los denominados súperpoderes ejecutivos en algunas democracias. Lo que en una medida es saludable, en extremo se torna abusivo y, paradójicamente, monárquico.
Por doquier
Jaime Barylko sostiene en su libro "El miedo a los hijos" que a menudo, sin necesidad de guerra, se vive como soldado: se evita el discernimiento, se opta por acatar dictámenes.
Jorge Valdano coincide al plantear que hay futbolistas que procuran la aceptación del entrenador y desconsideran sus propios criterios.
Sobran ejemplos más allá de padres y jugadores. "Órdenes son órdenes" es una ley universal cuya desobediencia suele costar el desempleo, el desprestigio o el ostracismo.
"Duele ser distinto", decía el personaje de Sergio Renan que en la película "La tregua" encarnaba al homosexual amigo de uno de los hijos de Martín Santomé.
"Dejá de pensar", le ordena su marido a la profesora que, en "La historia oficial", decide indagar acerca de la identidad de la niña que un día le llegó a su casa y a la cual por años crió sin cuestionarse.
¿La libertad de expresión puede ser absoluta? La respuesta puede darse con un término de vieja existencia y reciente uso: si es así, entonces el bullying -sucesión de lesivas manifestaciones en detrimento de alguien- no tiene por qué ser sancionado; al cabo, es un ejercicio expresivo.
Con la libertad de expresión suele pasar lo que acontece con los denominados súperpoderes ejecutivos en algunas democracias. Lo que en una medida es saludable, en extremo se torna abusivo y, paradójicamente, monárquico.
Por doquier
¿Cuánto reflexiona quien detona una bomba en nombre de una divinidad? ¿Cuánto medita el que alimenta a su familia con chatarra televisiva nocturna y luego culpa a los docentes por los fracasos de su hijo?
En "El bueno, el malo y el feo", uno de los personajes afirma que quien dirige a una milicia debe tomar alcohol antes de decidir. Como frase de película de cowboys es genial. Como estrategia para la vida real...
A cuento de medios de difusión masiva, ¿es libertad de expresión mostrar sangre en el pavimento para referir a un accidente de tránsito? ¿Usar insultos en las columnas de opinión?
Libertad, atacado tesoro.
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