Jaime Barylko sostiene en su libro "El miedo a los hijos" que a menudo, sin necesidad de guerra, se vive como soldado: se evita el discernimiento, se opta por acatar dictámenes.
Jorge Valdano coincide al plantear que hay futbolistas que procuran la aceptación del entrenador y desconsideran sus propios criterios.
Sobran ejemplos más allá de padres y jugadores. "Órdenes son órdenes" es una ley universal cuya desobediencia suele costar el desempleo, el desprestigio o el ostracismo.
"Duele ser distinto", decía el personaje de Sergio Renan que en la película "La tregua" encarnaba al homosexual amigo de uno de los hijos de Martín Santomé.
"Dejá de pensar", le ordena su marido a la profesora que, en "La historia oficial", decide indagar acerca de la identidad de la niña que un día le llegó a su casa y a la cual por años crió sin cuestionarse.
¿La libertad de expresión puede ser absoluta? La respuesta puede darse con un término de vieja existencia y reciente uso: si es así, entonces el bullying -sucesión de lesivas manifestaciones en detrimento de alguien- no tiene por qué ser sancionado; al cabo, es un ejercicio expresivo.
Con la libertad de expresión suele pasar lo que acontece con los denominados súperpoderes ejecutivos en algunas democracias. Lo que en una medida es saludable, en extremo se torna abusivo y, paradójicamente, monárquico.
Por doquier
¿Cuánto reflexiona quien detona una bomba en nombre de una divinidad? ¿Cuánto medita el que alimenta a su familia con chatarra televisiva nocturna y luego culpa a los docentes por los fracasos de su hijo?
En "El bueno, el malo y el feo", uno de los personajes afirma que quien dirige a una milicia debe tomar alcohol antes de decidir. Como frase de película de cowboys es genial. Como estrategia para la vida real...
A cuento de medios de difusión masiva, ¿es libertad de expresión mostrar sangre en el pavimento para referir a un accidente de tránsito? ¿Usar insultos en las columnas de opinión?
Libertad, atacado tesoro.