Un tema imposible de gambetear en la escuela es educación formal. Entre las preguntas derivadas está para qué sirve la educación y por qué la gente pasa por la educación.
Estudiantes consultados de tercer año de un colegio riocuartense dieron sólidas respuestas espontáneas acerca de para qué van al colegio. Necesitaron más tiempo para contestar por qué van.
Es lógico en una sociedad utilitaria, en la que muchos tenemos nociones de la finalidad con la que ejecutamos acciones sin necesariamente saber por qué las hacemos.
Escribir y releer esto duele. También las inyecciones.
Es legítimo que un alumno vaya a la escuela para que no lo joroben sus padres. Al fin de cuentas, la gente no se hace colocar inyecciones porque le guste sino para sanarse. En otras palabras, hay sinsabores inevitables para seguir viviendo. Buena parte de los alumnos lo sabe. Por eso, a la corta o a la larga estudia.
¿Cómo hacer para que unos cuantos dejen de valorar la educación cual sinsabor? Pregunta del millón. Desde ya, es imposible que un estudiante disfrute del aprendizaje si el docente no disfruta de la enseñanza. Ningún niño toma la sopa si ve que su padre pone cara de asco ante el plato.
¿Es utópico pensar en adolescentes a los que cada una de las materias les interese no por sus consecuencias sino por su valor intrínseco? Sí, pero vale la pena.
Ejemplos de diferencias entre hechos para y hechos por.
-Quien sirve café a las visitas para que no se diga que le falta decoro es políticamente correcto, no hospitalario.
-Quien va a votar para evitar eventuales problemas es alguien que se cuida a sí mismo, no un buen ciudadano.
-¿A quién preferimos como pareja: a alguien que nos elige para evitar la soledad o a alguien que nos elige porque nos quiere?
Entre los cometidos de los docentes está el de convocar a los adolescentes a reflexionar por qué dicen lo que dicen, hacen lo que hacen y omiten lo que omiten. Amén.
Un blog variopinto, con textos ligados a pensamientos, sensaciones, descripciones, narraciones, sentimientos, ocurrencias y reflexiones sobre temas periodísticos sin correr tras primicias. Miradas acerca de lo que nos pasa, lo que nos gustaría, lo que perdimos y lo que soñamos.
17/12/09
3/12/09
Celulares y no macanas
Tecnologías y rituales
Por Marilú, estudiante del Programa Educativo de Adultos Mayores
Casa velatoria
¡Si hay algo que no me gusta es ir a las “casas mortuorias”! Si lo hago es por obligación.
Antes existían las “lloronas” –mujeres que concurrían al velatorio pagadas por la familia para hacer ver lo querida o querido que eran. ¡Apariencias!
Observaba de reojo a los deudos, cómo se miraban (algunos con rabia, pensando quién se quedaría con la herencia del difunto si éste era rico). El resto va a pasar el tiempo, haciendo relaciones públicas entre chismosos cuchicheos y de vez en cuando algún intelectual (que lo dudo). Es sabroso esto, ¿no?
Mientras el fiambre, ya frío, esperaba ser llevado a su última morada, de repente oigo fuerte un tango: “Siglo Veinte Cambalache”. ¡Qué apuro! Olvidé apagar mi celular y salí corriendo. Gracias a él pude alejarme de semejante hastío donde luego todo volvió a la normalidad.
Misas
¿Se acuerdan? Cuando antes para ir a misa nos bañábamos, nos acicalábamos con mucho esmero. Elegíamos con cuidado nuestras mejores ropas domingueras.
Y mientras el padrecito daba la misa de espaldas a los fieles –para colmo en latín, que no se entendía un cuerno-, relojeaba disimuladamente si veía entrar al joven que me gustaba y era tal la emoción que al darme vuelta se deslizaba suavemente por mi cabello la mantilla que lo cubría. Quedaba amontonada en mis hombros y suavemente la volvía a su lugar.
Dirigía mis pasos a la estatua de San Antonio para pedirle un novio, pero cuando me enteré de que San Antonio los da y los quita no volví a pedirle y lo dejé en manos de Dios porque, según nuestras abuelas decían, “casamiento y nostalgia del cielo bajan”.
De pronto me sentí como en el cielo y mis pies se movían al son de una suave música de Johan Strauss, Danubio Azul. ¡Oh, Dios mío! Era mi celular que me indicaba la hora de tomar mis pastillas. Me hizo volver a la época actual. Había viajado en el tiempo 53 años.
Por Marilú, estudiante del Programa Educativo de Adultos Mayores
Casa velatoria
¡Si hay algo que no me gusta es ir a las “casas mortuorias”! Si lo hago es por obligación.
Antes existían las “lloronas” –mujeres que concurrían al velatorio pagadas por la familia para hacer ver lo querida o querido que eran. ¡Apariencias!
Observaba de reojo a los deudos, cómo se miraban (algunos con rabia, pensando quién se quedaría con la herencia del difunto si éste era rico). El resto va a pasar el tiempo, haciendo relaciones públicas entre chismosos cuchicheos y de vez en cuando algún intelectual (que lo dudo). Es sabroso esto, ¿no?
Mientras el fiambre, ya frío, esperaba ser llevado a su última morada, de repente oigo fuerte un tango: “Siglo Veinte Cambalache”. ¡Qué apuro! Olvidé apagar mi celular y salí corriendo. Gracias a él pude alejarme de semejante hastío donde luego todo volvió a la normalidad.
Misas
¿Se acuerdan? Cuando antes para ir a misa nos bañábamos, nos acicalábamos con mucho esmero. Elegíamos con cuidado nuestras mejores ropas domingueras.
Y mientras el padrecito daba la misa de espaldas a los fieles –para colmo en latín, que no se entendía un cuerno-, relojeaba disimuladamente si veía entrar al joven que me gustaba y era tal la emoción que al darme vuelta se deslizaba suavemente por mi cabello la mantilla que lo cubría. Quedaba amontonada en mis hombros y suavemente la volvía a su lugar.
Dirigía mis pasos a la estatua de San Antonio para pedirle un novio, pero cuando me enteré de que San Antonio los da y los quita no volví a pedirle y lo dejé en manos de Dios porque, según nuestras abuelas decían, “casamiento y nostalgia del cielo bajan”.
De pronto me sentí como en el cielo y mis pies se movían al son de una suave música de Johan Strauss, Danubio Azul. ¡Oh, Dios mío! Era mi celular que me indicaba la hora de tomar mis pastillas. Me hizo volver a la época actual. Había viajado en el tiempo 53 años.
Un mal día
Estúpido laberinto
Se supo débil ante la situación. Odió saberlo. No por la información sino por sus implicaciones. El nuevo laberinto tenía un formato que lo sacaba de quicio no por su dificultad sino por su estupidez. Una cosa es sentirse encerrado desde el ingenio constructivo, que busca mejorar el intelecto del hombre al que se participa para jugar, y otra muy distinta es sentirse cercado por el capricho de quien considera que un laberinto es un castigo.
En fin, el primer día fue como se esperaba. Olas de insultos proferidos y callados. Fastidio y rabietas. Malditos sean los cambios, pensó y ratificó la noción de que cumplir obligaciones tiene sentido cuando lo tiene. En otros casos, apenas hace evidente la disparidad de poder entre quien puede trazar laberintos absurdos, improductivos, y quien debe aceptar que el reparto de autoridad no siempre es consonante con el de cordura.
Se supo débil ante la situación. Odió saberlo. No por la información sino por sus implicaciones. El nuevo laberinto tenía un formato que lo sacaba de quicio no por su dificultad sino por su estupidez. Una cosa es sentirse encerrado desde el ingenio constructivo, que busca mejorar el intelecto del hombre al que se participa para jugar, y otra muy distinta es sentirse cercado por el capricho de quien considera que un laberinto es un castigo.
En fin, el primer día fue como se esperaba. Olas de insultos proferidos y callados. Fastidio y rabietas. Malditos sean los cambios, pensó y ratificó la noción de que cumplir obligaciones tiene sentido cuando lo tiene. En otros casos, apenas hace evidente la disparidad de poder entre quien puede trazar laberintos absurdos, improductivos, y quien debe aceptar que el reparto de autoridad no siempre es consonante con el de cordura.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)