¿Qué está pasando?
Alguien que habitó la Casa de Gran Hermano pretende acercarse al precandidato presidencial Sergio Massa. Entendible. La fama malacostumbra y no cualquiera prefiere reanudar estudios universitarios y otros esfuerzos teniendo disponibles una pantalla y un famoso.
Es de esperar que el referente principal del Frente Renovador no caiga en la tentación de canjear rating por ideas, superficie por fondo. Con Jesica Cirio alcanza y sobra.
¿Será esto lo que soñaron quienes marcharon y dieron su vida por el regreso de la democracia?
Stephen Moore sostiene que la socialización política es el aprendizaje que los ciudadanos hacen respecto de la administración del Estado. Al paso que vamos, no sería extraño que un estudiante de Formación Etica y Ciudadana consultara a su docente si para ser presidente, gobernador o intendente hay que mostrarse con una mujer de curvas pronunciadas.
No es cuestión de extrañar épocas como las de Abraham Lincoln, cuyos discursos duraban hasta cuatro horas, según lo evoca Zygmunt Bauman. Pero de aquello a esto de exhibir cuerpos y responder con el manual de las frases pegadizas hay una distancia demasiado grande, de las que deterioran la confianza en los gobiernos elegidos por el pueblo.
Alguien que habitó la Casa de Gran Hermano pretende acercarse al precandidato presidencial Sergio Massa. Entendible. La fama malacostumbra y no cualquiera prefiere reanudar estudios universitarios y otros esfuerzos teniendo disponibles una pantalla y un famoso.
Es de esperar que el referente principal del Frente Renovador no caiga en la tentación de canjear rating por ideas, superficie por fondo. Con Jesica Cirio alcanza y sobra.
¿Será esto lo que soñaron quienes marcharon y dieron su vida por el regreso de la democracia?
Stephen Moore sostiene que la socialización política es el aprendizaje que los ciudadanos hacen respecto de la administración del Estado. Al paso que vamos, no sería extraño que un estudiante de Formación Etica y Ciudadana consultara a su docente si para ser presidente, gobernador o intendente hay que mostrarse con una mujer de curvas pronunciadas.
No es cuestión de extrañar épocas como las de Abraham Lincoln, cuyos discursos duraban hasta cuatro horas, según lo evoca Zygmunt Bauman. Pero de aquello a esto de exhibir cuerpos y responder con el manual de las frases pegadizas hay una distancia demasiado grande, de las que deterioran la confianza en los gobiernos elegidos por el pueblo.