31/7/18

Elogios poco creíbles
Los homenajes y el periodismo se miran y no se tocan.
Por lo común, los primeros cortajean la verdad que busca aquél cuyo compromiso es con la información.
Los tributos tienden a construir una identidad tipo curriculum en la que aparecen logros y se omiten papelones. Sus referidos son hombres y mujeres sin miserias aparentes más cercanos a los buenos de las fábulas infantiles que a sus existencias reales.
Lucen maravillosos en la noche de los relatos aunque a la luz del día se les vea tantas manchas como al delantal de un carnicero.
Por convención, se asume que en los homenajes se exponga solo el lado enaltecedor y -a lo sumo- se haga un vuelo rasante por las falencias del agasajado.
Medias verdades, realidad fraccionada... Discutible, es lo que hay en contextos que celebran a alguien. Ejemplo: es de mal tono recordarle a alguien lo mezquino que es justo el día de su cumpleaños.
Como pasa con unos cuantos patrones culturales, se acepta que la fantasía y lo que de veras sucede se entremezclen. Tal cual enseñaba la clarísima profesora Adriana Rizzo, todos sabemos que no hay conexión directa entre una fragancia y el éxito con la mujer soñada, pese a lo cual las publicidades de perfume masculino siempre incluyen una conquista.
Sabemos que los golpes que liga Sylvester Stallone en Rocky son indoloros, no obstante lo cual nos impactan en el cine.
Lo perjudicial es el homenaje en boca de un periodista. Entonces, como lo plasma Alejandro Dolina en su texto Licor del error, emergen confusiones, algunas muy peligrosas.
Días atrás, en un bloque llamado "Los grandes del deporte", de la Cadena 3, se dijo que Hugo Gatti fue junto a Ubaldo Fillol el arquero que más penales había atajado en el fútbol argentino. Cierto. Como también lo es que su porcentaje de tiros parados fue bajísimo dado que, según lo confesó en la revista mensual Súper Fútbol en 1988, "no siento amor" para atajar un penal. El valor relativo es clave para determinar si Gatti era bueno o malo frente a los remates desde los doce pasos. Contener 12 de 150 no es igual que 12 de 24.
El mismo reportaje, de audios y locuciones excelentes, plantea que Gatti fue fiel a sí mismo. El asunto es cuál era el objeto de su fidelidad: se puede ser leal a la generosidad o al sálvese quién pueda. 
El Loco no era, precisamente, de prorratear sus jugosos contratos con los jugadores pobres en tiempos de crisis. En el último partido que disputó en Boca (derrota 0-1 ante Armenio, 1988) ratificó su sólido vínculo con su ego y la fragilidad de su unión con los compañeros. Maximiliano Cincunegui le convirtió un gol de los considerados tontos y Gatti optó por justificarse señalando que él tuvo que salir a cubrir un error de la defensa.
¿Corresponde omitir esto? En la feria de la memoria manipulada -perdón, Paul Ricoeur, si la noción está mal usada- no existe un relato periodístico acerca de los protagonistas sino un cuento para niños donde los buenos son solo buenos y no hay malos, como hace el aya Quique Wolff en su programa Simplemente Fútbol.
En las gacetillas de las instituciones, también pasa esto. Si el municipio le entrega una medalla a alguien por sus 40 años en la entidad, seguro que no dirá "vino cuatro décadas, trabajó dos y media".
Quizás lo peor sea cuando se ocultan datos desde el periodismo que declama lavarse con el agua de la valentía para informar. Y cuando en vez de enfocarse en un exarquero los grandes medios periodísticos se ocupan de un dirigente político actual. Cada medio elige a quién mirar con un solo ojo.