Fútbol y victorias
Por los ríspidos senderos de la memoria
De qué hay recuerdo, de quién es la memoria y cómo se recuerda son preguntas que sugiere Paul Ricoeur. Sirven para aproximarse al pasado con un margen más pequeño de error y, con bastante suerte, a la verdad.
Los triunfos en copas Libertadores y mundiales son evocados a menudo en la Argentina, como es razonable dado el poderío del fútbol en nuestra cultura.
Según quién los cuente, son hazañas, páginas gloriosas o fruto de artimañas. Con el tiempo y testimonios que -cual documentos desclasificados- asoman más de veinte años después, varían las formas en las cuales se memora lo ocurrido.
Para el hincha, en particular si es fanático, el triunfo clausura discusiones. En la tierra donde ha crecido profusamente la idea de que el segundo es el primero de los perdedores, la victoria se lee como sinónimo de legitimidad.
Si toca derrota, el mismo hincha sabe encontrar naipes en sus mangas; la culpa es del árbitro, de los organizadores del torneo, de algún soborno, de la mala suerte, etc. Decir por qué se perdió importa tanto o más que saber las verdaderas causas, lo que reduce las chances de crecimiento.
Quien protagoniza el éxito rechaza cualquier mancha a su logro, sea pues no la hay o porque su quehacer lo convence de que todo ha sido limpio.
Le toca al periodista distinguir a Ben Johnson de Carl Lewis, a quien cruza la meta primero ya que se dopó de quien es el genuino vencedor.
La misión es ardua; en palabras de Alejandro Dolina, quien persigue cabalmente la construcción noticiosa suele obrar como un "refutador de leyendas" que tan bien sientan a los inmortalizados en el historial deportivo y a aquellos que los idolatran.
En 2017, Leonardo Farinella, director de diario Olé, hincha de River, panelista de Estudio Fútbol, habló suspicaz del despliegue del lateral derecho Vicente Pernía en el 2-0 con que Boca superó a Independiente y clasificó a la final de la Libertadores de 1979.
La respuesta llegó el 27 de junio del mismo año, en el programa televisivo partidario Pintado de Azul y Oro.
Roberto Rogel y Jorge Benítez, compañeros de Pernía, sostuvieron que su capacidad atlética en los partidos era consecuencia de su sacrificio en cada entrenamiento. "La punta del plantel la llevábamos El Tano y yo", apuntó Rogel en cuanto a quiénes lideraban la fajina. "Era imposible alcanzarlo al Tano como laburaba", recordó Benítez.
Pernía, como tantos, asociaba derrota y frustración. Luego, se preparaba con todo para la victoria. Se alimentaba sanamente, se fastidiaba con los compañeros que trasnochaban y también con aquél que, como El Chino Benítez, "no se daba vitaminas porque le tenía miedo a la aguja".
Respecto de las supuestas vitaminas inyectables, Juan Simón, campeón con Argentina del mundial juvenil de 1979, confesó en la revista El Gráfico en julio de 2013 que "eran jeringazos en el vestuario. Te decían que eran vitaminas pero eran otras cosas". En octubre de 2017, Carlos Randazzo, compañero de Pernía en Boca, le contó al mismo medio que las inyecciones eran "anfetaminas. Las usaban todos los planteles".
El delantero de pelo ensortijado expuso que "era una elección de cada uno, había algunos jugadores que no tocaban nada" y que había un efecto contagio entre los clubes: "Era 'si el de enfrente tiene una ayuda, vamos nosotros también'. Por algo en esa época se implementó el control antidoping".
Pernía sostiene que su portentoso rendimiento se basaba en triple turno de trabajo diario en las pretemporadas xeneizes a las órdenes del profesor Jorge Castelli y añade en una de sus cien respuestas a Diego Borinsky en El Gráfico de septiembre de 2010: "De haber habido control antidoping, las copas Libertadores (1977 y 1978) que ganamos las hubiéramos ganado aún más fácil".
A su juicio, no es Boca el que debe sufrir el manto de sospecha. A cuarenta años de la serie amistosa del seleccionado argentino preparatoria para el mundial '78, Pernía acusa en Pintado de Azul y Oro 2017: "En el vestuario visitante de Boca, creo que fue con Inglaterra el primer partido, me ofrecieron algo y dije 'no'. Me dijeron: 'Tano, esto es un plus, tenemos que tirar todos juntos'". No aceptó.
Otro que vio lo que juzgó reprobable fue José Velasquez, uno de los derrotados en el 6-0 de Argentina a Perú. En el documental "Mundial 78. Verdad o mentira", manifiesta haberle consultado a un futbolista albiceleste: "¿Ustedes jugaron dopados en el Mundial?".
-¿Qué querés, tú sabes la guita que habia? -fue la contestación. Velasquez acota que su par argentino le "dio a entender que era una exigencia, que si no lo hacían no jugaban" ya que "necesitabn campeonar sí o sí".
En la misma obra audiovisual de Christian Remoli ofrece su testimonio el campeón '78 Oscar Ortiz, quien contempla que en un mundial "hay dinero y hay drogas, por lo tanto hay doping y hay soborno".
Es la mirada al pasado de Ortiz, quien para Pernía era "un delantero muy difícil de marcar y honesto como pocos". Alguien que, en el River de 1981 era prácticamente un paria por marcarle errores de conducción a Ángel Labruna. Alguien que, según se ve, tiene al hablar la misma guapeza que al enfrentar a recios zagueros y acomodaticios compañeros.