A veces freno
Por Martín Búfali
Sí, así es. A veces freno.
Y
de repente me convierto en una película argentina. Apenas abierta la
ventana, degusto un cigarrillo de esos que al apretujar la cápsula que
contiene el filtro, se convierte en un episodio rodado en una plantación
de menta; disímil y profundo. Evalúo cómo de modo lento -cual nube
formándose en el cielo– se esparce el humo perdiéndose en la opacidad
de la noche. No pienso en nada, o eso intento; quizá eso parece. En ese
mismo instante
un millón de pensamientos se apoderan del momento, pero no están ahí,
son de esos que van quedando detrás de una y otra corteza mental. Vuelvo
en mí, fueron apenas unos segundos; aun así me despojaron por un
santiamén de las situaciones estresantes de la cotidianeidad.
Hay días en los que viajo más allá del universo, sin la menor necesidad de estupefacientes ni otras yerbas. Tan sólo con el resoplar de un viento y lo fresco de su brisa en las orejas, o con el enfoque visual a una luna que apenas deja observarse entre las chapas del techo corredizo de mi patio.
Casi como una locomotora que detiene su andar al toparse con un peatón que se ha entrometido en la vía; que puede demorar y hacer trizas al deambulante invocando que su bufido impida la catástrofe, o simplemente puede como yo, a veces frenar.
Sí, es así. A veces freno.
Hay días en los que viajo más allá del universo, sin la menor necesidad de estupefacientes ni otras yerbas. Tan sólo con el resoplar de un viento y lo fresco de su brisa en las orejas, o con el enfoque visual a una luna que apenas deja observarse entre las chapas del techo corredizo de mi patio.
Casi como una locomotora que detiene su andar al toparse con un peatón que se ha entrometido en la vía; que puede demorar y hacer trizas al deambulante invocando que su bufido impida la catástrofe, o simplemente puede como yo, a veces frenar.
Sí, es así. A veces freno.