15/9/18

Clásico barrial, combate y amor
"Viva Perón que regalaba ropa y la p...".
El Mono estaba algo borracho, pese a lo cual se las arreglaba para contestar razonablemente a quien lo invitaba a irse de la cancha: "No sé cómo hice para entrar y vos me pedís que encuentre la salida".
Pocas emociones en el primer tiempo entre Municipal y Alberdi en 1986, salvo el animado diálogo del Mono, quien en 1997, cuando el 2-1 de Boca sobre River, gritó el gol de Martín Palermo en el club El Sol más o menos parecido a como estaba en la cancha de La M: "¡Gol, gol, gol, tengo ganas de llorar!", con la voz entrecortada no solo por la emoción.
Segundo tiempo del clásico de los pobres en Río Cuarto. El frío se nota, por bastante que repare el paredón de la cancha de bochas. Mientras Santos Laciar está haciendo el calentamiento previo a su combate con el mexicano Gilberto Román, Municipal mete un gol.
Falta poco para que termine el partido y, aunque queda en el bolsillo uno y medio de los cuatro turrones, el ánimo no está para golosinas.
Se acerca el final. Nuevo avance. Vamos, vamos, vamos Alberdi que se puede. ¡Gooooooool! Un grito que calienta la garganta mientras el alambrado es ese viejo amigo del que uno se cuelga en momentos inolvidables.
Uno a uno.
En casa, el amor de madre derrota a su desinterés por el fútbol y escucha con atención la síntesis del empate agónico. Mate, café con leche y masitas en la mesa, testigo silenciosa de comidas atragantadas y de otras sabrosamente gozadas a la vuelta de la cancha. La pelea de Laciar por el título mundial está por comenzar.
Pena y regocijo
-Ya vas a ir a la carnicería a pedir marucha por marotilla. ¡Cogote te voy a dar! ¡No salís vivo. Y mirá que cuando yo promete cumplo!
El hincha estaba furioso y repitió la amenaza varias veces, hasta que el árbitro asistente se cansó o imaginó que del dicho al hecho esa vez no habría largo trecho y pidió la intervención policial.
Para cuando llegaron los efectivos a la tribuna vieja de Estudiantes, el buscado no estaba.
El partido terminó 3 a 1 y fue uno de los tantos en los que el poderoso vencía y el derrotado sentía que la justicia se había sacado la venda de los ojos.
Quisieron los resultados ajenos que Alberdi siguiera con chances de entrar en el torneo Interligas que habría de comenzar antes de fin de año. Todo era cuestión de ganarle a Atenas un desempate entresemana que se disputó en la misma cancha de Estudiantes donde Alberdi había vivido su sábado triste.
Como corresponde al fútbol, el destino no pintó con pincel sino a los brochazos. La hinchada mercedaria volvió a la misma tribuna Oeste de la amarga tarde del sábado previo; la de Atenas, a la que da espaldas a la avenida España.
Paridad y pierna fuerte, razonable para una clasificación que se dirime a partido único. Lastimado, un jugador de Atenas sale para que lo atienda un asistente. "¿Te sale mucha sangre, mamita?", pregunta retóricamente un hincha.
¡Gol de Alberdi! ¡Gol, gol, gol de Alberdi! ¡Gol de Alberdi!
El viejo sabio y su hijo se abrazan como otros hinchas. El fútbol vuelve a dar revancha y la luna brilla albiceleste una imborrable noche de 1987.

8/9/18

Un sábado de invierno
La cantidad de gente que había esa tarde...
Convocadas por la esperanza, miles de personas resolvieron que la dicha y la pasión le ganan 2-1 al frío y fueron.
Florida lucía como siempre antes de las 9 un sábado: vacía, más ancha que en las horas pico.
Atrás habían quedado el regreso a casa, la ducha para convencerse de que el viernes no había sido largo pese a haber terminado a las 9 de la noche y la caminata rumbo a la terminal de ómnibus para salir a las 22.30.
Norah Jones canta que sale el sol y la noche deja de ser tal.
Buenos Aires espera soleada, invernal y con la sorpresa de otro riocuartense, en un café de Corrientes y San Martín, que fue a un encuentro de coleccionistas de estampillas.
Se hace la hora de tomar el Roca. Siete estaciones después, el tren para en Lomas de Zamora. El reloj no se detiene; quedan 20 minutos para recorrer 22 cuadras hacia el estadio Eduardo Gallardón o varias menos y confiar en que pase el colectivo 542.
El control de acceso corta la entrada a los tres minutos de juego y diez pasos más adelante, a la altura del banderín del córner, levantar la mirada es ver hinchas y más hinchas.
El primer tiempo se va como los textos escritos en la ventanilla humedecida de un ómnibus.
Charla con Pablo, confianza en el triunfo que por primera vez en la temporada sacaría a Los Andes de la zona de descenso directo y la promoción, y comienzo del complemento.
El partido no levanta temperatura. En la tribuna Horacio Palacios, un muchacho se cae de un paraavalanchas, se lastima la pierna derecha y la ambulancia se lo lleva.
A dos minutos del final, triangulación por izquierda, centro atrás y gol de Olimpo de Bahía Blanca, que llevaba 14 encuentros sin victorias. El cielo de la cancha se cubre de una sensación parecida a la de Ladislao Gutiérrez cuando escucha "¡Padre Ladislao!" y se sabe descubierto en el poblado donde se refugia junto a Camila O' Gorman.
Se estrella la ilusión del escape a la felicidad, de la salida del descenso.
El invierno acompaña puntualmente, oscurece temprano y un par de hinchas discuten feo.
Regreso a la estación, tren a Buenos Aires y tiempo para caminar por la bella Avenida de Mayo, iluminada con sus farolas coloniales y las lámparas amarillas del Bar Iberia.
Retiro, retorno, recuerdos de un sábado Mil Rayitas, con la misma dulce voz de fondo.
Entre sus bestialidades, el fútbol sigue siendo una saludable escuela que enseña a seguir queriendo, a hacerle caso a Almafuerte, a levantarse de las derrotas, como lamentablemente lo hizo Olimpo hace algo más de nueve años.

3/9/18

Generoso León
La grandeza es mil veces más fácil de admirar que de imitar.
En el suplemento deportivo de La Nación de hoy, a cuento del programa "Entrenadores" (emitido por DeporTV), el técnico de básquetbol Sergio Hernández recuerda a su colega León Najnudel, capaz de suministrar información a sus rivales para verse en la necesidad de acentuar su autosuperación.
Señala Hernández que "en la década del '90, León te traía los videos, los VHS, de los últimos partidos de su equipo. Y vos le decías: '¿qué es esto, León?'. 'Para que veas cómo jugamos', te contestaba. Él te daba una herramienta para que intentes ganarle. ¿Por qué? Así todos nos terminaríamos potenciando. Porque si podíamos ganarle, eso lo iba a obligar a ser mejor incluso a él".