Un sábado de invierno
La cantidad de gente que había esa tarde...
Convocadas por la esperanza, miles de personas resolvieron que la dicha y la pasión le ganan 2-1 al frío y fueron.
Florida lucía como siempre antes de las 9 un sábado: vacía, más ancha que en las horas pico.
Atrás habían quedado el regreso a casa, la ducha para convencerse de que el viernes no había sido largo pese a haber terminado a las 9 de la noche y la caminata rumbo a la terminal de ómnibus para salir a las 22.30.
Norah Jones canta que sale el sol y la noche deja de ser tal.
Buenos Aires espera soleada, invernal y con la sorpresa de otro riocuartense, en un café de Corrientes y San Martín, que fue a un encuentro de coleccionistas de estampillas.
Se hace la hora de tomar el Roca. Siete estaciones después, el tren para en Lomas de Zamora. El reloj no se detiene; quedan 20 minutos para recorrer 22 cuadras hacia el estadio Eduardo Gallardón o varias menos y confiar en que pase el colectivo 542.
El control de acceso corta la entrada a los tres minutos de juego y diez pasos más adelante, a la altura del banderín del córner, levantar la mirada es ver hinchas y más hinchas.
El primer tiempo se va como los textos escritos en la ventanilla humedecida de un ómnibus.
Charla con Pablo, confianza en el triunfo que por primera vez en la temporada sacaría a Los Andes de la zona de descenso directo y la promoción, y comienzo del complemento.
El partido no levanta temperatura. En la tribuna Horacio Palacios, un muchacho se cae de un paraavalanchas, se lastima la pierna derecha y la ambulancia se lo lleva.
A dos minutos del final, triangulación por izquierda, centro atrás y gol de Olimpo de Bahía Blanca, que llevaba 14 encuentros sin victorias. El cielo de la cancha se cubre de una sensación parecida a la de Ladislao Gutiérrez cuando escucha "¡Padre Ladislao!" y se sabe descubierto en el poblado donde se refugia junto a Camila O' Gorman.
Se estrella la ilusión del escape a la felicidad, de la salida del descenso.
El invierno acompaña puntualmente, oscurece temprano y un par de hinchas discuten feo.
Regreso a la estación, tren a Buenos Aires y tiempo para caminar por la bella Avenida de Mayo, iluminada con sus farolas coloniales y las lámparas amarillas del Bar Iberia.
Retiro, retorno, recuerdos de un sábado Mil Rayitas, con la misma dulce voz de fondo.
Entre sus bestialidades, el fútbol sigue siendo una saludable escuela que enseña a seguir queriendo, a hacerle caso a Almafuerte, a levantarse de las derrotas, como lamentablemente lo hizo Olimpo hace algo más de nueve años.