¿Tanto lío por eso?
Pasó otra emisión de los Martín Fierro, feria
mediática de la vanidad y, raramente, premiación a los méritos artístico
y periodístico.
Nora Cárpena, viuda de Guillermo Bredeston, expresó
su indignación porque su esposo no figuraba entre los muertos del
último año. No se privó de decir que Bredeston era más que casi todos
los de lista -¿le hacía falta para honrarlo?- ni de afirmar que casi se
descompuso ante la omisión.
Señal de la descomunal vanidad de
muchos que luego se ofenden cuando se los confunde a ellos,
supuestamente artistas en serio, con los más mediocres personajes de la
farándula que asumen sin hipocresía que figurar es lo más importante.
El bochorno de Cárpena ilustra actitudes de hombres y mujeres que
no mueven un dedo si no se los elogiará por eso. A fines de los años
ochenta, el médico Julio Lorenzo protagonizaba la publicidad de un
sustituto de café. Mientras hablaba de sus bondades, se leía un
subtítulo: "Los honorarios del doctor Borocotó han sido donados al
hospital de niños". ¿Cedía su dinero porque le importaba la salud
infantil o a condición de que se supiera que era un hombre
presumiblemente generoso?
A días del feriado por Martín Miguel de
Güemes, cabe preguntarse si él, Juana Azurduy de Padilla y tantos más
iban al frente por compromiso patriótico o a cambio de un espacio en
libros de historia y efemérides.
La histeria de los tontos consigue lo que la genética aún no ha hecho: hombres y mujeres cruzados con pavos reales.