Encuadre alternativo
Una mujer con un vasto conocimiento de marketing tolera que el joven que hereda la empresa publicitaria de su padre la postergue por una chica que cree que cualquier mensaje audiovisual de más de tres segundos es basura y da por anticuados criterios de hace cinco años. Soporta a su pareja, un pintor que jamás vende un cuadro ni es capaz de abrirle la puerta al técnico de Internet, servicio clave para el trabajo de ella. Aguanta que el trapito, quien le cobra por no romperle el auto, no le avise de eventuales multas si estaciona en lugares indebidos. Acepta que un vecino de edificio haga fiestas ruidosas durante la madrugada. Se banca que una amiga atienda el celular mil veces en diez minutos mientras ella le cuenta sus penurias. Admite que el psiquiatra la despache del consultorio con unas pastillas, no con un tratamiento.
Un día la paciencia se agota.
“Una mujer sin filtro” es, entre risas y gestos adustos, una
obra acerca de lugares comunes de género –cuando ella se enoja los
hombres que la rodean lo atribuyen a que “está en sus días”- sin ser
propagandística. Ni todas las mujeres son angelicales ni todos los
hombres, unos indeseables.
La película deja pensando en el poder de los liderazgos y las creencias, en especial cuando no son cuestionados. Ella repite un mantra, “soy amor, tengo amor, doy amor”, hasta que un día advierte que seguirlo irreflexivamente la reafirma como trapo de piso de todos.