Tormenta que dura décadas
Un hombre celebra sus segundas nupcias. La fiesta es en la casa de su primera esposa, que incluso hace palmas mientras la nueva pareja baila.
Los silencios suyos y de "Tormenta de arena" en general ilustran la vida de la mujer en numerosas aldeas de Medio Oriente. El nombre de la película también aporta a comprender esa existencia atravesada por mandatos a cual más duro. La hija mayor del matrimonio quiere estudiar, lo cual es considerado una banalidad por la madre, que quiere dos manos más que la ayuden a lavar la ropa y el piso.
Los más chicos tienen hambre y la más grande de los hermanos les pide que esperen: va al hogar de su padre a buscar algo de comida.
Claro que no todas las necesidades o los sueños se postergan. Algunos se prohíben. Así es como al señor de la casa le importa un bledo a quién elige su hija; él ya tiene decidido con quién habrá de convivir, muy a pesar de que a ella no le guste ni un poquito. "Tengo que hacerlo", es su justificación. "Siempre obras por obligación", le replica la madre de la adolescente, que aun en el cúmulo de su amargura y resentimiento aspira de vez en cuando a que su hija no siga sus pasos.
En más de una ocasión los padres sienten, por experiencia de vida, que una persona no es la adecuada para sus retoños. Y suelen armarse las de San Quintín. Que no me entendés, que sí, que libertad sin prudencia es padecimiento y a menudo tragedia evitables, que tu prudencia es mi aburrimiento, que tu dolor es mi dolor, que dejame en paz.
¿Alguien puede culpar a quien se preocupa por sus hijos? La pregunta deja de ser retórica cuando se plantea si es legítimo el derecho a disponer de ellos siempre con beneficio de inventario y determinarles con quién y cuándo deben casarse.