29/4/11

Tiempo ocupado frente a tiempo trabajado

Hay quienes trabajan en lo que eligieron. Muchos trabajan en lo que no les gusta. Algunos hacen lo que un delincuente poderoso les manda y entonces trafican drogas o se prostituyen o distraen a una persona para que otra le robe. Ocurre en México. También aquí.
Todos ocupan su tiempo. No todos trabajan si a esta actividad se la considera como fruto genuino de la libertad.

Un niño vende pastelitos y torta en las sierras. Otro reparte estampitas en el tren y a la tarde limpia vidrios de los autos en las esquinas. Más allá, uno ofrece artesanías. Acaso uno ejecute la tarea porque ya terminó los deberes del colegio y desea ayudar a sus padres. La mayoría de los chicos lo hace por obligación; biológicamente niños, asumen sin quererlo y sin merecerlo obligaciones que les corresponden a jóvenes y adultos, como bien lo señalan quienes estudian las edades al compás de las sociedades.
La ley prohíbe el empleo de los pequeños por parte de los adultos. Pero bien sabemos que el control social formal no es milagroso.

¿Podemos cambiar el mundo? Claro que no. Sí podemos hacer algo en nuestro contexto cercano. Una posibilidad es reconocer a tantos que ayudan en silencio y tratar de imitarlos. Abrazar a quienes tanto hicieron para que sus hijos estudiaran y ampliaran así sus posibilidades de igualar trabajo a despliegue de energía creativa, lejos de la alienación. Si el propósito es honrar a los que nos benefician, un paso bien dado es evitar estereotipos con los que ofendemos por algunos a aquellos policías honestos, valerosos, que están convencidos de arriesgar la vida por una mejor sociedad. Saben que no pueden cambiar el mundo. Tanto como saben que rescatar de redes de explotación a niños, adolescentes y adultos vale la pena.

Que no nos cueste, al menos cada tanto, agradecer a quienes hoy siguen dando la vida para que otros la vivamos más cómodos.