11/11/12

Idioma fútbol

Suele actuarse de acuerdo con lo que se cree. Un hincha para el cual los futbolistas juegan mal por vagancia les canta "¡olelé/ olalá/ agarren una pala/ vayan a trabajar!".
A menudo se razona en función de lo que se sabe. Para un fanático que conoce que el presupuesto de su club es de los más altos de la categoría resulta inconcebible que los profesionales no den tres pases seguidos: "¡Oh/ que se vayan todos/ que no quede ni uno solo!".
Las condiciones económicas propias meten la cola. Las barras argentinas que reciben dádivas cuantiosas evitan silbidos aun en partidos horribles, en los cuales varias de las otras prometen: "¡Jugadores, jugadores/ no se los decimos más/ si no ganan esta tarde/ los mandamos al hospital".
Los marcos de referencia moldean. Tal como lo escribió Clives Staples Lewis en un ensayo en 1942, cualquiera sea nuestra experiencia, no la consideramos milagrosa si sostenemos una filosofía que excluye lo sobrenatural.
Así, quienes persisten en sospechar que los futbolistas no dan todo de sí continúan agraviando. Los que se dan cuenta de que entregan todo lo que tienen, pero no alcanza ya que es muy poco, sufren en silencio o cada tanto los insultan.
Los habituados a manejarse con apretadas siguen con su aviso: "¡Me parece que (nombre del club) no quiere ganar/ si es así/ si es así/ van a cobrar!".
Los contextos inciden. La música futbolera prefiere las rimas a la justicia, de ahí el estereotipo "que se vayan todos/ que no quede ni uno solo" a sabiendas de que dos o tres de los once son rescatables. Y como se entona lo que decide la barra, a veces el descontento de señores correctos y buenos alumnos se manifiesta con anuncios de palizas.
Entretanto, los que mezclan la religión oficial con el fútbol asumen que cuatro victorias seguidas de ese equipo son un milagro.