28/11/12

Merecidos abrazos

Se iba el nueve. El hombre se bajó del 18 y empezó a trotar. El chofer lo vio mientras cortaba los boletos de los pasajeros que subían. El trote se hizo corrida porque ya nadie había en la fila del nueve. Desde el 18 sonó un bocinazo para que el otro ómnibus esperase. Se había consumado una acción solidaria, un gesto de ayuda de un joven conductor hacia uno de los tantos desconocidos a los que cada día transportaba.
A él.
A los miembros de las cooperativas de trabajo que en las plazas regalan el olor de pasto recién cortado.
A los carniceros que desgrasan los cortes aun sabiendo que muchos clientes, resignados ante ventajeros, aceptarían lo que les diesen.
A los policías que se arriesgan pese a que, hagan lo que hagan, son estereotipados de corruptos.
A los padres que obran desde el amor y recogen duraderas muecas de fastidio.
A los jefes justos a los que, por pudor, miedo a recibir tareas adicionales u otra razón, no se les agradece.
A los sacerdotes que predican con entusiasmo por más que vean bostezos u otras formas de indiferencia.
A los que escuchan al cabo de una jornada larga, cuando sería lógico que eligieran dejarlo para el otro día.
A todos los que hacen obras buenas y jamás suben a un escenario a recibir premios.