Sabina López, estudiante de sexto año del IPEM 252, comenta el cuento “¿Cuánta tierra necesita un
hombre?”, de Lev Nikoláievicb Tolstoi
Preferí hacer una observación sobre el texto porque me
parece la forma más simple de explicitar las peculiaridades que nos presenta.
Comenzando por un diálogo entre hermanas competitivas que llega
desinteresadamente a un campesino poseedor de unas pocas tierras, este quiso
ampliar su patrimonio vendiéndolas y comprando más cantidad en otro sitio. La reciente
cosecha fue fructífera, se desentendió de las discusiones que había tenido con
los aledaños a su campo, ganó más dinero y cerca de la primavera se enteró de
una nueva oportunidad para seguir
creciendo. Viajó dejando todo nuevamente a un segundo lugar, allí se hizo
adquirente de tierras vírgenes que le servirían para saciar su sed de progreso.
Inconforme con esto y lejos de buscar tranquilidad o estabilidad en su vida, fue por acrecentamiento, un comerciante le habló de la tierra de los bashkiros, su espíritu aventurero no lo dejó “sentar cabeza”, emprendió rumbo hacia ese prometedor lugar. Al llegar se encontró con tierras casi sin fin, libres y puras, también con sus dueños que presentaron la oferta, darían toda la longitud que recorra desde que amanece hasta el ocaso, durante su trayecto debía plantar hierbas para marcar su paso por ahí, caminó y caminó mientras los vendedores lo observaban desde la cima de una colina a la cual debía regresar. La ambición no le permitió limitarse a lo seguro y transitó demasiado terreno, hasta quedarse sin aliento, si bien llegó a la meta, no fue a tiempo, cayó rendido y sin pulso.
Inconforme con esto y lejos de buscar tranquilidad o estabilidad en su vida, fue por acrecentamiento, un comerciante le habló de la tierra de los bashkiros, su espíritu aventurero no lo dejó “sentar cabeza”, emprendió rumbo hacia ese prometedor lugar. Al llegar se encontró con tierras casi sin fin, libres y puras, también con sus dueños que presentaron la oferta, darían toda la longitud que recorra desde que amanece hasta el ocaso, durante su trayecto debía plantar hierbas para marcar su paso por ahí, caminó y caminó mientras los vendedores lo observaban desde la cima de una colina a la cual debía regresar. La ambición no le permitió limitarse a lo seguro y transitó demasiado terreno, hasta quedarse sin aliento, si bien llegó a la meta, no fue a tiempo, cayó rendido y sin pulso.