El trabajo práctico consistía en aplicar ejemplos concretos de sustantivos abstractos.
Infidelidad
Por Antonella Boarini, sexto año IPEM 252 “Río de los Sauces”
Era una tardecita de verano, entre ellos ya no quedaban palabras, sólo silencio. Se despidieron con un beso interminable y un abrazo profundo que sólo ellos podían sentir.
El se alejaba dejando su alma en manos de ella, quien lo veía desaparecer, con sus ojos llenos de lágrimas y un vacío en el pecho imposible de llenar.
La distancia que los separa es cada vez mayor, ahora cada uno debe seguir su camino, él tratando de olvidarla y ella con su carga por haber perdido al hombre de su vida por buscar en otro algo distinto.
Loca obsesión
Por Antonella Boarini
Te miré a los ojos, el mundo se paró en un instante y sentí cómo mi corazón latía cada vez más fuerte, un calor se asentaba en mis mejillas y todo mi cuerpo temblaba.
En ese momento entendí lo que significabas para mí, pero cuando quise decirte lo que sentía, los nervios me traicionaron y salí corriendo, con tanta suerte que tropecé y me lastimé la pierna. Era tanta la desesperación de alejarme que no esperé que me ayudaras.
Días después te vi y sólo quería esconderme para no tener que darte explicación de lo que había pasado.
Ahora entendí qué pasaría por no haberte confesado mi amor, porque te vi con ella, sonriente, contento y feliz. No sé cómo hacer para aguantar esta bronca que tengo hacia mí por no haber tenido el coraje suficiente para hacerme cargo de mis sentimientos.
Pero no voy a bajar los brazos, voy a pelear por tu amor cueste lo que cueste, me quieras o no, vas a estar conmigo. Soy capaz de todo por vos, no importa la vergüenza, ni tu novia, ni el qué dirán, sólo estar a tu lado toda la vida porque es lo único que me haría feliz. Y si no sucede, lo intenté, pero nunca más me vas a ver, voy a desaparecer de tu vida y de tu mundo, me convertiré en tu sombra eterna.
Sólo te pido
Por Carla Oviedo, sexto año IPEM 252
(Entra Mauricio a la habitación donde su abuelo estaba internado con una enfermedad terminal).
-¡Hola, abuelo! ¿Cómo estás? Seguramente un poco mejor que ayer, te veo más lindo, con más ganas de vivir aún. ¿Te acordás que te hice una promesa? Era que cuando yo me reciba de médico iba a hacer hasta lo imposible para encontrar la cura del cáncer y lo voy a hacer por vos, ¡viejito lindo!
Abuelo, cada noche que me acuesto me pongo a pensar en todas las cosas que vivimos juntos en mi niñez y luego en mi adolescencia, pero hoy me estoy sintiendo muy vacío, mi cuerpo tiembla, no puedo soportar verte así tirado en esta cama y con los ojos cerrados.
Sólo te pido un abrazo más que me apriete mucho más que ayer, una mirada más que a través de ella pueda ver tipos que piensan y hacen cosas como vos, luchando día a día por su vida. Nono, mis lágrimas no dejan de caer sobre tus mejillas como las gotas de agua de una nube al suelo, espero me puedas escuchar y de esta manera puedas comprender que estando a tu lado te doy muchas fuerzas. quiero estar a tu lado toda la vida, ¡te amo, abuelo, te amo! (llorando con muchas ganas con un sentimiento muy intenso sobre él). El abuelo abre los ojos, le aprieta la mano y le dice: “¡Yo también, Mauri!”.
Luego se levanta, lo mira a los ojos y se queda helado.
El día de Julián
Por Pablo Alvarez, sexto año IPEM 252
Una mañana, Julián se levantó con la ilusión y las ganas de vivir la vida como nunca lo había hecho. Salió a hacer las compras como todas las mañanas. Con una sonrisa saludó a sus amigos y aquellos que no solían caerle bien. Hizo de todo ese día. Ya al atardecer, Julián se esforzó por estar feliz. El sabía que se venía lo peor. Entre sonrisas y llanto por despedidas trató de ser fuerte, porque pronto moriría por una enfermedad tal como le había dicho su doctor.
Miedos
Por Pablo Alvarez
Joaquín tenía 9 años y a veces sentía que lo asustaban. Eran los fantasmas de la noche. En realidad era su imaginación que viajaba por muchos lugares hasta llegar al miedo. Decía que casi todas las noches alguien golpeaba el armario como si estuviese dentro y quisiera escaparse o desahogarse o tal vez herirlo a Joaquín. Por eso jamás abriría ese maldito armario.
Se fue a la pieza de su madre, le dio un beso y durmieron juntos.
Hasta la muerte
Por Juan Giordana, sexto año IPEM 252
Estábamos en la Segunda Guerra Mundial, tercer batallón.
Junto a mi general y tres soldados más -el resto había caído en combate- estábamos atrapados en una de las trincheras, mientras el enemigo seguía avanzando hacia nosotros. Nuestro general gritó “¡A sus puestos!”. Todos nos pusimos en posición excepto el soldado Rodríguez; estaba mirando las estrellas mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla, como si fuera la última vez que las vería.
El enemigo nos había rodeado, no había escapatoria.
Estaba junto a nuestro general cuando una bala perforó su pecho. Cayó tendido en el suelo. Alcé su cuerpo con mis manos y lo respaldé contra las paredes de la trinchera. Me miró y me hizo jurarle que acabaríamos con esos malditos, giró su cuello y bajó su cabeza. Sus ojos quedaron entreabiertos, él ya no estaba con nosotros.
Ahora yo era el general. Llamé a los soldados, los miré a la cara; ellos temblaban, imploraban que me rindiera, pero no fue así, agarramos nuestras armas y atacamos.