Un niño está tirado en la vereda. Remera amarilla con vivos rojos. Ojos cerrados y boca abierta.
Dos cubanos llamaron a una ambulancia. También se detuvieron turistas que hablan en inglés.
-Ustedes lo tienen todo, no se entiende por qué pasa esto en este país –lamenta el cubano morocho-. Hace poco estuve en Bélgica y Holanda y tampoco vi algo así.
La conversación sigue en torno a niños en la calle, consumo de drogas y rol del Estado.
-¿Y qué pasa en Cuba si un padre no manda a sus hijos a la escuela?
-Va preso –es la respuesta que escucha el argentino.
El otro cubano vuelve a llamar e indica que está a dos cuadras de la Casa de Gobierno y frente a una estatua de Roca. Son las 4 y cuarto de un soleado sábado de febrero, por lo que nadie cree que el pibe esté disfrutando de la siesta. Algunos sospechan que duerme desde la noche.
-¿Cómo te llamás? ¿Tenés mamá, papá?
No se oye la contestación.
-¿Vivís acá? –le pregunta la médica. El nene asiente.