"La tragedia educativa" es un libro esperanzador. Aunque el diagnóstico acerca de las aulas y claustros argentinos descorazona, la belleza con que está escrito da la pauta de todo lo que se puede lograr mediante la lectura, la reflexión y otras herramientas de trabajo intelectual.
El autor, Guillermo Jaim Etcheverry, apela a cifras sin por ello copiar y pegar tablas inmensas. Les agrega valor a los números porque los piensa. Conciente de que a los prejuicios se los puede vencer mediante información, compara datos acerca de rendimientos de estudiantes de escuelas públicas y privadas. Humilde, cita a quienes han pensado antes o mejor sin caer en un listado de aforismos. Conocedor del mundo en que vive, repara en los medios de comunicación masiva como fuente de socialización; capaz de sortear la comodidad de los estereotipos, refiere a ellos en sus versiones patéticas y respetables. Lejos del esnobismo, evita sinonimias entre tecnología y calidad. Persuasivo, consigue que se aprecie a la educación como una herramienta para enriquecer la existencia y no como la maldita sopa previa al helado.
Pruebas al canto:
-Cita a Umberto Eco, quien expresó en una entrevista televisiva: "Lo que tengo es curiosidad, necesidad de conocimiento, necesidad de ampliar mi propia vida, que es tan breve. Porque, a través del conocimiento, al morir se pueden haber vivido miles de vidas".
-De Sherry Tunkle dice no sólo que es "autora de textos fundamentales sobre la cultura contemporánea" sino que se da cuenta de que "nosotros construimos objetos y desarrollamos tecnologías, pero luego ellos, a su vez, nos dan forma a nosotros mismos".
-Recuerda a H. G. Wells, a cuyo juicio "la historia humana se está convirtiendo, cada día más, en una carrera entre la educación y el desastre", y agrega: "Sin educación, las personas son más vulnerables porque, como carecen del mundo interior que ella construye, quedan limitadas al espacio enrarecido de su experiencia cotidiana".
-Para quienes padecen con la presencia de intrusos al buen gusto en envíos televisivos de la tarde, el consuelo de estas palabras agudas: "El sólo hecho de poner ciertas conductas en el centro de la atención pública termina prestigiándolas. O, al menos, quitándoles la característica de condenables. Las luces de la televisión todo lo blanquean al hacernos familiares de quien nos visita cotidianamente en nuestra casa".
-Trascartón lanza esta pregunta: "¿Por qué razón las sociedades se preocupan tanto por consumir alimentos en buen estado, utilizar medicamentos seguros o mantener habitable el planeta y tan poco de los peligros que ocasiona el exhibir al lumpenaje como modelo de vida?"
-"El objetivo de la escuela no es la información. Es, en todo caso, lograr que los niños mediten sobre la información".
-"No pocas veces se aprende a hablar callando, escuchando, leyendo" (dedicado a todos quienes le piden "¡actividad práctica ya!" a las carreras de comunicación; entre decir pavadas al micrófono y hablar con sensatez suele ser necesario aprender unas cuantas materias de las denominadas teóricas).
-Jaim Etcheverry predica con el ejemplo y por eso en su libro también se lee a Clifford Stoll, para quien "no hay computadora que pueda enseñar lo que significa caminar por un bosque de pinos. La sensación no tiene sustitutos".