10/3/11

"Una semana solos": poderoso testimonio

Suena el teléfono de noche. Los chicos que se metieron en casa ajena no escuchan un mensaje amenazador ni salen corriendo. “Una semana solos”, con la dirección de Celina Murga, evita los lugares comunes.
Los protagonistas son niños y adolescentes que viven en un barrio privado. Como la película elude los estereotipos, no son todos iguales. Sus padres andan de viaje. Poco se sabe de ellos, que poco saben de sus hijos, tan capaces de ofrecerle plata a un vigilador por su silencio como de tomar chocolate de día y cerveza de noche.
“No me digas ‘querida’, a todos les decís así”, le reclama María (14 años, la mayor) a su madre en un diálogo telefónico de 50 segundos sin frases más largas. La obra documenta el vocabulario restringido de la edad y la época y elige inteligentemente palabras y otros hechos que ilustran el tipo de vínculos.
Los tres varones mayores aceptan que Juan, el hermano de la mucama Esther recién llegado de Entre Ríos, vaya con ellos a la pileta. Se reparten tres latas de gaseosa delante de él, hablan como si no estuviera y sólo reparan en su existencia al momento de acusar a alguien.
Sofía es distinta, capaz de conversar con Esther, de pedirle que cante y de quedarse a escucharla. Ya perdió parte de su inocencia y por eso sabe que un interrogatorio de los custodios dura menos de lo que cree el atemorizado Juan.
Ella y otros personajes a través de ésta y otras escenas se despliegan entre los silencios del aburrimiento y la virtual soledad.
Las dirección de cámaras –de los adultos, sólo a Esther se le ve la cara- y las tomas, sin el frenesí de un videoclip ni los clichés del suspenso, logran tensión. No hay muertos debajo de la cama ni serpientes en el jardín. “Una semana solos” se vale de sobresaltos tristemente más creíbles.