Grafiti resistente a los cambios
“No a la heterosexualidad obligatoria”. Como tantos, el grafiti resiste el paso de los años. Meses después de verlo, Adrián Ramírez se acordó de un turista. El hombre vio subir al colectivo a un joven, lo invitó a sentarse a su lado y le preguntó en qué hotel paraba. Viajaba solo y hablaba en pasado de su esposa e hijas.
-Antes manejaba, ahora prefiero las excursiones -contó antes de afirmar “ha sido un gusto” también con la mirada.
En otra sociedad, ese hombre no se hubiera casado y tanto él como su familia se habrían ahorrado quién sabe cuánta infelicidad.
-También lo podrían haber matado como tantas veces pasa con tipos que se aprovechan de los que andan muy desesperados o buscando amor a tal punto que se meten con cualquiera –le dijo su tío, asiduo lector de las páginas de Policiales y Deportes-. Pensá que esa sociedad que le impuso heterosexualidad capaz que lo salvó de un crimen. Sin ir más lejos, todos pasamos por alguna obligación, desde andar vestidos hasta la ortografía pasando por la velocidad máxima y el prohibido estacionar. Ya sé que no es lo mismo una cosa que otra, pero siempre hay tendencias y no podés hacer de cuenta que no existen.
Adrián Ramírez estaba en contra del casamiento homosexual. “Quien elige distinto, que se haga cargo”, pensaba. Para él, un hombre que cede el lugar a una persona mayor en el colectivo esperando que otro lo deje sentar no era caballero sino especulador. Tampoco le gustaban quienes aman la independencia inmobiliaria al amparo en la mensualidad paterna.
Con todo, algo le decía que una sociedad en la que alguien tiene que gustar de mujeres o de hombres a contramano con su fuero íntimo es una mesa con mantel prolijo y un piso lleno de migas.