10/8/11

Camarera inepta
Por Martín Búfali

Maldita perra que se me acercó para darme mi café, mi delicioso café, y me lo tiró encima. No reaccioné en el instante, y observé su timidez, su rostro sonrojado, y su afán de pedirme perdón que sería totalmente en vano.
-¡Mi camisa, mi camisa!- grité para que se enterase la dueña del local.
No, no me sentí mal, se lo merecía.
-¿Puede ser que no sepan contratar a una persona capaz de servir un café?
-Disculpe, señor Russo, no volverá a ocurrir, no queremos perderlo como cliente, ¡discúlpeme a mí, por haber contratado a esta mocosa inservible!
La vi a la joven que comenzaba a sollozar. Me levanté y me dirigí hacia la puerta feliz.
¡No! No me sentí mal, ya se los dije.
Me senté al frente, en un banco de mierda de la plaza San Martín, a esperar que la joven saliera cabeza gacha, con aires de haber perdido su trabajo: tal como merecía. No pasaron más de dieciocho minutos cuando la vi salir. Y la vi caminar hacia la esquina llorando. La seguí, la agarré por detrás, la miré a los ojos y se lo dije: “Desde ese momento en que me miraste con tu angelical rostro de inocencia, supe que serías para mí, y que no dejaría que nadie te maltrate, no puedes seguir trabajando ahí”. Me miró, sonrió, y siguió llorando, tal vez hacía mucho tiempo que un hombre no le declaraba su amor.