21/9/11

Ojalá sea bien infeliz

Cuando le daban como consigna escribir sobre un tema en los últimos veinte minutos de clase, Adrián Ramírez destinaba los dos primeros a desearles a los profesores que los pisara un camión, que fueran infelices o que su suegra los visitara seguido. Sabía la diferencia entre desear y decir, por lo cual se ahorraba las sanciones.
Habían leído tramos de “Screwtape letters”, libro de Clive Staples Lewis que le pareció “una joya dado que insta a hacer el bien no con el formato de sugerencias santurronas sino mediante consejos de un condenado el infierno a otro de menor rango para sumar gente al dolor eterno”.
La segunda parte de la tarea consistía en producir un texto no tan corto acerca de uno de los tópicos, el de la distancia entre las percepciones de la mujer y del hombre. Ramírez puso:

El encantamiento inicial puede llevar a decir “Sí, te prometo que voy a ser decente y sincero” y a incumplir dos semanas más tarde. El empleado del infierno le indica al pasante encargado de tentar a las parejas de novios: “Dejalas pensar que resolvieron por amor problemas que en realidad han pospuesto bajo la influencia del encantamiento”. Grandioso, igual este agregado: “Cuando el encantamiento se desvanezca, no tendrán caridad suficiente para los esfuerzos por el otro”.
Otra de las notas de Lewis refiere a la manera en que genéricamente cada sexo asume la generosidad. Manifiesta algo aproximado a: “Una mujer lo equipara a hacerse problemas por los demás; un hombre lo analoga a no causarles problemas a los otros”. Traducido a escenas cotidianas, una mujer que cree ayudar al hombre al que ve serio preguntándole “¿estás bien?” desata no la sensación de “qué lindo, me quiere ayudar” sino la de “qué densa, ¿quién le dijo que quiero hablar?”.
Esta distancia puede ser del tamaño de un bache o de un océano según el amor.
Y la capacidad para ver cuán grande es esta distancia disminuye si nos fascina la cara, para no entrar en más detalles, de nuestra novia.

En la clase siguiente, los insultos mentales precedieron a otro ejercicio en la hora de Lengua Inglesa: traducir y resumir tan bien como pudieran la perspectiva de Lewis sobre cobardía y desesperación. Ramírez consiguió un 8 por escribir:

Lewis pone en blanco sobre negro la idea de xenofobia –“cuanto más alguien teme, más odiará”- y de otro de los impactos negativos del miedo: “Para disminuir la caridad hay que debilitar el coraje”. Afirma que el coraje es “no simplemente una de las virtudes sino la forma en que cada virtud se pone a prueba”. Este genial autor del siglo veinte indica que “Pilato fue piadoso hasta que hubo riesgos”. Añade que “la desesperación es un pecado más grande que cualquiera que lo provoca”.
Como la solvencia en el inglés no le alcanzaba a Ramírez para traducir palabra por palabra, eligió el resumen para indicar que Lewis sostiene que la desesperación confunde a los hombres. De ahí que muchos se alejen tanto de Dios en vez de acercarse una vez que han cometido una falta que, grave y todo, gravísima y todo, será perdonada por una razón simple: Dios es mucho más generoso que la persona más generosa.

20/9/11

Piedras
Docencia, dudas, dolores

Julieta volvió a casa con ganas de renunciar. Se preguntaba qué hacía aparte cobrar el sueldo como docente. Sentía que su mensaje en materia de actitudes no llegaba y sabía que estaba errada en cuestiones técnicas. Empezó a escribir una lista de las últimas tareas y algo se tranquilizó; eran más sus buenas que las malas, claro que ese día ella las percibía como las buenas y sus malas. Pronto encontró pensamientos para dejar ese puesto: “Es saludable cambiar”, “no sería la primera profe que se cansa acá”. Les sumó voces ajenas: “Olvidate de conseguir resultados” y “la experiencia puede ser frustrante si aspirás a que la gente progrese”.
Después, Julieta recordó que colegas de más experiencia tampoco lograban grandes cambios de actitud. La renuncia le quedó más lejos todavía al ponerse en el lugar de su terapeuta: “Pobre Luisa, si dejara el consultorio ante cada retroceso mío…”.
Le causó fastidio darse cuenta de que la maduración es una medicina amarga. Hubiera querido que las palabras que le oyó a la psicopedagoga Liliana González, “la escuela no es omnipotente”, fueran más sencillas de asimilar.


Piedras II
-¿Qué tendría que hacer un profesor de Cálculo I cuando ve que 300 de 380 desaprueban un examen? ¿Qué tendría que hacer un contador si los colegas a los que les dio clases trabajan mal? No es justo evaluar a un docente por unos alumnos ni por todos. Si lo juzgás por los vagos, el tipo queda horrible sin serlo. Si lo juzgás por los brillantes, queda fenómeno y capaz que apenas sea discretito. Si lo juzgás por todos, parecerá del montón pese a que a lo mejor no lo sea. A mí me puede hablar un premio Nobel que a mí la Química no me va a gustar. Y el mejor mecánico me puede enseñar a cambiar las gomas que no voy a aprender.
-Está bien, Adrián, pero esto porque no te gustan la química ni los autos. Pero si un profe no consigue que lo entienda un alumno al que le interesa su materia, tal vez tendría que revisar la forma en que explica.
-¿Y si en ese mismo curso hay gente que le entiende?
Julieta se quedó rumiando una idea que odiaba: que a algunos estudiantes hay que exigirles menos.
-No me cierra que a algunos hay que enseñarles a contar con los dedos y a otros les propongas multiplicar mentalmente números de dos cifras.
-Aunque no te cierre, es lo que hay en algunas aulas.
Adrián Ramírez sufría por no animarse a invitar a su amiga al cine. La miraba enojarse, cambiar la yerba, juntar una a una las cinco migajas de galletitas del mantel y confirmaba que le gustaba cualesquiera fuesen sus gestos.
-¿Vos te acordás lo que decía la profe de Recursos? Una cosa es armar grupos y otra es conformar equipos de trabajo. Los nombres cantan, Julieta. En los equipos distribuís tareas, asignás roles según la habilidad de cada integrante. En el aula armá todos los grupos que quieras, pero a la hora de salir a escena más vale que tengas un equipo porque ahí los errores te los ve y te los critica medio mundo.


Piedras III
La bombilla estaba tapada. Adrián Ramírez no hizo mención al tema; sabía que en días malos a Julieta la irritaban las obviedades. El silencio se cortó con una de las obsesiones de ella:
-Yo sé que un piso de calidad hay que respetar, sin embargo tengo miedo de que la gente se sienta mal si a través de la asignación de tareas les hago ver que sirven para poco.
-Ahí está tu habilidad para comunicar y para que nadie se sienta poco.
-Jaja –pronunció Julieta y él descubrió un gesto de ella que no le gustaba-. Si voy a un casting para primera actriz y me mandan a barrer el escenario, no hay discurso que me convenza de que sirvo para actuar.
-No hay porqué pensarlo así. Bien puede ser que las demás aspirantes sean excelentes y muy buenas para que vos, buena y todo, te quedes sin lugar. Además, ya sé que no es lo soñado barrer el escenario, es como ser aguatero en fútbol, pero un líder tiene que convencer a cada uno de que su tarea sirve y que sin su tarea no hay obra posible. Además, corrés con ventaja: en el grupo tuyo nadie cobra, o sea que la envidia tiene menos campo de acción.
Conocida vibración

Del bolsillo del pantalón al de la camisa. “A ver si me llama justo cuando estoy caminando”. Del modo vibración a sonoro. “No sea cosa que me hable y no me dé cuenta”. Adrián Ramírez no era porfiado, lo atontaba la ilusión de pelo castaño lacio que desde hacía un mes lo saludaba en el colectivo.

16/9/11

Sí a la cosecha record de felicidad


Por Elena Faricelli, estudiante del Programa Educativo de Adultos Mayores, Universidad Nacional de Río Cuarto.

En la era del delivery, de lo instantáneo, del llame ya, de la inmediatez, de la impaciencia, es imposible prefabricar la alegría, lograrla a voluntad. Muchos se plantean la felicidad en función de adquirir bienes materiales para vivir mejor, sin embargo no siempre la obtienen. Es algo interno del hombre.
El monje benedictino alemán Anselm Grun, un incansable explorador del alma humana, lo dice de una manera sencilla en su libro “La Verdadera Felicidad: “No es posible decretar la alegría. Ella es la expresión de una vida plena. No puedo ansiar la alegría por sí misma, pero sí puedo intentar vivir mi vida con todos los sentidos. Entonces tomare contacto con la alegría que hace tiempo se encuentra en mí”.
Suele ocurrir con la alegría lo mismo que con la felicidad o con el sentido. Se los busca afuera, se los pretende ya hechos. Grun considera que el despertar de la alegría, una facultad que está en nosotros, es siempre la consecuencia de un modo de vivir. Nadie es alegre. No lo seremos porque tengamos una sonrisa , porque al levantarnos juremos que hoy le pondremos al mal tiempo buena cara o porque nos definamos como alegres. No se trata de vivir para estar alegre, sino de sentirnos alegres por la vida que vamos eligiendo. La alegría no la encontraremos en el placer y la diversión, pues ambos son instantáneos. En cambio la alegría sobreviene a lo vivido, a lo experimentado, a lo padecido. Es un perfume que emana de nuestro vivir.
Ya lo decía Epicuro 270 años antes de Cristo que la alegría es fruto del alma en movimiento. Una vez más aludía a algo que nace en la vida interior, no en el bullicio externo. Ella brota silenciosa, perdurable y fértil cuando nace de actos que dan sentido a nuestra vida.

Medida
Tal es la preocupación por la felicidad que en 1972 el rey de Butan, Jigme Wangchuck, budista, propuso el termino Felicidad Nacional Bruta o Felicidad Interior Bruta: Es un medidor que define la calidad de vida en términos mas holísticos y psicológicos que el Producto Bruto Interno. Esto lo hizo como respuesta a las críticas de la constante pobreza económica de su país. Mientras que los modelos económicos convencionales observan el crecimiento económico como objetivo principal, el concepto de Felicidad Nacional Bruta se basa en que el verdadero desarrollo de la sociedad humana se encuentra en el refuerzo mutuo del desarrollo material y espiritual.
Los cuatro pilares de la Felicidad Nacional Bruta son según el rey de Butan son:
1) El desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario.
2) La promoción de valores culturales.
3) La conservación del medio ambiente.
4) El establecimiento de un buen gobierno.
La diferencia es que el crecimiento del Producto Bruto Interno no siempre se traduce en mayor bienestar para las personas.
Es interesante el medidor, ya que los Estados Unidos en su constitución, fija como condición del ciudadano, ser feliz. ¿Será por eso que buena parte de ellos al saludarse siempre sonríen? Otro dato interesante es que disponen y es de venta libre la llamada droga de la felicidad: la fluoxetina. No así el resto de los medicamentos.
Amartya Sen es filósofo economista ganador del Premio Nobel en 1998. Resaltó que la economía es un campo demasiado estrecho, para entender el complejo acontecer humano, individual o colectivo, y mucho menos para planear acciones que conduzcan a la sociedad hacia la meta última que es la felicidad o, al menos a su nivel previo, que es el bienestar.
Para ello, entiende, se requiere la visión holística, que es la única que puede darnos la llave del verdadero progreso. Ni el producto nacional, ni los niveles educativos, de salud, o las diversas variantes de seguridad, sirven para comprender lo que es verdadero desarrollo. En cambio, los Indices de felicidad lo intentan.
Para hacerlo, todas las especialidades tienen que ser aplicadas dentro de un todo multidisciplinario. Las instituciones tratan a veces de hacerlo armonizando acciones que requieren, nos dice Amartya Sen, de otro elemento que les infunda vida y que es el comportamiento.
Actuar dentro o fuera de las instituciones tendrá sentido siempre que el comportamiento responda no a clichés sino a la intención de atender las necesidades y aspiraciones de los individuos que componen el país. Aquí aparece la problemática de la equidad y la justicia social. Conseguir que el desarrollo, cualquiera sea el nivel de riqueza material obtenido, sea equitativo y justo para las mayorías, haciéndose con respeto a la libertad, que es su condición imprescindible.
Amartya Sen sigue planteando: La libertad es el elemento que desata el potencial creativo siempre presente en el ser humano. Este concepto coincide con el que propone el jesuita Teilhard de Chardin, quien lo describe como explicación y motor primordial de cuanto hay en el universo, dice además que el impulso incontenible hacia la libertad está en toda criatura, y adquiere en el ser humano el carácter de independencia.
Solo en la libertad tiene el individuo capacidad para desarrollarse y vencer las cadenas de pobreza y de ignorancia, siendo el Estado el que tiene que facilitar esta superación.
Lo necesario es que la acción pública tenga relación directa y operativa con la comunidad cuya felicidad es la finalidad del poder.
La atención a la persona es el último criterio. Impresiona oír al doctor Sen, que asevera no ser religioso, citar la parábola del buen samaritano como ejemplo de responsabilidad social.
Los econometras maniáticos de los índices y estadísticas cada vez que se proponen medir la felicidad promedio de una sociedad suelen encontrarse con que la relación entre los apabullantes números de la economía y la armonía emocional y espiritual suele ser inversa (ha ocurrido en Estados Unidos, en los países escandinavos y en Gran Bretaña, entre otros)
No se trata de proponer un coctel de felicidad y pobreza. Sería hipócrita. Pero la calidad de vida tendría que ser rastreada en dos niveles: el individual y el colectivo. Cuando una sociedad integra de modo equilibrado estos niveles, sus miembros podrán decir, y sentir, que viven una calidad de vida. Y no necesitaran buscarla en otro lugar. Esto lo dice Sergio Sinay.
Una terapeuta humanista, Elisabeth Lukas, recuerda en su libro En la Tristeza pervive el Amor una metáfora según la cual, al llegar a la vida, recibimos una cesta para recoger con absoluta libertad todo lo que haya en el suelo y en los árboles. Hay quienes tienen una fragante y nutricia recolección. Se trata de cosechar, de alimentarse de la cosecha y de repartir de modo que haya espacio para seguir recogiendo “Pero al final la verdadera cosecha no se halla en el cesto, dice Lukas, sino en los graneros de la eternidad, con el esfuerzo de la recolección y la bondad del reparto”.
Nadie sabe cuánto durará el tiempo de su cosecha. Algunos periodos son breves, pero alcanzan para dejar bien provistos los graneros de la eternidad. Mientras tanto, encontrar, sostener y celebrar, a través del amor y otros valores, el sentido de la propia vida acaso el mejor modo de honrar a esa vida,.

14/9/11

Cachetazos, culpas, clases

Contaba un hincha de Boca que tras la caída por 3 a 1 en Rosario ante Central por el cuadrangular que definía el Metropolitano de 1974, Roberto Rogel le tocó varias veces la cara a Alberto Tarantini. Desde la platea del Gigante de Arroyito no se veían como sopapos o chirlos sino como gestos para ayudarlo a reaccionar y aflojarle a la mala sangre por una derrota que empezaba a dejarlo a Boca sin chances de ser campeón.
"Reacciona", "ya está, nene", "pará de darte manija", fueron los significados que le asignó el hombre a esas palmadas del experimentado defensor al joven que empezaba a sentir amarguras deportivas de las grandes
Adrián Ramírez ya no era el adolescente que escuchaba por primera vez esta historia cuando vivió una algo parecida. Quien hizo de Rogel ante sus autorreproches por una mala actitud fue una docente de Matemática. "Bueno, ya te equivocaste. Para adelante hacelo mejor", le dijo antes de volver al aula.
En una entrevista de Eduardo Rafael en la revista El Gráfico, Tarantini recordó que al hacer el primer gol de su carrera, salió corriendo rumbo al alambrado. De pronto, alguien le estiro varios rulos mientras le decía: "Los goles se festejan con los compañeros, pibe". Más de quince años después, Tarantini se acordaba de esa sanción al paso del mismo que habría de consolarlo en la cancha de Central.
Las anécdotas tienden la mano para que pensemos en las personas como Rogel, capaces de fastidiarnos un grato momento como de ayudarnos con el peso de la culpa en otros.
A la profesora de Matemática y a tantos como ella, un abrazo cerca del 17 de septiembre.

10/9/11

Una tarde de sufrimiento y belleza

"No pueden ser tan imbéciles". La mano izquierda con el pulgar a la altura de la oreja y el resto de los dedos en la frente le sostenían la cabeza y el peso de un empate sobre la hora con un gol desde 48 metros. Cuatro horas después, Adrián Ramírez seguía pronunciando esta y otras frases que mejor no transcribir. Cerraba los ojos, resoplaba, juntaba los labios, miraba fijo el teclado, el techo blanco, la pared celeste del comedor diario. Prendía el televisor para tratar de distraerse con los otros partidos y se daba cuenta una vez más de que por el resto de un día con resultado adverso, ver fútbol lo dañaba.
En una de las paradojas frecuentes en su vida y la de cualquiera, el ventarrón de Río Cuarto le dio ese sábado una oportunidad de entretenerse barriendo, baldeando, barriendo, barriendo por sexta vez, insultando la tierra y la sequía, "maldita sea, será posible. ¡Nunca dos bien seguidas!, alguna vez se avivarán, ¡manga de...!".
The Beatles en una de las cien radios lo distraían por momentos, lo llevaban al placer de la música de "la categoría que ¡ojalá tuvieran ustedes!".
El codo sobre la mesa, la palma de la mano derecha en contacto con el pelo, los ojos cerrados. Como decía Antonio Carrizo acerca de su amado Boca Juniors, Los Andes a veces "hace mal".
Los mates del plácido primer tiempo fueron seguidos por la caminata a la merienda; la menta granizada y la banana con dulce de leche lo despejaron, lo mismo que el cálculo del precio de cada bocha según el helado tuviera una, dos o tres.
Vuelta a casa. Al 2 a 2 sufrido en tiempo de descuento se asocian cinco o seis mates y la suma da gastritis.
The Beatles sigue desparramando belleza: "Mind games", "Carry that weight", "Let it be", "Here comes the sun", "We can work it out" y otros tantos no le cambian el ceño fruncido. La culpa no es de Los Beatles. Y acaso tampoco sea de Adrián Ramírez. El afecto profundo ya sea por un equipo de fútbol, un trabajo o una persona depara felicidad, tristeza, alegrías y rabietas inmensas.

9/9/11

La escuela de García

En la hora de Sociología de segundo año del colegio San Ignacio, el docente propuso este ejercicio:

García es dueño de un colegio. Como es ególatra y no se fija en sutilezas, al colegio lo llamó García. No sabe un montón de cuestiones, entre ellas cómo designar abanderados. Algunos le dicen que hay que considerar en qué porcentaje se progresa, de forma que si la primera nota de Juan es 2 y la última es 6 (¡triplica su marca!) cabe premiarlo más que a Laura, quien arranca de 8 y llega a 10. Otros consideran que eso es un disparate pues así se estimula la siesta en los primeros meses y la mentira ya que muchos que conocen hasta 6 se dan cuenta de que es mejor fingir que sólo saben hasta 2. Y hay personas que le recomiendan olvidar los porcentajes: iniciar con 8 condena a que el máximo avance sea de un 25 por ciento.

Había que aplicar conceptos, entre ellos meritocracia, control social formal e informal, valores, status y rol.

Las alumnas Sol Dalvit y Milagros Ricchini escribieron:
Pensamos que la escuela de García debería dar premios por el esfuerzo y por el rendimiento. Lo del progreso en función del porcentaje no es buena idea porque una persona de buenas notas puede sacar a propósito una mala cuando empieza el año.
Un estudiante podría ser premiado si se esforzara y obtuviera mejores calificaciones, pero no por ello ser elegido abanderado. El abanderado tendría que ser el estudiante de mejor rol, aquél que tuvieese buen comportamiento y buenas notas. Una persona que tuviera buenos valores y respetara las reglas y a las personas de un status superior también. Pero la gente de una posición superior no debería abusar de su poder y tendría que evaluar a los estudiantes de acuerdo con su rol. Y dar premios y aplicar sanciones de acuerdo con esto.
Esa es nuestra visión de lo que debería pasar en la escuela de García.

5/9/11

Antes de acusar

"¿Querés que te lo regalemos? Todo tuyo, querido. Todo tuyo".
La expresión corresponde al médico encarnado por Manuel Callau en la película "Darse Cuenta".
El destinatario es su colega interpretado por Luis Brandoni.
La referencia es a Juan (Darío Grandinetti) o a lo que de él queda luego de ser atropellado por una camioneta.
Suena terrible lo dicho por el primero de los doctores. Es sacarse de encima una responsabilidad llamada vida humana. Es dar por muerto a quien no lo está. Por supuesto que peor sería que al paciente lo atendieran con desgano; toda vez que haya más de un facultativo en el mundo, resultará preferible ser derivado que ser mal tratado.
La película deja a salvo unas cuantas almas. "Ay, qué cruel!", "mirá qué feo lo que hacen", "yo te dije, los médicos son comerciantes con diploma, si el negocio no les pinta lo rechazan", son frases que se agolpan en quienes captan fácil las miserias ajenas.
Una de las sentencias que resume la actitud del que se desliga del moribundo es: "Yo no me hago cargo, que se arregle la sociedad". Está cerquita de una que sabemos todos: "Yo, argentino", eufemismo de "me borro y sin culpa".
Hecha la primera daniñada, consistente en aproximar al doctor Indiferencia a actitudes que a menudo reivindicamos, vaya la segunda a pocas horas del Día del Maestro: quienes aprueban a estudiantes que no saben siquiera el mínimo (profesores de Lengua a los que les da igual habuela que abuela, haller que ayer y una carilla sin signos de puntuación que otra que al menos los incluya al tanteo) entrañan algo equivalente a: "¿Querés que te lo regalemos? Todo tuyo, querido. Todo tuyo".
Tal vez sea una zoncera esperar nobleza del doctor Indiferencia y del empleado que cobra sueldo como si fuera docente. Si la hubiera, ambos tendrían que callarse ante "los políticos a los que no les importa nada". Es una muestra de decencia -y de viveza- guardarse el dedo acusador frente a faltas idénticas a las propias.