Una tarde de sufrimiento y belleza
"No pueden ser tan imbéciles". La mano izquierda con el pulgar a la altura de la oreja y el resto de los dedos en la frente le sostenían la cabeza y el peso de un empate sobre la hora con un gol desde 48 metros. Cuatro horas después, Adrián Ramírez seguía pronunciando esta y otras frases que mejor no transcribir. Cerraba los ojos, resoplaba, juntaba los labios, miraba fijo el teclado, el techo blanco, la pared celeste del comedor diario. Prendía el televisor para tratar de distraerse con los otros partidos y se daba cuenta una vez más de que por el resto de un día con resultado adverso, ver fútbol lo dañaba.
En una de las paradojas frecuentes en su vida y la de cualquiera, el ventarrón de Río Cuarto le dio ese sábado una oportunidad de entretenerse barriendo, baldeando, barriendo, barriendo por sexta vez, insultando la tierra y la sequía, "maldita sea, será posible. ¡Nunca dos bien seguidas!, alguna vez se avivarán, ¡manga de...!".
The Beatles en una de las cien radios lo distraían por momentos, lo llevaban al placer de la música de "la categoría que ¡ojalá tuvieran ustedes!".
El codo sobre la mesa, la palma de la mano derecha en contacto con el pelo, los ojos cerrados. Como decía Antonio Carrizo acerca de su amado Boca Juniors, Los Andes a veces "hace mal".
Los mates del plácido primer tiempo fueron seguidos por la caminata a la merienda; la menta granizada y la banana con dulce de leche lo despejaron, lo mismo que el cálculo del precio de cada bocha según el helado tuviera una, dos o tres.
Vuelta a casa. Al 2 a 2 sufrido en tiempo de descuento se asocian cinco o seis mates y la suma da gastritis.
The Beatles sigue desparramando belleza: "Mind games", "Carry that weight", "Let it be", "Here comes the sun", "We can work it out" y otros tantos no le cambian el ceño fruncido. La culpa no es de Los Beatles. Y acaso tampoco sea de Adrián Ramírez. El afecto profundo ya sea por un equipo de fútbol, un trabajo o una persona depara felicidad, tristeza, alegrías y rabietas inmensas.