Raíces y frutos
En una entrevista de la revista El Gráfico, Bilardo cuenta que mientras era técnico de la selección argentina de fútbol su hija le echaba en cara darle “más bolilla a Maradona” que a ella.
No hace falta calificar este reparto de atención, menos aun cuando el propio entrenador dijo en varias notas televisivas que al dejar su cargo se dio cuenta de todo lo que había crecido su hija en ocho años. Tampoco es cuestión de ignorar que Carlos Salvador Bilardo fue signado como futbolista por Osvaldo Zubeldía, bajo cuyo mando Estudiantes de La Plata se coronó campeón por primera vez en su historia profesional. Con la misma conducción, al logro nacional de 1967 se sumaron tres copas Libertadores de 1968 a 1970, una Intercontinental en 1968 y una Interamericana en 1969.
Afirmar que Zubeldía ordenaba a los jugadores ir por fuera del reglamento es un error; en 1969 admitió que “si Estudiantes alguna vez sacó ventajas, fue siempre dentro del reglamento”. En otras palabras, entrenaba a sus muchachos de modo que el juego limpio no los distrajera.
En la revancha para dirimir quién era el mejor del mundo en 1969, Estudiantes superó a Milán 2-1 en cancha de Boca. La victoria no alcanzó para descontar el 3-0 recibido en Italia, ni para limpiar la mancha por las agresiones perpetradas contra los italianos.
Julio César Pasquato (Juvenal) tituló esa noche como “La página más negra del fútbol argentino” y planteó: “Si realmente queremos rescatar algo para seguir creyendo en el futuro, empecemos por repudiar este episodio lamentable”. Las palabras referían a las patadas, codazos y pelotazos arteros contra adversarios que repartieron Ramón Aguirre Suárez, Alberto Poletti y Eduardo Luján Manera.
En diálogo con Juvenal y Héctor Vega Onesime, Zubeldía hizo su descargo: “Nunca ordené golpear. Al contrario, en el intervalo insistí en pedirles serenidad”.
¿Cómo explicar tamaña violencia si el orientador de los futbolistas se quedó “ronco gritándoles que se tranquilizaran, que ganando bien, aunque perdiéramos la Copa, ya habíamos cumplido?”.
Una de las razones es la libertad del hombre, que este director técnico graficó así: “Cuando el jugador entra a la cancha, ya no puedo dominarlo por control remoto”.
La socialización de cada futbolista más allá de su trabajo también influye; si para él es más significativa la voz de un amigo que le recomienda quebrar tabiques con tal de ganar, el noble mensaje del adiestrador pierde peso.
Peor es el panorama si el hombre que pide calma supedita la fecha de casamiento de sus dirigidos al calendario de partidos de fútbol. Lo manifiesta Bilardo en una de las cien respuestas a la revista El Gráfico del 5 de marzo de 2007: “Ganamos un miércoles y el domingo jugábamos contra River, en La Plata, y con el empate clasificábamos para la Copa. Y ya sabíamos que en La Plata no perdíamos. Ese miércoles Zubeldía dijo: “El que se quiera casar lo tiene que hacer lunes o martes, después de River, y el miércoles de vuelta para jugar la Copa”.
Ante esto, ¿cómo procede un futbolista para no asumir que el éxito es indispensable o para respetar más a su esposa que a la victoria deportiva? ¿Era esperable que el arquero Alberto Poletti obrara con mesura al caer frente a Milan si en 1968, contra Manchester, “para que jugara hubo que aplicarle unas inyecciones impresionantes”?, tal el testimonio de Zubeldía a la publicación deportiva un año después.
Esto de ganar no es todo, pero importa más que el dolor físico y la luna de miel se asemeja al docente que se irrita si sus alumnos copian… tras haberles recalcado que el examen es de vida o muerte.
Huellas
“Al final, cuando salió Bilardo lesionado, él también gritaba conmigo pidiéndoles serenidad”, manifestó Zubeldía respecto de la bochornosa revancha contra Milan.
Aplausos para el doctor, que no pudo evitar que las lecciones recibidas cuando futbolista lo enfermaran de exitismo. Como también lo expuso El Gráfico (el 5 de marzo de 2007), el Bilardo técnico reunió al plantel argentino que horas antes había perdido 1-0 ante Camerún en el debut del Mundial de 1990 y le dijo: “Acá hay dos opciones: vamos en un avión, le damos un paracaídas al piloto y nosotros nos estrellamos contra cualquier cosa o llegamos a la final”.
Si los materiales periodísticos fueran mejores cuanto más breves, habría que terminar éste cuanto antes. Hacerlo sería grave. Omitiría que la noche de los incidentes con el Milan, Zubeldía protegió de potenciales agresiones al arquero rival Fabio Cudicini: “Me acerqué, lo tomé del brazo y lo acompañé a lo largo del túnel tranquilizándolo”. Faltaría la perspectiva de los hombres de El Gráfico, que ofrecieron “la opinión de Zubeldía porque la sabemos honesta” y lo apreciaron dado que "dio la cara con su conducta”.
Darle un corte a la nota también implicaría dejar a un costado la valentía de Carlos Bilardo para aceptar, nada menos que en un juicio, que era amigo de José Barrita, extinto jefe de la barra brava de Boca. En una sociedad donde hipocresía es sustantivo común, en la que nadie votó a presidentes que se impusieron con más del 48 por ciento de los votos, vale reconocer a quien proclama su afecto por una mala persona.