Transformaciones
Decir que unirse a un grupo deportivo entraña solo beneficios puede ser mentira. En algunos planteles, ser nuevo equivale a sufrir humillaciones... como mínimo.
Sin embargo, es cierto que la práctica deportiva libera endorfinas, demanda tomar decisiones, afrontar frustraciones, desplegar estrategias y templarse en el esfuerzo. Alguien estresado, dubitativo, alicaído, inerte y reacio al sacrificio puede descubrirse distinto a través del fútbol, el tenis, el atletismo, etc.
John Amaechi cuenta en el programa "El poder del deporte", de la CNN, que "dejó de ser un monstruo" y se convirtió en "un producto apetecible" cuando su altura y su peso (2,08 mts, 122 kilos, algo menos años atrás) hallaron en el básquetbol su espacio de realización. A tal punto fue así que llegó a la NBA y se destacó.
De la masa a la mole. De la altura vana al cénit. De sentirse excluido, mirado como un bicho raro, a ganar la seguridad suficiente para expresar públicamente su homosexualidad en el machista universo del deporte profesional.
Amaechi marca lo que es dable conseguir por medio del deporte.
Por supuesto, a la vuelta de la esquina hay ejemplos opuestos, entre otros el de Moacir Barbosa Nascimento, arquero de Brasil la infausta tarde del 1-2 ante Uruguay en Río de Janeiro por la final del Mundial de Fútbol de 1950. Impedir los goles rivales fue para Barbosa motivo de condena a vivir exiliado en su propio país, a ser despreciado aun por quienes nacieron décadas después.
Acaso la amarga historia de Barbosa ilustre la diferencia entre valor intrínseco y extrínseco del deporte: un juego que por sí es positivo se transforma en destructivo por culpa de quienes socializan en blanco y negro, en triunfo o vergüenza, en mole o masa, en bendito o monstruo.
Esta noche, si pasa una estrella fugaz, bien vale pedirle por más gente como la que ayudó a Amaechi y por el cambio de quienes fulminaron a Barbosa por revelarse imperfecto en un momento inoportuno.
Fuente consultada: Wikipedia.