17/8/16

Honor a la grandeza
Apreciar atributos en la derrota se facilita cuando no se es fanático. Se respeta un liderazgo en el básquetbol que acaso en el fútbol que apasiona se reprocharía.
Emanuel Ginóbili vio a un compañero amagando ensuciar un partido virtualmente imposible de ganar y, lejos de sumársele, lo instó a dejar la bravata y perder con la frente en alto.
Un hombre que ha aunado talento, esfuerzo y caballerosidad jugó el 17 de agosto (¡vaya fecha!) de 2016 su último cotejo con la selección argentina de básquet.
La película fue realista y justa: la Argentina cayó ante Estados Unidos, Ginóbili dijo adiós con los mejores de testigo: un final a su altura.

La mejor victoria

Emanuel Ginóbili estaba perdiendo. El exitismo, destructor de la razón, podría haberlo llevado a vender cara la derrota, a arruinar el festejo a Estados Unidos. Acostumbrado a las victorias (4 veces campéón en la NBA, oro olímpico en 2004, entre muchos otros títulos), aceptó irse de la selección argentina de básquet con un revés deportivo.
Su imagen del final, con abrazos de afecto y respeto de compañeros y rivales, es una postal de triunfo vital, perenne. Un deportista de elevado espíritu nos enseña a quienes trazamos gruesas y desprolijas rayas para distinguir vencedores y vencidos que la mano puede ser distinta. Y que hay premios más allá de las estadísticas.