Cuando el poder no alcanza
Juan Carlos Lorenzo fue un director técnico obsesivo y trabajador como pocos en su época.
Desde llevar soles de noche para iluminar vestuarios visitantes en previsión de cortes de luz provocados por los locales a repartirles a sus futbolistas papelitos con apuntes acerca de sus adversarios. Desconfiado de que le pusieran sustancias extrañas en los hoteles de Buenos Aires donde concentraba con sus equipos, en 1975 al frente de Unión de Santa Fe transportaba su propia agua mineral.
Uno de sus más altos méritos como observador fue registrar que Ubaldo Fillol, arquero de River, demoraba en el armado de la barrera ante tiros libres. Lo informó a sus jugadores de Boca y así fue que Rubén Suñé, rápido y preciso, convirtió en gol una falta para el 1-0 que definió la final y consagró al xeneize campeón nacional en 1976.
El mismo año había obtenido el torneo Metropolitano con Boca y en 1972 también ganó por partida doble en San Lorenzo.
El Toto supo fortalecer físicamente a delanteros tales como Juan Irigoyen y Leopoldo Luque para que estuviesen mejor preparados ante los choques con marcadores contrarios y mentalizó a más de uno para rendir por encima de sus posibilidades.
Antes del uso de aspersores y del agua para acelerar el juego, hacía regar la cancha hasta embarrarla si la formación rival estaba integrada por hombres pesados.
Carlos Randazzo, entre otros jugadores que lo tuvieron de entrenador en 1979, año en que Boca no consiguió coronas, dijo que era un adelantado estratega y que sus predicciones durante las prácticas se cumplían en los partidos.
Sin embargo, el poder de Lorenzo tenía límites: su aura gloriosa no le impidió ser el técnico con el cual descendió San Lorenzo en 1981, ni le sirvió para torcer una racha sin éxitos de Racing que en 1980 ya llevaba 13 años sin campeonatos.
Alguien tal vez señale que por entonces Lorenzo andaba cuesta abajo. Es cierto, tanto como que le tocó morder el polvo incluso en sus tiempos de cumbre y por errores ajenos opuestos a su prédica.
En una entrevista de El Gráfico, en 1995 evocó la forma en que el Atlético Madrid al cual conducía se dejó empatar sobre la hora por el Bayern Munich la segunda final para determinar el campeón europeo de clubes:
"Lo que hizo Reina, el arquero, no tiene perdón. Nos pusimos 1-0 a siete
minutos del final. Faltando uno, tuvimos un tiro libre a favor, lo pateó
Gárate y le salió una masita a las manos de Maier. Este sacó fuerte con
el pie y Cacho Heredia la mandó afuera. Vino el lateral, la tomó
Beckenbauer y se la dio a un tal Schwarzenbeck, un zaguero que era muy
torpe, Tanto es así, que no supo qué hacer y se sacó la pelota de encima
pateando al arco. Un tirito... ¿Saben lo que estaba haciendo Reina?
Dándole los guantes de recuerdo al fotógrafo de Marca. Por supuesto, fue
gol. Nos agarró una desesperación terrible Vicente Calderón, el
presidente, casi se nos muere en el camarín. Salimos 1-1 y había que
jugar un desempate a las 48 horas. A Reina no lo encontrábamos por
ningún lado. Estaba refugiado en el vestuario del árbitro. Después
apareció y me pidió la revancha. Se la di, pero no nos acompañó la
suerte: el Bayern nos bailó y nos ganó 4- 0..." (nota completa, en http://www.elgrafico.com.ar/2018/09/07/C-32463-1995-toto-lorenzo-100-x-100.php).
Hasta para quien no es futbolero es evidente que las fallas de sus jugadores están en las antípodas de lo que les enseñaba Lorenzo como entrenador. ¿Por qué ocurrieron?
Ni el mejor técnico es todopoderoso, ni los jugadores más destacados son perfectos.