Medios, libertad y
segunda selección
Hablar de responsabilidad social de los medios es entrar en
aguas profundas, tanto que a veces con suerte se logra apenas chapotear y en
otras hay riesgo de ahogarse. Este texto quizás pase por ambas instancias.
Que los medios tengan en cuenta la repercusión de lo que
dicen es clave a fin de que, en nombre de la libertad de expresión, no caigan
en un manual de instrucciones para, por ejemplo, cometer atentados o robar sin
ser capturado. ¿Alguien llamaría socialmente responsable a quien publicara
libros de lectura de escuela primaria que indicaran cómo hacer bombitas de
olor, romper sanitarios y aflojar tornillos de asientos de compañeros y
docentes? ¿O a quien enseñara poesía con la rima “hay que entrar a matar gente/
aunque sea quince o veinte”?
La responsabilidad social atañe también a lo que se omite.
¿Es correcto que los medios oculten, callen, se tapen los ojos y los oídos y
saquen de la agenda temas que la ciudadanía necesita conocer? ¿Qué tal si uno
va de vacaciones a un lugar rotulado de seguro y no logra salir con vida? ¿O si
los noticieros silencian evidencias de corrupción de un candidato o un
gobernante?
Como suele ocurrir, lo que puede complicarse se complica.
Ejemplo: la radio de una localidad que atraviesa una crisis económica, por eso
mismo no cubre los costos con publicidad comercial. Llega el gobierno del lugar
y aporta propaganda a cambio de anuncios tales como “dos nuevos cestos de
residuos en la plaza. Gestión Pirincho”. “Nuestro río es de agua dulce. Gestión
Pirincho”. “Sumamos un médico al dispensario. Gestión Pirincho”.
El día que en el pueblo sucede un hecho que daña las
aspiraciones de reelección de Pirincho, ¿la radio comunica la noticia? La pregunta
acaso sea retórica.
¿Será por eso que hay emisoras que solo pasan música?
Pirincho no aporta a la radio por amor a la libertad de
prensa. Y supone que, aun viviendo en un pueblo chico y en tiempos de redes
sociales, acallar los medios de comunicación masiva del siglo 20 es una opción
conveniente. “No será suficiente para ocultarlo todo, pero achica el bochorno”,
intuye.
“Al escándalo de la corrupción le sumás el de la censura”,
le replicaría un periodista. “Considerar eso es un lujo que no me puedo dar”,
probablemente replicaría.
Pirincho no estudió comunicación, pero como casi todos los
poderosos se afilia a la teoría de la aguja hipodérmica, de manera que asume
que la audiencia da por cierto lo que consume en los medios. Que si escucha que
comer hamburguesas es saludable, no importa que se le llene de grasa el paladar
ni quede una capa blanca sobre la fuente: seguirá comiendo hamburguesas. Que si
el intendente afirma por la radio que el pueblo está bien administrado, debe
ser mentira que todos los empleados cobran el salario atrasado y fragmentado.
“Si no podés tapar el sol con la mano, comprá anteojos
oscuros de segunda selección”, se lee en un papel que está entre la superficie
metálica y el vidrio del escritorio de Pirincho.