Hoy doble función: televisión y cine
Por Rodrigo Oviedo (Fundación Cervantes)
El mejor Tinelli
Bailando por un sueño es uno de esos programas que se esperan con ansiedad pero que al poco tiempo se tornan repetitivos y la monotonía termina por aburrir. Curiosamente el eje del show no se apoya en lo logrado de las performances, sino en todo lo que pueda aportar al escándalo, la lástima y el ridículo. Y entre ese circo romano se destaca la conducción de Marcelo Tinelli y su sentido del humor bien de barrio.
El jurado de Bailando… no se queda atrás. Con un discurso que pareciera ensayado en los fines de semana se apresta a “evaluar” a los participantes, aún cuando el criterio no siempre es claro.
El sexo es la apuesta fuerte y no se pierde oportunidad para el desfile de cuerpos que tiene al baile como excusa asegurada. Cae en la redundancia y lo peor es que pareciera ser conciente de eso y termina por cansar.
Sin embargo, el programa se sostiene por su excelente puesta en escena y el colorido de las imágenes de un canal como el 13. Quizás al ver Bailando… se extrañe al Marcelo Tinelli y su troupe de humoristas de antaño. Aún sus detractores pueden sentir que lo mejor de Tinelli se perdió y que, en definitiva, siempre se puede caer un poco más bajo.
Derecho de Familia
El director Daniel Burman acerca a los espectadores una de esas películas que en la superficie tiene tan poco pero que, por debajo, tiene lo suficiente para movilizarnos. La historia es de un joven abogado de nombre Perelman que vive más la vida de su padre, también abogado, que la suya. La transición de Perelman hijo va desempolvando las diferencias con el padre al que quiere y admira con un respeto académico y sitúa a los personajes en un terreno desconocido para ambos. Es allí que el joven abogado Perelman se siente confuso y no sabe interpretar al hombre del cual vivió bajó su sombra durante toda su vida. Pero no hay rencores. No hay odio. Padre e hijo se dicen sus cosas en silencio y la necesidad del abrazo se ve en los ojos de los Perelman. Pero ese abrazo nunca llega. El ejercicio de la paternidad aleja al hijo cada vez más de ese fantasma amigable al que no dejará de extrañar por lo que pudo ser y no fue.
Mención especial es la actuación de Daniel Hendler que compone un personaje que va de la personalidad diluida a la purificación de espíritu, a un acercarse a la belleza de la niñez compartida entre padre e hijo. Y para Daniel Burman, por regalar esta sutileza al cine nacional, una de esas joyas que se ve más con el corazón que con la cabeza.