29/10/08

Prohibido gambetear
La pena de muerte fue el punto de partida de una clase en la carrera de Periodismo en la Fundación Cervantes.

Hombres decentes de buenas costumbres
Por Rodrigo Oviedo

La pena de muerte es uno de esos temas de los que resulta complicado emitir un juicio tajante. Es como el aborto. A veces es preferible eludirlos que entrar en una dura polémica con los otros y con uno mismo.
Decidido por la polémica, la postura de matar a un ser humano, aun sea éste culpable de la mayor aberración, me produce un escalofrío. Cuando se afirma “pena de muerte” con tanta soltura pienso si el que pronuncia, generalmente son los hombres decentes de buenas costumbres, sería capaz de disparar o introducir una aguja en una vena para llevarse toda su vida. Pero por supuesto, estos hombres decentes de buenas costumbres se han pasado la vida delegando los asuntos no gratos al impersonal. Quizás eso les ha posibilitado ser hombres decentes de buenas costumbres.
Bendito sector de la población que quiere el bienestar de la humanidad, pero que retuerce el semblante con la sola idea de que la revolución pueda rayarle la pintura del auto.
Estados Unidos ha comprobado que la pena de muerte no reduce la criminalidad. Los hombres decentes de buenas costumbres conocen este dato. Entonces me pregunto, ¿serán estos hombres, hombres decentes de buenas costumbres?

Ruleta rusa
Por Pablo Amiot Gaspio

La pena de muerte, también llamada pena capital, radica en la ejecución de un ser humano que ha sido condenado por parte del Estado, a modo de castigo, tras haber cometido algún delito explícitamente establecido como tal en la legislación.
El tema en cuestión es quizás uno de los más controvertidos a la hora del análisis. Por un lado, están los que observan la pena de muerte con una mirada coherente si se toman en cuenta episodios puntuales tales como violaciones de derechos humanos, abusos sexuales, crímenes y otras transgresiones de carácter atroz.
Otros señalan que quien será víctima de un final anunciado puede cometer agravios a partir de impulsos que nada tienen que ver con una acción de tipo consciente, sino que las mismas se efectúan a partir de patologías que se instauran en el hombre desde temprana edad a raíz de múltiples factores que tienen que ver con lo social, lo económico y la concepción de aprendizaje, con todo lo que esto último significa.
La pena de muerte es un arma de doble filo. No sólo porque a quien se le aplica puede carecer de raciocinio, sino también porque la justicia -más aún en Argentina- no responde de manera coherente a la hora de resolver premios y castigos.

Pena capital: ¿la solución?
Por Bruno Natali

La pena de muerte en nuestro país en estos tiempos es una medida no viable. En una nación donde la injusticia, la corrupción, el facilismo, la falta de educación y las cosas mal hechas son moneda corriente no se puede adoptar la pena de muerte. Imagínese usted que por esas casualidades hay un asesinato en un lugar x, donde hay alguien que dice haber visto algo, le describe a la policía el autor del hecho y por esas casualidades y características similares propias de nuestra raza coincide con usted. Posterior a este hecho lo detienen y usted no tiene cómo comprobar que no estaba allí y lo sentencian a pena de muerte. Es complicado, ¿no?
La pena capital consiste en la ejecución de un condenado por parte del Estado, como castigo por un delito establecido en la legislación; los delitos a los cuales se aplica esta sanción penal suelen denominarse crímenes o delitos capitales. Actualmente esta medida existe en muy pocos países del mundo.
Es poco admisible que hoy se le pueda cruzar, la pena de muerte, por la cabeza a algún funcionario para solucionar los problemas de violencia que existen en nuestra sociedad. Tampoco es una solución al sistema carcelario colapsado que se tiene en Argentina. Este problema de violencia es un problema mucho más profundo que pasa por las condiciones de vida de muchos de los ciudadanos y por sobre todas las cosas el poco respeto hacia los demás y la falta de educación que existe en estos días.


El origen de la vida
Desde cinco palabras y tres apellidos había que escribir un cuento fantástico. Esto hicieron en 20 minutos de clase Valeria Caballero y Rodrigo Oviedo, de tercer año de Periodismo de Fundación Cervantes.

Adiós, nada
Por Valeria Caballero

En un oscuro planeta cercano al sistema solar circundado por la nada, gravitaban de modo estrepitoso un sinnúmero de células.
Algunas circunstancias habían provocado que este lúgubre planeta estuviera deshabitado. Sólo la infelicidad de la nada se hacía eco en el lugar.
El universo guarda siempre algún misterio pero en este particular espacio, el suspenso parecía ser de una gran dimensión.
Pasó el tiempo, las células seguían flotando en el aire pero no lograban conectarse entre sí para que la vida comenzara a expresarse.
Un día, tres células llegaron a un espacio de encuentro y dieron a luz a tres seres.
El paso de los años dio sus frutos y estos extraños habitantes crecieron, se amaron y también se odiaron frente a ciertos contratiempos.
Uno a otro se fueron poniendo nombres. Se llamaron entre ellos Alejandro Dolina, Carlos Menem y Charly García.
Eran tan diferentes uno de otro que no lograban ponerse de acuerdo en nada. Carlos quería construir una ciudad para que el planeta fuera habitado. Deseaba una unión política de los tres habitantes para multiplicar las células y de ese modo incrementar el número de seres vivos. Su plan era que la ciudad creciera para luego reinar y disponer de todo el poder.
Alejandro quería contar historias. El estaba seguro de que contando historias y escribiendo, la vida seguiría su curso y la energía universal se expandiría para multiplicar los seres.
Charly, en cambio, quería expresarse desde la música y el desenfreno. El creía que si cantaba, las células lograrían vibrar hasta estallar... y así se expandirían muchos embriones...
Cada uno hizo un aporte y de esa energía vital, diversa y plural pudo emerger la existencia de millones de embriones. Todos ellos portaban personalidades, gustos y reacciones diferentes, todos ellos construían un espacio común para convivir y crear un pequeño mundo...


Los tres cielos
Por Rodrigo Oviedo

Pocas cosas hay más lamentables que alguien a quien los años le han pasado por encima pero continúa aferrado al elixir del pasado.
Allí se encontraba aquel duende viejo y patilludo, al margen de un río. Jugaba a tomar la arena con una mano y ver cómo aquella se le escabullía por los dedos. El duende se hacía llamar Menem.
Pero pronto la infelicidad de las circunstancias pasó a segundo plano para el duende (que también era orejudo) al irrumpir en escena un estrepitoso personaje que en otro mundo supo ser un exitoso músico que saboreaba contratiempos.
Sin inmutarse por el duende a la orilla del río, se arrojó desesperado a la arena que, por la intensidad de la luz del sol, lucía fatalmente blanca. A pesar de la debilidad que su cuerpo escuálido proyectaba, se entretuvo un buen rato aspirando arena.
En ese preciso momento, a puro crol, y sin pretender generar suspenso alguno, pasó a nado por tan precioso río el poeta de barrio Alejandro Dolina.
El duende y el músico lo vieron llegar. Dolina advirtió que se derramaba la pena en aquellos dos pares de ojos que lo observaban.
El iluminado Alejandro hizo pie a pocos metros, caminó hasta la orilla mientras que un movimiento mágico de sus manos hacía aparecer de la nada un pequeño anotador con su correspondiente lápiz.
Semejante historia merecía ser contada.