Desde una sensación que a menudo paraliza, textos que movilizan desde Río de los Sauces
El miedo. Algo que parece ser un limitante casi ingenuo de una persona. Pareciera que el miedo no tiene ninguna injerencia en los demás, mi miedo es sólo mío.
Sin embargo el miedo produce silencios, a veces silencios cómplices. Hubo un tiempo en que el miedo de muchos se transfiguró en algo llamado indiferencia. Sus consecuencias fueron trágicas: miles de desaparecidos, miles de torturados, muchas personas privadas de su identidad, de su verdadera familia.
También el miedo estaba instalado en algunas personas con trajes con charreteras y condecoraciones prolijamente vestidos. Ellos manifestaban su terrible miedo matando. Mataban personas, creían que también mataban ideales. Pero tenían mucho miedo a los que no les tenían miedo.
El miedo puede llegar a ser un peligroso asesino. Por eso hay que lograr que el miedo nos tenga terror, pánico a nosotros y no al revés.
El color del temor
La noche es oscura, un sonido casi imperceptible causa estupor, quietud. Tal vez la belleza en el aspecto y en el trino de un ave que puede deleitar en nosotros el sentido de la vista y del oído a la luz del día, bajo la oscuridad de la noche puede causar una sensación diametralmente opuesta.
Detrás de una oscura y horripilante máscara puede estar el rostro más dulce y tierno.
El miedo también es prejuicioso. Pasamos al lado de una persona de piel y cabellos claros, de elegante vestir sin sentir necesariamente temor. Pasamos al lado de otra persona, de mirar penetrante que emana de unos negrísimos ojos. Persona de cabellos también oscuros y ensortijados. De piel opacada por la dureza de la vida. Y sentimos temor, desconfianza, nos ponemos a la defensiva.
Cuando no tememos nos sentimos radiantes, iluminados. Cuando el miedo nos invade estamos hoscos, sombríos, callados; oscuro y turbado el pensamiento.
¿Será que el miedo es la ausencia de toda luz y color?
Autor de ambos textos: Beto Gómez
No me persigas, déjame ser libre
Por Rosana Mazzoni
Un día llegaste a mí para quedarte, pero yo no puedo compartir muchas cosas contigo, me acostumbré a manejarme con total libertad, por lo tanto tendrás que quedarte solo.
Difícilmente podremos llevarnos de acuerdo, somos muy distintos, aunque te confieso que en ocasiones te apoderas de mí y no sé qué hacer.
Tú eres muy posesivo, dominante e imponente, no me dejas ser quien soy; esto no me sirve, yo amo la libertad, no me gusta que me digas qué tengo que hacer y que tenga cuidado. Debes buscar otro lugar para quedarte, éste no es el adecuado, no podrás cambiar mi forma de ser y sólo en algunas cosas estaré de acuerdo o seré tu cómplice, pero no siempre. Piénsalo.
No me decido a aceptar este desafío
Por Lucy Bringas
El silencio en el auditorio marca el tiempo para iniciar la exposición. Me había esforzado mucho para lograr un buen trabajo. Estoy satisfecha. Conozco el tema.
Sin embargo, siento que el miedo va ganando mi ánimo, se mete en mi sangre, recorre mi cerebro. ¿Qué me está pasando? Mi corazón late alocado en la boca de mi estómago y mis manos se están humedeciendo. ¿Por qué mi voz queda atrapada?
Inseguridad, angustia, temor al ridículo o a la fragilidad de mi memoria. Todo esto contribuye a paralizarme pese al enorme deseo de salir corriendo.
Obnubilada, no atino a buscar en mi psiquis la mínima posibilidad de salir del atolladero que me ahoga.
De pronto, desde la más intrincada zona cerebral, comienza a hacerse presente un pensamiento fuerte, contundente: “Piensa que puedes y podrás”. Respiro profundamente. Siento que poco a poco me oxigeno y puedo dominar esta fobia incipiente.
Una vez más respiro para dar lugar a una exposición que provocó insomnios en largas noches invernales.