“¿Qué pasaría si la gente dijera siempre lo que piensa?”. Jerry Seinfeld lo preguntó en un episodio de su telecomedia. Debajo, un puñado de las múltiples posibilidades:
-Más de un empleado sería despedido.
-Habría muchos discursos interesantes.
-El club de hipócritas “Nosotros somos sinceros” se quedaría sin socios.
-“Con alegría” ocuparía el espacio de “Con respeto” en unas cuantas coronas de los velorios.
-Los chistes de suegra pasarían al noticiero.
-Empezarían y terminarían noviazgos.
-“¿Querés bailar?” dejaría de ser la primera pregunta en los boliches.
-Quizás valdría la pena escuchar los análisis de los futbolistas antes de los partidos.
-“Porque no tenía ganas” reemplazaría a “razones personales” y “compromisos contraídos con antelación” para justificar ausencias.
George Constanza respondió el interrogante en otro de los capítulos de la serie. El hombre que fingía ser arquitecto, un día –perdido por perdido- resolvió cambiar su rutina. Dejó de almorzar ensalada de atún y se presentó a una linda rubia como un desempleado que vivía con los padres. Consiguió una entrevista laboral en los New York Yankees y le dijo al mismísimo mandamás Steinbrenner que el equipo era desastroso. La rubia aceptó salir con él y Steinbrenner lo contrató.
Adivina la situación
Se mordisqueó las uñas. Suspiró y el corazón le latió rapidito. Resopló. Pensó en dejar todo así. Caminó varias cuadras. Cuando la taza de café estuvo casi vacía, pronunció lo que deseaba.
Le contestaron que no.
Se fue contento aun amargado. Respetuoso de su derecho a la felicidad, le había ganado la pelea a sus miedos.