18/11/11

Pronóstico personal
"En La Tregua, el personaje de Marilina Ross es tan hija y hermana que se olvida de vivir" escribió Adrián Ramírez. Tachó cuando notó que la sentencia era parecida a "¿y vos cuándo vivís?", pregunta que lo sublevaba por la incomprensión de la que surgía. Embalado, continuó: "Algunos creen que si a uno le sobra el tiempo, entonces no vive, que si trabaja unas cuantas horas, atrofia su vida. Por supuesto que hay contextos y actividades alienantes, absurdas, a las que tal vez me anime a renunciar un día que no saque cuentas o a reemplazar si achico el miedo a lo nuevo. Pero hay ocupaciones cuyas amarguras son mucho más útiles, tienen un sentido, y llevarlas a cabo es vivir, mal que les pese a algunos que no lo entienden".
El muchacho se acordó de la dulce y hacendosa Blanca, ama de casa encarnada por Marilina Ross en la película de Sergio Renán. De sus palabras semejantes a "siento que tengo que hacer algo, no quiero que se me vayan los años". Algo menos enojado, Ramírez sintió que a esa confesión sí le cabía la equivalencia con "¿y vos cuándo vivís?". Se acomodó el pelo, se acordó del Jack Baker de Los Fabulosos Baker Boys, de su lucha entre seguridad económica inerte y necesidad de cambio... Releyó la proposición laboral que le hacían y presintió que el futuro iba a gustarle.
¡Grande, Seinfeld!

Una comedia bien hecha causa gracia donde la vida real duele.
En poco más de veinte minutos, Seinfeld circula jocosamente por varios padecimientos y aporta a la reflexión psicológica.
En un episodio, Jerry y George advierten que son adultos que actúan como chicos, le temen al compromiso (teléfono para varios) y se encaminan a envejecer solos.
Jerry decide reanudar un noviazgo. Lo aceptan.
George resuelve proponerle matrimonio a Susan. Boda a la vista.
En la cena de reconciliación, Jerry ve a su chica comer las arvejas de a una y determina que es preferible la soledad.
Pasados unos mimos, George llama a sus padres para transmitirles la buena nueva. Su mamá le pide hablar con Susan y lo consigue:
-¿Lo amas?
-Sí.
-¿Mucho?
-Sí.
-¿Puedo preguntarte por qué?
El crudo diagnóstico que encierra la pregunta de mamá Stella y los gritos de fondo de papá Frank permiten entender tanta inseguridad y otras debilidades de George, que acaba cortando ante la piadosa mirada de su prometida.
La alegría también se le empaña al calvo retacón cuando se entera de que Jerry no se embarcará en la vida en pareja. "Creí que teníamos un pacto", le reclama. "Si mi amigo no se casa y yo sí, le debo estar errando" es de suponer que piensa George. Entonces le sugiere a su novia postergar el matrimonio. Las lágrimas de ella lo hacen volver sobre sus pasos. Al día siguiente el que llora es él y así ella consiente diferir el casamiento de diciembre a marzo.
Diaria agresión

Al paso que vamos, los próximos diccionarios van a decir ‘tú/ usted/ vos/ boludo”, vaticinó Adrián Ramírez en el parcial de Sociolingüística.
Tachó un par de líneas y agregó: “Lo malo no es solamente cómo algunos tratan sino como otros se dejan tratar. Porque si un amigo dice: ‘Che, boludo, vení a tomar mates’ y yo no le recuerdo que me llamo Adrián, estoy contribuyendo a que me siga llamando así”.
Su producción seguía de este modo: “No me preocupa que los árbitros de fútbol lo acepten; si se van a poner a dialogar con cada hincha que los insulta no van a ver nada de lo que pasa dentro de la cancha. Lo que sí resulta peligroso es que entre pares se elija semejante trato. Lo menos que se le puede pedir a un amigo es que nos respete. Además, si el término se usa como pronombre y uno es medio tonto, acaso no sabrá distinguir las ocasiones en que se lo apliquen como adjetivo.
¿Será que nos tratamos tan mal que dejamos de percibir la dureza de algunos rótulos? Naturalizar agresiones es un proceso y, como tal, admite variaciones en el tiempo. O sea que hay esperanzas”.

Cita para exitistas
De la profesora de Expresión Oral y Escrita, Julieta había aprendido a usar citas para introducir un tema. Leyó en la claringrilla del domingo que “la gente por lo general soporta mucho mejor que se hable de sus vicios y crímenes que de sus fracasos”. Se enteró de que el autor era Lord Chesterfield. Le preguntó a su padre si tendría algo que ver con el fabricante de fijador para el cabello, se quejó por su risa, recordó que era Lord Cheseline y volvió a su pieza.
Julieta sintió que la frase retrataba a unos cuantos exitistas que no se tenían por tales. “Qué curioso. Tipos que descalifican a los equivocados ni cuenta se dan de lo errados que están en sus autodiagnósticos”.
Eran los 0.17. Julieta escribió esto y dejó la redacción del trabajo práctico para unas horas después.

Progreso
Desde hace dos años, Ezequiel y Melisa viven en el mismo barrio.
Desde hace un año se saludan.
Desde hace tres meses tienen un bebé.

12/11/11

Palabra bastardeada

Un filósofo señaló que muchas personas juntan amigos en Facebook como quien colecciona figuritas.
Otro hombre de las ciencias humanas había dicho antes que al siglo 21 se entraría con el mito "más es mejor".
Las frases se juntan y suman realidades tales como personas que tienen más de mil amigos, programas de radio o televisión que buscan llegar a los 50 mil seguidores o cifras superiores como si eso fuera un seguro de calidad.
"El otro día estaba dando vueltas por Facebook, te vi y te mandé la solicitud", le dijo un compañero del fútbol de los sábados a otro. Cerca de un año transcurrió desde el último partido a ese fortuito encuentro en la calle. No se habían preocupado en averiguar si el casado tendría más hijos, si el soltero estaría de novio, si el desempleo había irrumpido en sus vidas o si habían cambiado de sexo. La amistad no se ejercía. Sin embargo, ¿por qué no simularla si sólo cuesta un clic, agranda el número de contactos y es una nueva figurita para el album?
Buenos docentes queribles

"Hacé el bien", le dijo Laura como al inicio de cada día. Su padre le había enseñado ese saludo que ponía en práctica en los diferentes ámbitos de su vida.
"Hay que insistir, perseverar" fue otra de las frases de ese hombre sincero, autocrítico y humilde al punto de reconocer públicamente errores de los que muy pocos se acordaban.
"No hay que envanecerse, son dones", sugería a quienes se destacaban en la redacción. Si los escuchaba sentenciar "hay que ser muy imbécil como para...", encontraba la manera clara y afectuosa de enseñar calificativos certeros y a la vez tolerantes.
A veces en mangas de camisa, otras de saco, era capaz de hacerse de tiempo para escuchar en la oficina o en su casa a quien lo necesitara.
"¿Ese muchacho está descansando bien? Vos que sos amigo preguntale", planteaba si veía mal a alguien. Leía con ojo clínico los textos y con afecto a los alumnos que los producían.
Ya en 1995 instaba a prestarle atención a Internet y a capacitarse en informática.
En sus clases apelaba tanto a las definiciones, a los ejemplos y a las analogías como al juego de roles. Dado que le gustaba enseñar, era capaz de dar un taller extraclase los viernes al mediodía. Por eso mismo había armado apuntes sobre prohombres del periodismo, entre ellos Chantecler y Félix Frascara.
"El titular es el escaparate, la vidriera", conceptualizaba al tiempo que ampliaba el vocabulario de los jóvenes, a varios de los cuales les ofreció contactos laborales. "Las frases deben ser de extensión variada, como la duración de las escenas en una película". "Una crónica es como un viaje: antes de llegar a destino se pasa por varias estaciones". "El mejor conector es el punto". "La palabra pero es menos necesaria de lo que uno cree" fueron algunas de sus normas.
El amor depara curiosidades como esta. La mayoría de los estudiantes conoció a Lionel Gioda como genial maestro de periodistas. Sin embargo, lo primero que en general resaltan es su cariño, su paciencia, su tacto.
Si el entrenador César Menotti los hubiera visto, tal vez habría dicho que equivalían a una de sus admiradas "pequeñas sociedades", expresión que usaba para referir a duplas de futbolistas afines. Porque junto a Gioda trabajaba una mujer que hacía docencia sin creérsela. Cómo sería que había armado un material de 200 y pico de páginas acerca de dos siglos de periodismo e historia argentinos y lo llamaba "mamotreto".
Amigable de aspecto serio, rescataba lo bueno aunque no respondiese a la consigna. Si un par de jóvenes construía valiosas notas de color en vez de notas de interés humano, las elogiaba y marcaba la diferencia.
"Cierre de broche" era lo que ponía al lado de una frase final que agregaba caracteres, no sentido.
Corregía con una birome o microfibra negra, fumaba Le Mans suave y escuchaba sin fastidio, en horas de consulta y después, desde dudas sobre la materia hasta preguntas sobre qué visitar en Buenos Aires.
Aparte escribir le atraía la diagramación.
Cultivaba la gratitud con gestos concretos como invitar a cenar a los alumnos ayudantes de cátedra.
Liliana Llobet también despertó evocaciones que trascendieron todo lo que enseñó y sigue compartiendo en torno a periodismo y comunicación impresa.

10/11/11

Disculpe Usted

Por Daniel Omar Ali, Lic. en Ciencias de la Comunicación

Llegó como pidiendo perdón. Se arrimó a la parada de colectivo, con la cabeza gacha y me dijo con vergüenza: “Disculpe señor, me puede llamar a este número, ando buscando trabajo y no sé leer”. En aquel entonces, era un estudiante incipiente y ese momento fue una marca a fuego. Entendí en un soplo la responsabilidad y el compromiso de acceder - como una ínfima minoría - a la Educación Pública.
Ese hombre, llegado del bajopueblo simbolizaba a miles de pobres que eran el sostén de mi educación y la de otros tantos. Me juramenté, por aquel entonces, devolverle algo de lo que aquella multitud de humildes me daban. Después, la vanidad y la estupidez me llevaron por otros caminos. Digo estupidez, porque me olvidé que también orillé por necesidades insatisfechas.
“La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende”, dice Eduardo Galeano sobre la pobreza. Pareciera que es más fácil tomarlos por el cuello y exigirles firmemente, que no se pueden quejar, que hacer algo por ellos. Después de todo, estar ahorcado no es tan malo.
Los vemos a diario, con sus carros obstaculizando el tránsito, tocándonos el timbre de casa o cuando el semáforo nos obliga a detenernos. Molestan, son un puñadito de arena, no obstante molestan. Pero hay montañas de arena. Esos niños aprendieron la humillación y el maltrato antes que a pedir. Encima del prejuicio que cargan sobre sus espaldas, un mal humorista y peor político sostiene con total descaro, que las adolescentes de escasos recursos se embarazan con el sólo objetivo de cobrar la Asignación Universal por Hijo. La pobreza es un estigma, no una elección. Esos jóvenes son promesas, no peligro.
En la pobreza se vive sin seguros ni reaseguros, sin protección de ningún tipo, a la intemperie, en la desatención desde lo público. Podemos condenar la pobreza, pero ¿tenemos alguna simpatía por los pobres? ¿más allá de la declamación, nos interesa hacer algo por los que están afuera? Como sociedad debemos tomar conciencia de que la pobreza y la indigencia no son un designio inevitable.
El modelo de igualdad de oportunidades - donde cada uno obtiene sus logros conforme sus méritos - tiene bastante crueldad, porque los que menos tienen, arrancan muy por detrás de los más beneficiados por el sistema. Las buenas políticas son las que “fortalecen” a los ciudadanos para que estos puedan gestionar sus propias vidas.
“Tener no es signo de malvado y no tener tampoco es prueba de que acompañe la virtud”, dice Silvio Rodríguez en una de sus canciones, pero el que nace mal parado
depende de la caridad del que tiene para procurarse el pan. Porque en verdad, la caridad no tiene que ver con que yo quiera y pueda hacer algo por otro, sino que es un derecho del otro y una obligación mía.
La solidaridad es superadora respecto a la caridad en sentido laico y la justicia social es superadora respecto a la solidaridad: termina por completo de horizontalizar esa relación entre el que da y el que recibe. La capacidad de ayudar al otro nos redime desde nuestro lugar en la sociedad. El primer beneficiado es el que genera el bien porque es un boomerang que vuelve, enriquece, modifica la mirada. El que da tiene su premio en la satisfacción que experimenta cuando el otro es mejorado en su situación. Y sin duda, aquél que es beneficiado obtiene un lugar mejor.
Más allá de la presencia o ausencia del Estado, el cambio de mirada nos toca a los ciudadanos que no nos caímos del sistema, porque caerse es fácil, pero muy complejo volver a subirse. Nos hace falta ensuciarnos los pantalones con el moco de los niños que nos abrazan de alegría si vamos al barrio. Allí - que cuando llueve - las calles de tierra se vuelven ríos desbordados que impregnan todo de barro y humedad.
Con frecuencia se escucha una frase irónica, pero cierta: “Siempre hubo pobres”. Pero la cuestión debería ser: ¿Siempre habrá pobres? En este país bicentenario existe la capacidad de proyectar la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Puede parecer una quimera, pero tengo la esperanza de que vamos caminando hacia la salud social.

Pd: Disculpe Usted, por tantas ideas rayanas. Suyo.

4/11/11

El agua helada del realismo

-¿Cómo hago? –le preguntó Adrián Ramírez a su amigo Esteban.
-¿Cuántos años tenés?
-Ya sabés.
-Asumilos, Adrián. Si sos responsable como para decidir bien, ya sea para hacer o para quedarte en el molde, entonces también podés dejar de vivir de ilusiones.
-Okey, vos suponés que la responsabilidad es un signo de madurez. Coincido, hay gente que tiene 40 años y sigue echándole al perro la culpa de las galletitas que faltan y al destino por su mala suerte. De todas maneras, no podés negar que las ilusiones van por otro carril.
-No, van por el mismo carril. En ambos casos se trata de un aprendizaje y un tipo a los 33 está en condiciones de hacerlo; más aun, debe hacerlo.
-Vos sabés, Esteban, que cuando se cruzan los afectos es mucho más difícil aprender. Un adulto puede ser un terrible tarado cuando se enamora.
-Claro que puede serlo, pero no se lo tiene que permitir en honor a su tiempo y a sus posibilidades. Si te quedás colgado con que Julia Roberts se va a fijar en vos, vas a ver cómo las mujeres que andan cerca tuyo se juntan con otros tipos.
Adrián Ramírez a menudo terminaba este tipo de diálogos con un reproche. Esta vez no se quedó enojado con su amigo ni pensó “quién se cree que es este infeliz, amargado, charlatán”. Había resuelto que él mismo era el principal responsable del tiempo que perdía en ilusionarse. Contento sin sonrisas, le dio una palmada en el hombro a Esteban y le dijo “gracias, viejo, en serio”.

3/11/11

"El Pianista", uno de los tantos regalos del cine

La olla que una mujer lleva en sus manos es volteada por un hombre que de inmediato devora el guiso en el suelo.
Una persona hace una pregunta no muy distinta de "qué hora es" o "¿a usted le gusta la primavera?". Pronuncia la última palabra y alguien la asesina.
Un hombre camina con muletas. Un soldado le pide que baile y ríe junto a otro.
"Levántese", le ordenan a un anciano en silla de ruedas. No puede obedecer. Cualquier excusa vale para la crueldad: los nazis lo tiran con silla y todo por la ventana del segundo piso.
Escenas de una película en la que Roman Polanski recrea la Segunda Guerra Mundial.
Quien necesite ejemplos de generosidad, ilusión, realismo, discriminación, crueldad, migración, identidad, solidaridad los encuentra en "El pianista". También abundan el poder, la traición, la resistencia, el terror y el amor.
El límite entre el golpe bajo y la claridad expositiva es delgado. Polanski jamás se equivoca. Así derrama imágenes como éstas.
-Van a aprovechar nuestra fuerza de trabajo -le dice un judío ya mayor a otro.
-No podemos trabajarles -sobreentiende la sensata contestación, que ratifica la tristeza de uno y derrumba el ciego optimismo de otro.
Por ahí, un padre compra un caramelo. Lo corta en seis pedazos y lo comparte con su familia, no en la casa que ya no es suya sino en la plaza donde mora víctima de la migración compulsiva resuelta por los nazis que tenían tomada Varsovia.
Metros más allá, una mujer grita sin parar. Otra se irrita y pregunta por qué lo hace. Le cuentan que es una madre que poco antes asfixió a su bebé que lloraba justo cuando los nazis andaban de cacería por el barrio; el miedo a la muerte le arrimó la muerte de la peor forma.
"Usted no puede caminar por la vereda", le dice un miembro de las SS a un judío, que entonces tiene que andar por la calle.

De la mano de las generalizaciones, si alguien es alemán será villano y si es judío, víctima. El estereotipo, una vez más, conduce al error. Hay judíos que colaboran en el genocidio de sus pares y hay alemanes que se apiadan de judíos.
Las preguntas flotan: ¿qué peso tiene la conciencia en el día a día de quien traiciona con tal de comer regularmente? ¿por qué un soldado que mata judíos como quien toma agua siente al ver a un pianista judío que asesinarlo está mal?
En cuanto al judío colaboracionista nazi, acaso la respuesta provenga de la máxima expresión del egoísmo, de un "sálvese quien pueda" por el cual se pisotea la identidad, se borra de la conciencia a qué grupo se pertenece, se canjea aquello de prójimo por enemigo, lo de uno de los nuestros por un cualquiera, un nadie.
La súbita piedad por uno de los tantos a los que se había matado tal vez se haya originado en la percepción de la realidad -un hombre hambriento que sobrevive entre escombros- y en el desprecio al estereotipo según el cual los judíos eran una plaga.