El agua helada del realismo
-¿Cómo hago? –le preguntó Adrián Ramírez a su amigo Esteban.
-¿Cuántos años tenés?
-Ya sabés.
-Asumilos, Adrián. Si sos responsable como para decidir bien, ya sea para hacer o para quedarte en el molde, entonces también podés dejar de vivir de ilusiones.
-Okey, vos suponés que la responsabilidad es un signo de madurez. Coincido, hay gente que tiene 40 años y sigue echándole al perro la culpa de las galletitas que faltan y al destino por su mala suerte. De todas maneras, no podés negar que las ilusiones van por otro carril.
-No, van por el mismo carril. En ambos casos se trata de un aprendizaje y un tipo a los 33 está en condiciones de hacerlo; más aun, debe hacerlo.
-Vos sabés, Esteban, que cuando se cruzan los afectos es mucho más difícil aprender. Un adulto puede ser un terrible tarado cuando se enamora.
-Claro que puede serlo, pero no se lo tiene que permitir en honor a su tiempo y a sus posibilidades. Si te quedás colgado con que Julia Roberts se va a fijar en vos, vas a ver cómo las mujeres que andan cerca tuyo se juntan con otros tipos.
Adrián Ramírez a menudo terminaba este tipo de diálogos con un reproche. Esta vez no se quedó enojado con su amigo ni pensó “quién se cree que es este infeliz, amargado, charlatán”. Había resuelto que él mismo era el principal responsable del tiempo que perdía en ilusionarse. Contento sin sonrisas, le dio una palmada en el hombro a Esteban y le dijo “gracias, viejo, en serio”.