3/11/11

"El Pianista", uno de los tantos regalos del cine

La olla que una mujer lleva en sus manos es volteada por un hombre que de inmediato devora el guiso en el suelo.
Una persona hace una pregunta no muy distinta de "qué hora es" o "¿a usted le gusta la primavera?". Pronuncia la última palabra y alguien la asesina.
Un hombre camina con muletas. Un soldado le pide que baile y ríe junto a otro.
"Levántese", le ordenan a un anciano en silla de ruedas. No puede obedecer. Cualquier excusa vale para la crueldad: los nazis lo tiran con silla y todo por la ventana del segundo piso.
Escenas de una película en la que Roman Polanski recrea la Segunda Guerra Mundial.
Quien necesite ejemplos de generosidad, ilusión, realismo, discriminación, crueldad, migración, identidad, solidaridad los encuentra en "El pianista". También abundan el poder, la traición, la resistencia, el terror y el amor.
El límite entre el golpe bajo y la claridad expositiva es delgado. Polanski jamás se equivoca. Así derrama imágenes como éstas.
-Van a aprovechar nuestra fuerza de trabajo -le dice un judío ya mayor a otro.
-No podemos trabajarles -sobreentiende la sensata contestación, que ratifica la tristeza de uno y derrumba el ciego optimismo de otro.
Por ahí, un padre compra un caramelo. Lo corta en seis pedazos y lo comparte con su familia, no en la casa que ya no es suya sino en la plaza donde mora víctima de la migración compulsiva resuelta por los nazis que tenían tomada Varsovia.
Metros más allá, una mujer grita sin parar. Otra se irrita y pregunta por qué lo hace. Le cuentan que es una madre que poco antes asfixió a su bebé que lloraba justo cuando los nazis andaban de cacería por el barrio; el miedo a la muerte le arrimó la muerte de la peor forma.
"Usted no puede caminar por la vereda", le dice un miembro de las SS a un judío, que entonces tiene que andar por la calle.

De la mano de las generalizaciones, si alguien es alemán será villano y si es judío, víctima. El estereotipo, una vez más, conduce al error. Hay judíos que colaboran en el genocidio de sus pares y hay alemanes que se apiadan de judíos.
Las preguntas flotan: ¿qué peso tiene la conciencia en el día a día de quien traiciona con tal de comer regularmente? ¿por qué un soldado que mata judíos como quien toma agua siente al ver a un pianista judío que asesinarlo está mal?
En cuanto al judío colaboracionista nazi, acaso la respuesta provenga de la máxima expresión del egoísmo, de un "sálvese quien pueda" por el cual se pisotea la identidad, se borra de la conciencia a qué grupo se pertenece, se canjea aquello de prójimo por enemigo, lo de uno de los nuestros por un cualquiera, un nadie.
La súbita piedad por uno de los tantos a los que se había matado tal vez se haya originado en la percepción de la realidad -un hombre hambriento que sobrevive entre escombros- y en el desprecio al estereotipo según el cual los judíos eran una plaga.