12/11/11

Buenos docentes queribles

"Hacé el bien", le dijo Laura como al inicio de cada día. Su padre le había enseñado ese saludo que ponía en práctica en los diferentes ámbitos de su vida.
"Hay que insistir, perseverar" fue otra de las frases de ese hombre sincero, autocrítico y humilde al punto de reconocer públicamente errores de los que muy pocos se acordaban.
"No hay que envanecerse, son dones", sugería a quienes se destacaban en la redacción. Si los escuchaba sentenciar "hay que ser muy imbécil como para...", encontraba la manera clara y afectuosa de enseñar calificativos certeros y a la vez tolerantes.
A veces en mangas de camisa, otras de saco, era capaz de hacerse de tiempo para escuchar en la oficina o en su casa a quien lo necesitara.
"¿Ese muchacho está descansando bien? Vos que sos amigo preguntale", planteaba si veía mal a alguien. Leía con ojo clínico los textos y con afecto a los alumnos que los producían.
Ya en 1995 instaba a prestarle atención a Internet y a capacitarse en informática.
En sus clases apelaba tanto a las definiciones, a los ejemplos y a las analogías como al juego de roles. Dado que le gustaba enseñar, era capaz de dar un taller extraclase los viernes al mediodía. Por eso mismo había armado apuntes sobre prohombres del periodismo, entre ellos Chantecler y Félix Frascara.
"El titular es el escaparate, la vidriera", conceptualizaba al tiempo que ampliaba el vocabulario de los jóvenes, a varios de los cuales les ofreció contactos laborales. "Las frases deben ser de extensión variada, como la duración de las escenas en una película". "Una crónica es como un viaje: antes de llegar a destino se pasa por varias estaciones". "El mejor conector es el punto". "La palabra pero es menos necesaria de lo que uno cree" fueron algunas de sus normas.
El amor depara curiosidades como esta. La mayoría de los estudiantes conoció a Lionel Gioda como genial maestro de periodistas. Sin embargo, lo primero que en general resaltan es su cariño, su paciencia, su tacto.
Si el entrenador César Menotti los hubiera visto, tal vez habría dicho que equivalían a una de sus admiradas "pequeñas sociedades", expresión que usaba para referir a duplas de futbolistas afines. Porque junto a Gioda trabajaba una mujer que hacía docencia sin creérsela. Cómo sería que había armado un material de 200 y pico de páginas acerca de dos siglos de periodismo e historia argentinos y lo llamaba "mamotreto".
Amigable de aspecto serio, rescataba lo bueno aunque no respondiese a la consigna. Si un par de jóvenes construía valiosas notas de color en vez de notas de interés humano, las elogiaba y marcaba la diferencia.
"Cierre de broche" era lo que ponía al lado de una frase final que agregaba caracteres, no sentido.
Corregía con una birome o microfibra negra, fumaba Le Mans suave y escuchaba sin fastidio, en horas de consulta y después, desde dudas sobre la materia hasta preguntas sobre qué visitar en Buenos Aires.
Aparte escribir le atraía la diagramación.
Cultivaba la gratitud con gestos concretos como invitar a cenar a los alumnos ayudantes de cátedra.
Liliana Llobet también despertó evocaciones que trascendieron todo lo que enseñó y sigue compartiendo en torno a periodismo y comunicación impresa.