Aplausos y lagrimones
Quien leyó (¡gracias!) el texto "Extraño apretón de manos" de este blog tal vez haya notado que refiere al perfeccionismo como una tendencia que se padece. Son buenísimos el esmero, la responsabilidad, el análisis de nuestros actos y consecuencias. Lo malo es posponer indefinidamente la presentación de aquello que se vino haciendo con tales preceptos.
Si Maradona hubiese sido perfeccionista, tal vez nunca hubiera debutado en Primera. Porque aun en el más glorioso de sus partidos de divisiones inferiores podría haber encontrado defectos que avalaran la postergación de su camino profesional. César Luis Menotti, quien lo dirigió en la Argentina que ganó el Mundial juvenil de 1979, recuerda que al cabo de cotejos brillantes lo elogiaba y encontraba respuestas tales como "sí, pero hubo un par de jugadas, en el segundo tiempo, que no hice bien". El entrenador destacaba que esta era la autocrítica que no tenía Paulo Futre, a quien condujo en Atlético Madrid durante la temporada 1987/88. Uno fue, lejos, el mejor futbolista de su época. El otro fue un buen jugador. Ambos gambetearon el perfeccionismo. Claro que mientras Futre aplaudía sus aciertos y los daba por suficientes, Maradona escudriñaba en sus errores que casi nadie detectaba.
Esfuerzo
Alfredo Di Stefano, entrenador campeón con Boca y River en los nacionales de 1969 y 1981, exigía a sus planteles tanto como demandaba de sí mismo. Angel Clemente Rojas, quien integró la formación xeneize consagrada poco después de la llegada del hombre a la luna, recordaba que luego de las prácticas "te ibas derecho a dormir la siesta".
Daniel Alberto Passarella, capitán triunfal de River en 1981, evocaba al conductor como un hombre capaz de quedarse charlando de fútbol hasta después de la una de la madrugada y de estar al frente del entrenamiento de la mañana como si nada.
Roberto Pasucci, futbolista de Boca que lo conoció en 1985, elige a Di Stefano como el mejor director técnico que tuvo "por su simpleza y porque te explicaba todo con situaciones de la vida".
¿Fue perfecto Di Stefano como entrenador? No. De hecho, su parquedad alejaba a algunos futbolistas introvertidos. Asimismo, consiguió lo que nadie: festejar títulos como técnico en Boca y en River. Tampoco necesitó de la perfección para darle a Real Madrid entre 1953 y 1964 cinco títulos consecutivos en el torneo interclubes más destacado de Europa (1956-1960), ocho ligas españolas, una copa nacional y otra intercontinental.
Lo mismo cabe para Diego Maradona, gracias a cuyo aporte Napoli gritó campeón por primera vez en 1987, por la liga italiana iniciada un año antes, y siguió celebrando por la Copa Italia '87, la europea UEFA de 1989, la liga nacional 1989/90 y la Supercopa Italia de 1990.
Ni Di Stefano ni Maradona fueron perfeccionistas, sí amantes del arte en el fútbol y concientes de que se juega para ganar. Merced a esto existió el hombre capaz de salvar a su equipo de un gol y ahí mismo iniciar una corrida de cien metros para meterlo en el de enfrente, tal cual lo recordó Rogelio Domínguez, arquero argentino compañero de Di Stefano en Real Madrid. Con igual base de acción, una tarde Maradona se levantó tras un cruce durísimo de Wermer -no se quedó en el suelo pidiendo amonestación para el rival-, corrió y, pegado a la raya de fondo y con la marca encima, metió de zurda un centro que Osvaldo Escudero honró al convertirlo en gol. Fue la apertura del marcador sobre Colón en Santa Fe para una victoria clave en el torneo Metropolitano de 1981 que se adjudicó Boca tres semanas después.
Fuentes consultadas
Revista El Gráfico. Editorial Atlántida. Buenos Aires. Varios ejemplares.
FIFA.com, sitio de la Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol.
Terra.com, sitio web de datos múltiples. Los goles de Maradona.
ImborrableBoca.com, sitio del equipo más popular de la Argentina.
Un blog variopinto, con textos ligados a pensamientos, sensaciones, descripciones, narraciones, sentimientos, ocurrencias y reflexiones sobre temas periodísticos sin correr tras primicias. Miradas acerca de lo que nos pasa, lo que nos gustaría, lo que perdimos y lo que soñamos.
22/2/12
Extraño apretón de manos
"Los trabajos finales en la universidad no se publican cuando ya no tienen errores sino cuando uno se cansa de leer", decía sabiamente una profesora de Ciencias de la Comunicación. Quizás necesitó expresar esto porque varios de sus alumnos estaban afectados por el perfeccionismo, que para la Real Academia Española es la "tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin considerarlo acabado".
La conceptualización es excelente y habilita unas cuantas preguntas. Si la paternidad requiere preparación, ¿a qué edad nacería el primer hijo de un perfeccionista? ¿Cuántas clases en el año daría un docente? ¿Cuántas personas manejarían autos? ¿Cuántos locutores mantendrían su empleo?
La lista podría extenderse al infinito y aumentaría el desafío perfeccionista de lograr que la enumeración de interrogantes no se tornase aburrida.
Distinta de ésta es la tendencia de quienes justifican todo sobre la base de los resultados. Son los que alaban al entrenador del equipo que gana hasta el minuto 89 y lo desprecian tras el empate sobre la hora. Son los que se preguntan, con cara de "están locos", por qué se critica a Boca si lleva 33 partidos oficiales sin derrotas.
Un gol agónico no puede cegar a un periodista. A fin de cuentas, hay goles que no requieren de fallas del contrario; del segundo de Diego Maradona a Inglaterra en el mundial México '86 a cualquier tiro libre que entre en un ángulo median miles de conquistas. Nadie tiene derecho a ser considerado incapaz por padecer una igualdad cuando apenas quedan segundos para el pitazo final.
Tampoco hay razones más allá del exitismo para dar por bueno el rendimiento de Boca si hasta sus propios futbolistas empiezan a hacer público lo que admitían sotto voce: que el invicto se prolonga pese a que el juego va cuesta abajo.
Un perfeccionista encuentra tantas razones para no hacer que se la pasa criticando lo que nadie puede aprender de su ejemplo. Un exitista es capaz de ejecutar toda la vida la misma burda canción (¡ay, "Cachete, pechito, ombligo!") porque multitudes ignorantes la piden en la radio.
Perfeccionismo y exitismo se desencuentran en los argumentos y se dan la mano del error.
"Los trabajos finales en la universidad no se publican cuando ya no tienen errores sino cuando uno se cansa de leer", decía sabiamente una profesora de Ciencias de la Comunicación. Quizás necesitó expresar esto porque varios de sus alumnos estaban afectados por el perfeccionismo, que para la Real Academia Española es la "tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin considerarlo acabado".
La conceptualización es excelente y habilita unas cuantas preguntas. Si la paternidad requiere preparación, ¿a qué edad nacería el primer hijo de un perfeccionista? ¿Cuántas clases en el año daría un docente? ¿Cuántas personas manejarían autos? ¿Cuántos locutores mantendrían su empleo?
La lista podría extenderse al infinito y aumentaría el desafío perfeccionista de lograr que la enumeración de interrogantes no se tornase aburrida.
Distinta de ésta es la tendencia de quienes justifican todo sobre la base de los resultados. Son los que alaban al entrenador del equipo que gana hasta el minuto 89 y lo desprecian tras el empate sobre la hora. Son los que se preguntan, con cara de "están locos", por qué se critica a Boca si lleva 33 partidos oficiales sin derrotas.
Un gol agónico no puede cegar a un periodista. A fin de cuentas, hay goles que no requieren de fallas del contrario; del segundo de Diego Maradona a Inglaterra en el mundial México '86 a cualquier tiro libre que entre en un ángulo median miles de conquistas. Nadie tiene derecho a ser considerado incapaz por padecer una igualdad cuando apenas quedan segundos para el pitazo final.
Tampoco hay razones más allá del exitismo para dar por bueno el rendimiento de Boca si hasta sus propios futbolistas empiezan a hacer público lo que admitían sotto voce: que el invicto se prolonga pese a que el juego va cuesta abajo.
Un perfeccionista encuentra tantas razones para no hacer que se la pasa criticando lo que nadie puede aprender de su ejemplo. Un exitista es capaz de ejecutar toda la vida la misma burda canción (¡ay, "Cachete, pechito, ombligo!") porque multitudes ignorantes la piden en la radio.
Perfeccionismo y exitismo se desencuentran en los argumentos y se dan la mano del error.
13/2/12
Te puede costar la vida
Cada 14 de febrero, la tradición comercial consigue que invoquen a San Valentín cientos de miles de personas que no saben su obra ni les importa conocerla. El asunto es regalar una rosa, un bombón helado, un chocolate, un par de aros o algo que exponga el supuesto amor por alguien.
En su ejemplar de víspera de esta celebración, Clarín da cuenta de una realidad triste: en sólo un año 212 chicos quedaron huérfanos por violencia de género.
Mujeres que alguna vez creyeron en su candidato, novio, pareja o marido fueron las víctimas mortales de la violencia. Es posible pensar que un obsequio para un 14 de febrero las haya hecho ilusionar con que el muchacho, al que "sin querer se le escapó la mano" o "sin darse cuenta insultó", dejaría de tratarlas como un objeto menor por el que a nadie se le deben respuestas.
En su libro "Historias de diván", el psicólogo Gabriel Rolón habla del enamoramiento, primera fase de un vínculo afectivo en la cual se idealiza al otro. Es la etapa en la cual un feo y debilucho parece Brad Pitt haciendo de Superman. Lo malo del caso es que el enamoramiento encandila, obnubila. Lo bueno es que los indicadores de las miserias de la otra persona por lo general aparecen.
La lucha entre las ganas de estar con alguien y la visión clara de sus defectos -la crueldad, entre ellos- es dura. Salir de este tipo de lazos es difícil, pero hay que hacerlo, sobre todo porque después puede ser tarde, incluso para vivir.
Cada 14 de febrero, la tradición comercial consigue que invoquen a San Valentín cientos de miles de personas que no saben su obra ni les importa conocerla. El asunto es regalar una rosa, un bombón helado, un chocolate, un par de aros o algo que exponga el supuesto amor por alguien.
En su ejemplar de víspera de esta celebración, Clarín da cuenta de una realidad triste: en sólo un año 212 chicos quedaron huérfanos por violencia de género.
Mujeres que alguna vez creyeron en su candidato, novio, pareja o marido fueron las víctimas mortales de la violencia. Es posible pensar que un obsequio para un 14 de febrero las haya hecho ilusionar con que el muchacho, al que "sin querer se le escapó la mano" o "sin darse cuenta insultó", dejaría de tratarlas como un objeto menor por el que a nadie se le deben respuestas.
En su libro "Historias de diván", el psicólogo Gabriel Rolón habla del enamoramiento, primera fase de un vínculo afectivo en la cual se idealiza al otro. Es la etapa en la cual un feo y debilucho parece Brad Pitt haciendo de Superman. Lo malo del caso es que el enamoramiento encandila, obnubila. Lo bueno es que los indicadores de las miserias de la otra persona por lo general aparecen.
La lucha entre las ganas de estar con alguien y la visión clara de sus defectos -la crueldad, entre ellos- es dura. Salir de este tipo de lazos es difícil, pero hay que hacerlo, sobre todo porque después puede ser tarde, incluso para vivir.
8/2/12
Ignorancia trágica
"Timbre de nicho" es un apodo aplicado a quienes no sirven para nada. La base es obvia: si los nichos son lugares ocupados sólo por muertos, por mucho que suene el timbre, nadie se levantará a abrir.
Como tantos sobrenombres, "timbre de nicho" es de autor anónimo. Cabe pensar que fue alguien lo suficientemente astuto para diferenciar un nicho de un panteón. Dado que los nichos son superficies selladas tras la colocación del féretro, impiden la entrada y salida de gente.
Los panteones son construcciones a las que es posible acceder con una llave. En su interior caben mesa y sillas, y hubo épocas en las cuales los familiaren del muerto solían pasar un rato. Más de uno se ha quedado dormido entre oraciones y aburrimiento en el interior del panteón, por lo que hubiera necesitado de un timbrazo para despertarse. Quizás por eso, el anónimo autor del sobrenombre se haya dado cuenta de que "timbre de panteón" era menos efectivo que "timbre de nicho".
Quienes creen en muertos vivos y desconocen que de los panteones es posible salir corren riesgo de engrosar la población estable de los cementerios.
Julieta presentó este texto para el curso de ingreso de Psicopedagogía, una tarde en la que le pidieron un ejemplo de consecuencias potenciales de la ignorancia y de las habladurías.
"Timbre de nicho" es un apodo aplicado a quienes no sirven para nada. La base es obvia: si los nichos son lugares ocupados sólo por muertos, por mucho que suene el timbre, nadie se levantará a abrir.
Como tantos sobrenombres, "timbre de nicho" es de autor anónimo. Cabe pensar que fue alguien lo suficientemente astuto para diferenciar un nicho de un panteón. Dado que los nichos son superficies selladas tras la colocación del féretro, impiden la entrada y salida de gente.
Los panteones son construcciones a las que es posible acceder con una llave. En su interior caben mesa y sillas, y hubo épocas en las cuales los familiaren del muerto solían pasar un rato. Más de uno se ha quedado dormido entre oraciones y aburrimiento en el interior del panteón, por lo que hubiera necesitado de un timbrazo para despertarse. Quizás por eso, el anónimo autor del sobrenombre se haya dado cuenta de que "timbre de panteón" era menos efectivo que "timbre de nicho".
Quienes creen en muertos vivos y desconocen que de los panteones es posible salir corren riesgo de engrosar la población estable de los cementerios.
Julieta presentó este texto para el curso de ingreso de Psicopedagogía, una tarde en la que le pidieron un ejemplo de consecuencias potenciales de la ignorancia y de las habladurías.
7/2/12
Precioso distingo
Timidez e introversión son términos asociados más al silencio que al bullicio, a la parquedad que a la verborragia. A veces se los intercambia. El que conozca la diferencia acaso se aburra con este material. El que no, también está invitado a leer la distinción propuesta por Susan Cain, autora del libro SILENCIO: el poder de los introvertidos en un mundo que no puede dejar de hablar.
Se toman consideraciones suyas a la revista Time citadas en el diario USA Today del 1 de febrero de 2012. Sepa el lector disculpar errores de traducción.
La timidez y la introversión no son lo mismo. La gente tímida teme al juicio negativo, mientras que los introvertidos simplemente prefieren menos estimulación; la timidez es intrínsecamente dolorosa, no así la introversión. Pero en una sociedad que premia la audacia y el no tener pelos en la lengua, ambas son percibidas como desventajas. Sin embargo, no querríamos vivir en un mundo compuesto exclusivamente de extrovertidos caraduras. Necesitaríamos con desesperación gente que prestara lo que (la psicóloga Elaine) Aron llama atención alerta a las cosas.
Al pie, unas notas que ojalá no embarren las sabias conceptualizaciones de Cain:
-¿A qué grupo pertenecen tantos locutores de radio y televisión que, con tal de evitar silencios, hablan sin decir?
-¿Cómo les va ante la crítica a los futbolistas destacados que, en países híperfutboleros como Argentina, se niegan por timidez a dar entrevistas?
-¿Qué suerte corren en contextos de hipocresía los introvertidos que cuando abren la boca lo hacen significativamente?
-¿La timidez será el siguiente estadio de la introversión al cabo de varias sanciones por decir en una reunión con jefes lo que se comenta sin su presencia?
Timidez e introversión son términos asociados más al silencio que al bullicio, a la parquedad que a la verborragia. A veces se los intercambia. El que conozca la diferencia acaso se aburra con este material. El que no, también está invitado a leer la distinción propuesta por Susan Cain, autora del libro SILENCIO: el poder de los introvertidos en un mundo que no puede dejar de hablar.
Se toman consideraciones suyas a la revista Time citadas en el diario USA Today del 1 de febrero de 2012. Sepa el lector disculpar errores de traducción.
La timidez y la introversión no son lo mismo. La gente tímida teme al juicio negativo, mientras que los introvertidos simplemente prefieren menos estimulación; la timidez es intrínsecamente dolorosa, no así la introversión. Pero en una sociedad que premia la audacia y el no tener pelos en la lengua, ambas son percibidas como desventajas. Sin embargo, no querríamos vivir en un mundo compuesto exclusivamente de extrovertidos caraduras. Necesitaríamos con desesperación gente que prestara lo que (la psicóloga Elaine) Aron llama atención alerta a las cosas.
Al pie, unas notas que ojalá no embarren las sabias conceptualizaciones de Cain:
-¿A qué grupo pertenecen tantos locutores de radio y televisión que, con tal de evitar silencios, hablan sin decir?
-¿Cómo les va ante la crítica a los futbolistas destacados que, en países híperfutboleros como Argentina, se niegan por timidez a dar entrevistas?
-¿Qué suerte corren en contextos de hipocresía los introvertidos que cuando abren la boca lo hacen significativamente?
-¿La timidez será el siguiente estadio de la introversión al cabo de varias sanciones por decir en una reunión con jefes lo que se comenta sin su presencia?
Admitirlo aunque duela
Reconocer errores es desagradable, principalmente cuando se sospecha que se había actuado bien. Un episodio de la comedia Seinfeld expone con gracia esta agria zona de la vida.
George Costanza va con Jerry a Los Angeles. Mientras espera que el amigo termine su participación en un espectáculo, se pone a charlar con dos estrellas y les dice cómo mejorar sus programas. Para qué… Cuando estas personas son entrevistadas, ridiculizan las sugerencias de George, quien mira serio cuán lejos estaban sus expectativas de la realidad al tiempo en que los demás espectadores ríen a carcajadas.
La mala noticia es que George la sacó barata; ninguno de sus compañeros de tribuna sabían que era él quien había originado la burla de las figuras. Un trago amargo, aunque con el beneficio del anonimato. Peor es cuando los otros están al tanto de que es uno le erró feo. Ejemplo: uno le asegura a su amigo invitado a cenar que puede dejar el auto en la calle, total es rarísimo el granizo nocturno. Al rato, la piedra estraga el coche y el amigo tiene todas las ganas de dejar de serlo. Sostenerle la mirada es más difícil que comer sin abrir la boca.
Pedir disculpas es un deber. Ofrecer el pago del arreglo también.
Algunos se exceden y dejan de hablar para esquivar dolores de cabeza. Otros le echan la culpa al pronóstico meteorológico.
Las conclusiones son obvias: los primeros confunden revisión de conductas con castigos abusivos sobre otros –quien no habla retacea información- y sobre sí mismos –quien no se expresa, sufre-. Los que eligen escudarse en terceros seguirán cometiendo faltas, entre otras la de la cobardía y la soberbia.
Reconocer errores es desagradable, principalmente cuando se sospecha que se había actuado bien. Un episodio de la comedia Seinfeld expone con gracia esta agria zona de la vida.
George Costanza va con Jerry a Los Angeles. Mientras espera que el amigo termine su participación en un espectáculo, se pone a charlar con dos estrellas y les dice cómo mejorar sus programas. Para qué… Cuando estas personas son entrevistadas, ridiculizan las sugerencias de George, quien mira serio cuán lejos estaban sus expectativas de la realidad al tiempo en que los demás espectadores ríen a carcajadas.
La mala noticia es que George la sacó barata; ninguno de sus compañeros de tribuna sabían que era él quien había originado la burla de las figuras. Un trago amargo, aunque con el beneficio del anonimato. Peor es cuando los otros están al tanto de que es uno le erró feo. Ejemplo: uno le asegura a su amigo invitado a cenar que puede dejar el auto en la calle, total es rarísimo el granizo nocturno. Al rato, la piedra estraga el coche y el amigo tiene todas las ganas de dejar de serlo. Sostenerle la mirada es más difícil que comer sin abrir la boca.
Pedir disculpas es un deber. Ofrecer el pago del arreglo también.
Algunos se exceden y dejan de hablar para esquivar dolores de cabeza. Otros le echan la culpa al pronóstico meteorológico.
Las conclusiones son obvias: los primeros confunden revisión de conductas con castigos abusivos sobre otros –quien no habla retacea información- y sobre sí mismos –quien no se expresa, sufre-. Los que eligen escudarse en terceros seguirán cometiendo faltas, entre otras la de la cobardía y la soberbia.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)