2/10/14

A metros del río revuelto
A continuación, cuentos derivados de un práctico de Lengua que buscaba darles uso a palabras poco usuales. Sus autoras, alumnas de sexto año del IPEM 252 de Río de los Sauces.
  
Un día más en el mundo
Por Constanza Busatto
Era un día muy gélido, esa mañana Lorena salió a comprar muy temprano unos bizcochitos calentitos, entró a la panadería y nunca imaginó ver un local con ese tipo de sencillez.
Volvió a su casa con los bizcochos que tenían un grosor exagerado y con un pavor encima porque la mañana seguía muy oscura.
Después de desayunar llegaba su amiga Josefina a hacer un trabajo práctico. Justo esa mañana se dio cuenta de que era muy mendaz, pero nunca se cansó de halagarla por su fácil comprensión de textos y su rapidez en poder hacer los trabajos prácticos, el único defencto que tenía era que ella fumaba muchísimo y cada vez que se iba había que oxigenar el departamento por el olor a nicotina que quedaba.
A almorzar venía una de sus mejores amigas, Laura, obviamente con su bolsa de golosinas en la cartera para comer de postre, y con una sonrisa tal que se notaba de lejos la euforia que tenía encima.
Terminaron de comer y partieron a la universidad. Se dividieron al llegar cada una para su aula porque estudiaban diferentes carreras.
El bagaje del profesor la enamoraba cada día más a Lorena, sentía que ese amor iba a ser perdurable pero también imposible.
Tenía una compañera muy zalamera y con cada palabra que decía se armaba una discordia. Por la noche llegó a su casa con una fatiga inmensa y se acostó sin comer nada.


Isabel y su hijo Felipe
Por Martina Zabala
Isabel, una joven de tan solo 23 años, vivía en el campo y adoraba a los niños.
Al enterarse de que no podía tener hijos, actuó con perplejidad y cuando su marido se enteró quiso divorciarse de ella; pero la joven reaccionó con euforia y actitud porque hacía tiempo que quería separarse de él ya que era una persona mendaz y negligente.
Después de que Isabel pudo recuperarse, recorrió un largo kilometraje para visitar el convento donde estaban las monjas y los niños huérfanos. Al llegar, todos la recibieron con cordialidad, estuvo jugando con todos ellos y se encariñó con uno llamado Felipe, ya que su padre llevaba ese nombre. Al otro día volvió a verlo y le llevó golosinas y el niño quedó muy encantado con ella.
Quería hablar con las monjas para adoptarlo porque se dio cuenta de que Felipe era muy valeroso y vio que estaba viviendo en la indigencia a pesar de que las monjas hacían lo posible para que no les faltara nada.
Las monjas le dieron la custodia del niño ya que Isabel se ganó los laureles para llevárselo, por lo tanto la despidieron con un enorme jaleo.
Se fueron al campo para que Felipe conociera su nuevo hogar porque a la tarde volverían al pueblo a hablar con un albacea porque Isabel quería dejarle todos sus bienes al niño.
A pesar de que Isabel tenía una gran opulencia, es una mujer bastante sencilla.

Amor conflictivo
Por Julieta Oviedo
Hace 4 años, una adolescente de 15 llamada Candela conoció a Beto, un joven muy sencillo, del cual se hizo amiga y compartieron muchos años juntos.
El era una persona minuciosa y ella virtuosa, por lo que se llevaba bien. Candela tenía una madre muy entrometida y un hermano ñoño, que se dejaba manejar por cualquiera.
Estos dos jóvenes sabían que su amor no podía ser, porque la familia de ella sentía reticencia hacia Beto, por ser indigente.
Ellos tenían una actitud positiva en su relación, él era muy romántico, siempre le regalaba flores, golosinas y sobre todo le brindaba mucho amor.
Candela se sentía orgullosa de él, porque a pesar de toda la discordia con su familia fue muy valeroso en la relación.
Con el paso de los años, ellos decidieron casarse. La familia de Candela tomó conciencia, se dieron cuenta de que su hija se había ganado los laureles con un muchacho tan bueno y humilde como Beto.
Al final llegó el día del casamiento y contaron con la presencia de toda la familia.
Este amor fue perdurable y dejaron un rastro grande en la vida de todos.

María y sus nietosPor Caren Peralta
Había una vez dos hermanos que vivían con su abuela, María, en una estancia. El mayor se llamaba Mauricio, era como un torbellino; eufórico, negligente, zalamero, bastante mendaz, siempre estaba con fatiga cuando le tocaba trabajar en el campo. Sin embargo, tenía un virtuosismo para tocar distintos instrumentos musicales. 
Su hermano menor, Javier, poseía una actitud muy positiva, le gustaba ayudar a los indigentes; era tranquilo, ñoño, sincero, se vestía de una manera sencilla y su cordialidad lo destacaba.
María estaba contenta de vivir con sus nietos, pero a la vez triste ya que los padres no pudieron verlos crecer porque fallecieron cuando ellos eran pequeños.
Los jóvenes amaban demasiado a su abuela, la halagaban a menudo y le regalaban golosinas.
Un día, Javier le compró un par de zuecos para el cumpleaños. Mauricio, al descubrirlo, se puso celoso debido a que él no contaba con suficiente dinero para comprarle algo y se apropió del regalo.
El muchacho se dio cuenta de que el hermano le había robado, por tal motivo, hubo una discordia.
La nona, al verlos pelear, intervino y les dijo: "Yo los adoro por igual, no discutan más, por favor".
Los chicos reflexionaron, por ende, le dieron un abrazo enorme a su lela.
Permanecieron varios años juntos a pesar de las peleas, idas y vueltas de la vida.