El Pampa
Casimiro Rocamora había llegado a sexto año de
la secundaria después de mucho lidiar. Era un estudiante que todos los años
rendía entre 4 y 8 materias. Alguna vez incluso lo salvó la tercera materia
previa para no quedarse de año.
Casimiro era un típico personaje rururbano. Vivía en el pueblo pero se había
criado en el campo donde transcurría casi todo su tiempo desde que terminaba la
escuela hasta entrada la noche cuando regresaba al pueblo. Juntar las lecheras,
dar el balanceado a los cerdos, el maíz a las gallinas y llenar los bebederos era su rutina, una
rutina que disfrutaba. Podríamos aplicar a su vida la frase del cantor de Huanguelén: “Si hasta el bufido del
puerco se hace un canto para mí”.
Tangencialmente y muy a su pesar enfrentaba las responsabilidades
escolares aunque la escuela para él era muy importante porque hay tenía varios
amigos y de los buenos. La vida en el campo lo fascinaba y procuraba un
especial aprecio por los animales, sobre todo los caballos. Tenía un hermoso
ejemplar que su padre había bautizado Estrabón. La hermosura del flete no
pasaba inadvertida para nadie y por el pelaje del caballo a Casimiro lo
apodaban Pampa o El Pampa.
Casi
llegando a fin de ese año las bajas notas lo habían empezado a preocupar, como
nunca antes. No podía levantar la puntería y era muy consciente de que para entrar
a la universidad no debía tener materias en la espalda. Casimiro quería
ser veterinario.
El
profesor Artemio Corbalán Bosco estaba a cargo de la materia planeta redondo y,
si bien tenía aspecto bonachón y era amable en el trato con los estudiantes,
sabía ponerse firme cuando alguno se quería propasar. Llevaba siempre un saco
de tiro corto color ladrillo de corderoy. Aquella mañana se presentó ante el
curso. Rezaron el Santo Rosario y luego se dispuso a entregar las pruebas que
había corregido el fin de semana. “Cardales, su prueba, Reimundo, Carlincho,
Rocamora…”.
-Pero otro cinco más, profesor –exclamó Casimiro- siempre lo mismo. Desde el año
pasado que en todas las pruebas me pone cinco, profe.
-Rocamora, yo no los pongo, usted se los saca, ¿qué quiera que haga?.
-No, profe, es usted. No es posible siempre
cinco.
-Mire, Casimiro, no me haga responsable a mí de
sus irresponsabilidades. Estudie de una vez, hombre, o cree que por ser duro de
boca lo voy a aprobar.
La
discusión se cerró allí pero el profe se fue pensando mientras pedaleaba hacia
su casa.
Como
todos los días cenó liviano y se puso a leer un rato. Corbalán Bosco gustaba
leer, esta vez Los cincuenta grandes de Daniel Salzano. Antes de meterse en la
cama, el asunto Rocamora le cruzó de nuevo por la cabeza y en un rato pegó las
pestañas hasta que sonó el despertador a las siete. Se levantó, tomó un buen café con
criollitos y una medialuna y un jugo de naranja natural. Sacó la bici y entornó
para la escuela.
En
el curso cautelosamente se acercó al
Pampa y del modo más prudente que pudo le preguntó cuántas se llevaba.
-Entre 6 y 8 parece. La más brava es
matemática porque necesito un nueve. La profe es como usted, siempre me pone
menos puntos para que no apruebe.
-Pampa, conozco a esa profesora: demasiado
seria. No haría algo así. Y tras una
pausa agregó: “¿No será usted el problema, Rocamora, no los docentes?”.
-El tema es muy simple, profe, cuando no te quieren
no te quieren.
-Pero, Pampa, dígame cuántas horas estudia, cómo
estudia. Y desde ya le digo: me parece que tiene que estudiar más tiempo.
-Yo estudio, profesor…
-Y cómo saca cinco.
-¡¡¡Ya sabe mi respuesta¡¡¡
-Le sugiero algo: si estudia media hora, pase rápidamente
a cuarenta y cinco minutos y deje pasar un tiempo para prolongar a una hora el
tiempo de estudio. Otro tema: cuando se siente a estudiar concéntrese en la
tarea, olvídese de Boca, los caballos y los amigos. ¡¡¡Estudiar es estudiar¡¡¡¡
-No creo que puede estudiar una hora, profe.
-¿Ve lo que le digo? El problema suyo es la actitud. Quiere aprobar,
sacar nueve, pero quiere estudiar poco. No, no, no la culpa no es de la profesora de matemática.
A la clase
siguiente el profe escudriñó a Casimiro. Cómo va el estudio –le soltó medio de
arrebato- cómo va el esfuerzo, Pampa.
-Ahí vamos, luchando. Me cuesta bastante.
-Otra vez la actitud. ¿Y la voluntad dónde
está? Ponga ganas, qué tanto. Yo levanté hasta quince materias –exageró el profe
con el propósito de motivar al alumno-. Dígame cómo estudia.
-Y leo, profe, como voy a estudiar.
-¿Repasa o no? A que cierra los libros y se va
con los caballos. Casimiro, cuando termine de leer un texto pregúntese qué le
dejó, descubra conceptos que le parezcan
claves, revise si le faltan elementos a sus definiciones. Repita algunas ideas
en voz alta, intente decir la definición de distintas formas dos o tres veces.
Piense en el docente, en cómo evalua, qué le interesa y sobre todo siga
luchando.
Hasta las últimas clases del año lectivo que
pronto llegaron Artemio medía al Pampa.
-¿Qué rinde hoy?, decía.
-Geografía e historia, profe.
-¿Por qué se extinguieron los dinosaurios?
-preguntaba el docente.
Con esfuerzo y como un abuelo cascarrabias
contestaba Casimiro. Y el profe lo volvía a “hostigar”. Incompleta su
definición, a su definición le falta algo, jovencito, no termino de entenderla.
-Pero, profe, bueno…hago lo que puedo.
-Estudie más y no se enoje, haga las cosas, más vale.
Así siguieron en un tire y afloje docente y
estudiante hasta fin de año.
Una noche, cerca del día de la Virgen, el profe
Artemio entró a su Face y vio con sorpresa un mensaje. Era de Casimiro.
-Por fin ninguna a rendir. ¡¡¡¡Estoy muy
feliz¡¡¡¡
El docente se emocionó también y pensó en los
gajes difíciles pero muchas vez hermosos del oficio docente. Rescató en
silencio muy en su interior, en su corazón, el temple de ese estudiante que de
vez en cuando cruzaba en la Facultad donde se miraban con una sonrisa cómplice. Uno iba
de boina, el otro de gorra, como buenos criollos que eran.
Tristán
Pérez