14/4/17

El Pampa
Casimiro Rocamora había llegado a sexto año de la secundaria después de mucho lidiar. Era un estudiante que todos los años rendía entre 4 y 8 materias. Alguna vez incluso lo salvó la tercera materia previa para no quedarse de año.
   Casimiro era un típico personaje rururbano. Vivía en el pueblo pero se había criado en el campo donde transcurría casi todo su tiempo desde que terminaba la escuela hasta entrada la noche cuando regresaba al pueblo. Juntar las lecheras, dar el balanceado a los cerdos, el maíz a las gallinas y llenar los bebederos era su rutina, una rutina que disfrutaba. Podríamos aplicar a su vida la frase del  cantor de Huanguelén: “Si hasta el bufido del puerco se hace un canto para mí”.
  Tangencialmente y muy a su pesar enfrentaba las responsabilidades escolares aunque la escuela para él era muy importante porque hay tenía varios amigos y de los buenos. La vida en el campo lo fascinaba y procuraba un especial aprecio por los animales, sobre todo los caballos. Tenía un hermoso ejemplar que su padre había bautizado Estrabón. La hermosura del flete no pasaba inadvertida para nadie y por el pelaje del caballo a Casimiro lo apodaban Pampa o El Pampa.
   Casi llegando a fin de ese año las bajas notas lo habían empezado a preocupar, como nunca antes. No podía levantar la puntería y era muy consciente de que para entrar a la universidad no debía tener materias en la espalda. Casimiro quería ser veterinario.
    El profesor Artemio Corbalán Bosco estaba a cargo de la materia planeta redondo y, si bien tenía aspecto bonachón y era amable en el trato con los estudiantes, sabía ponerse firme cuando alguno se quería propasar. Llevaba siempre un saco de tiro corto color ladrillo de corderoy. Aquella mañana se presentó ante el curso. Rezaron el Santo Rosario y luego se dispuso a entregar las pruebas que había corregido el fin de semana. “Cardales, su prueba, Reimundo, Carlincho, Rocamora…”.
-Pero otro cinco más, profesor –exclamó  Casimiro- siempre lo mismo. Desde el año pasado que en todas las pruebas me pone cinco, profe.
-Rocamora, yo no los pongo, usted se los saca, ¿qué quiera que haga?.
-No, profe, es usted. No es posible siempre cinco.
-Mire, Casimiro, no me haga responsable a mí de sus irresponsabilidades. Estudie de una vez, hombre, o cree que por ser duro de boca lo voy a aprobar.
  La discusión se cerró allí pero el profe se fue pensando mientras pedaleaba hacia su casa.
  Como todos los días cenó liviano y se puso a leer un rato. Corbalán Bosco gustaba leer, esta vez Los cincuenta grandes de Daniel Salzano. Antes de meterse en la cama, el asunto Rocamora le cruzó de nuevo por la cabeza y en un rato pegó las pestañas hasta que sonó el despertador a  las siete. Se levantó, tomó un buen café con criollitos y una medialuna y un jugo de naranja natural. Sacó la bici y entornó para la escuela.
    En el curso cautelosamente se acercó  al Pampa y del modo más prudente que pudo le preguntó cuántas se llevaba.
-Entre 6 y 8 parece. La más brava es matemática porque necesito un nueve. La profe es como usted, siempre me pone menos puntos para que no apruebe.
-Pampa, conozco a esa profesora: demasiado seria. No  haría algo así. Y tras una pausa agregó: “¿No será usted el problema, Rocamora, no los docentes?”.
-El tema es muy simple, profe, cuando no te quieren no te quieren.
-Pero, Pampa, dígame cuántas horas estudia, cómo estudia. Y desde ya le digo: me parece que tiene que estudiar más tiempo.
-Yo estudio, profesor…
-Y cómo saca cinco.
-¡¡¡Ya sabe mi respuesta¡¡¡
-Le sugiero algo: si estudia media hora, pase rápidamente a cuarenta y cinco minutos y deje pasar un tiempo para prolongar a una hora el tiempo de estudio. Otro tema: cuando se siente a estudiar concéntrese en la tarea, olvídese de Boca, los caballos y los amigos. ¡¡¡Estudiar es estudiar¡¡¡¡
-No creo que puede estudiar una hora, profe.
-¿Ve lo que le digo? El problema suyo es la actitud. Quiere aprobar, sacar nueve, pero quiere estudiar poco. No, no, no la culpa no es de la profesora de matemática.
  A la clase siguiente el profe escudriñó a Casimiro. Cómo va el estudio –le soltó medio de arrebato- cómo va el esfuerzo, Pampa.
-Ahí vamos, luchando. Me cuesta bastante.
-Otra vez la actitud. ¿Y la voluntad dónde está? Ponga ganas, qué tanto. Yo levanté hasta quince materias –exageró el profe con el propósito de motivar al alumno-. Dígame cómo estudia.
-Y leo, profe, como voy a estudiar.
-¿Repasa o no? A que cierra los libros y se va con los caballos. Casimiro, cuando termine de leer un texto pregúntese qué le dejó, descubra conceptos que le parezcan claves, revise si le faltan elementos a sus definiciones. Repita algunas ideas en voz alta, intente decir la definición de distintas formas dos o tres veces. Piense en el docente, en cómo evalua, qué le interesa y sobre todo siga luchando.
Hasta las últimas clases del año lectivo que pronto llegaron Artemio medía al Pampa.
-¿Qué rinde hoy?, decía.
-Geografía e historia, profe.
-¿Por qué se extinguieron los dinosaurios? -preguntaba el docente.
Con esfuerzo y como un abuelo cascarrabias contestaba Casimiro. Y el profe lo volvía a “hostigar”. Incompleta su definición, a su definición le falta algo, jovencito, no termino de entenderla.
-Pero, profe, bueno…hago lo que puedo.
-Estudie más y no se enoje, haga las cosas, más vale.
Así siguieron en un tire y afloje docente y estudiante hasta fin de año.
Una noche, cerca del día de la Virgen, el profe Artemio entró a su Face y vio con sorpresa un mensaje. Era de Casimiro.  
-Por fin ninguna a rendir. ¡¡¡¡Estoy muy feliz¡¡¡¡
El docente se emocionó también y pensó en los gajes difíciles pero muchas vez hermosos del oficio docente. Rescató en silencio muy en su interior, en su corazón, el temple de ese estudiante que de vez en cuando cruzaba en la Facultad donde se miraban con una sonrisa cómplice. Uno iba de boina, el otro de gorra, como buenos criollos que eran. 
Tristán Pérez