La consigna fue trabajar con animales, en sentido literal o figurado,
según se prefiera interpretar. Esto fue lo que presentaron Anabella y Viviana D. F.
¡Cuidado! Bebé suelto
Por Anabella
Había una vez en una calle de Nueva York el majestuoso portón del zoológico y un niño de corta edad, quien “gatunamente” gato se metió en el inmenso parque. Sin ningún temor enfiló como pato a la laguna hacia la jaula de los monos. Como una ratita sagaz y divertida se escabulló entre reja y reja hasta llegar al lado de mamá gorila quien gigante y a la vez amorosa lo tomó entre sus brazos y lo acunó hasta que ambos se quedaron dormidos.
Vigilantes perros de presa, los observaban y sin más ni más trataron de atrapar al niño para llevárselo.
Mamá gorila, elefante, poderosa y enojada los tomó por el cuello, les pegó un sacudón arrollador dejándolos inertes... avestruces escondiendo la cabeza, tan doloridos que no podían salir del gran golpe...
La gorila con un beso liberó a bebé suelto en N. York y lo invitó a seguir con sus andadas.
Día Mundial del Medio Ambiente
Por Viviana D. F.
El invitado pisaba fuerte como un elefante y ni te cuento cuando comenzaba a decir que Córdoba había matado 80% de vida entre bosque y pastizales nativos. “Barritaba” estruendosamente dirigiéndose a los ambientalistas, que a esta altura eran los patos de la boda.
El representante de Defensa Civil, apodado “pato criollo”. El ingeniero... cada palabra del biólogo lo dejaba más como avestruz que perro defendiendo un hueso. Y al momento de contar sobre el desmonte de nuestras sierras aparecieron los grandes gatos aulladores; pero en celos por la forma en que lo miraban, queriendo comérselo de un zarpazo.
En fin, el Dr. Biólogo Raúl Montenegro, premio Nobel en Ambiente (Estocolmo, Suecia) nos dejó ver que somos un gran zoológico destruyendo nuestro ecosistema, matando cuencas naturales y para rematar la charla debate nos dejó ver: Y encima se están peleando por la bendita soja, eso mismo la matará en corto tiempo.
Mirá qué simple era
En su cuento “Lo que se dice un ídolo” [1], Roberto Fontanarrosa habla de Pedrito, futbolista que no llega a la estatura de ídolo hasta que baja de su condición inmaculada. El final es un lujo, no sólo por cómo está escrito, sino por la maestría con que el polifacético rosarino entiende la singular sociología futbolera de nuestras tierras:
“Pero no podés ser ídolo si sos demasiado perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio... ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna? No, mi viejo. Decí que el Pedrito se apioló tarde de cómo viene la mano”.
Años sobre años
Por Agustín Balmaceda, IPEM 252
Teodoro es un hombre de cuarenta años. En su infancia tenía un arrojo impresionante y se puede decir que era bastante burdo con sus compañeros de escuela. Así se pasó la infancia sin cambiar en nada. En la adolescencia ya fue distinto porque él ya tuvo su primera novia, ahora ya era algo impávido, es que había crecido. Fueron momentos buenos de su vida porque salía con sus amigos, hacían asados y con unas cuantas copas arriba volvía a su casa muy tarde y aguantaba toda la noche sin velar. A su novia la tuvo a los diecisiete y a los veinte se peleó porque la chica se enteró de que había estado con otra. Después de haberse peleado con ella pudo conseguir un buen trabajo en una empresa, pero duró pocos años porque en una crisis la empresa comenzó a despedir empleados, entre ellos Teodoro.
Teodoro cumplió 38 años y se sentía por dentro pétreo, pero a la vez con mucha reciedumbre. Hasta que sufrió la muerte de su querido amigo Juancho; Teodoro se sintió como un bosque umbrío, se volvió un poco exacerbado, pero él se dijo a sí mismo que debía ser férreo y debía tener mucha tenacidad para seguir adelante. La vida le cambió un poco cuando la jubilación le llegó. El tenía poca mansedumbre y era poco solícito con sus cosas; era gélido con su familia ya que ellos se aprovechaban de su opulencia cuando cobraba su jubilación. El empezó a hacer hincapié en que se puede cambiar, a pesar de las cosas que traiga la vida.
Expectativa
Adrián Ramírez espera una respuesta. Algo le dice que será favorable. Sus deseos no tienen demasiado que ver con su pronóstico; en otras palabras, cree que le dirán que no.
Mira el correo electrónico como antes se fijaba en el buzón. No es la única constante ni el único cambio.
Ayer, y cuando había dejado de esperar, la carta apareció. Encima Boca le ganó esa noche a San Pablo. Pocas situaciones así de jubilosas.
Siguieron diálogos, ascensos, miedo y descenso, lamento respectivo, nuevo intento, sensación de cumbre y certeza de cuesta abajo.
Hoy fue distinto. Ya quemó las naves. Sólo espera. Solo espera.
Qué lástima, Andrés
Desde un práctico sobre vocabulario, Noelia Aguirre (IPEM 252, Río de los Sauces)
escribió este relato y el próximo
Nunca pensé verlo en el nosocomio con un tiro en el pecho. Andrés sabía que en ese tipo de cosas no se tenía que meter. Dos meses atrás, lo empecé a notar un poco distinto y por eso empecé a indagar. Un sábado lo invito a ver una película a mi casa, él me dijo que no podía, que tenía que trabajar, entonces lo dejé.
Preocupada por mi amigo, no me podía quedar con los brazos cruzados y decidí seguirlo. Agarré las llaves y me fui en el auto color ocre que saqué con un crédito. Lo seguí y lo vi entrar a un garito. Como no lo podía creer, decidí volver a mi casa.
A la semana, me llama con voz de preocupado, pero bien disimulado y me pide mi casa para tener una cena con una muchacha muy apuesta. Le pregunté: “¿Y tu casa?”. El me respondió: “La están remodelando”. Entonces decidí prestársela. Era viernes y tenía que pagar la cuota del crédito del auto, cuando voy a buscar la plata en el lugar que siempre la dejaba, no estaba más. Empecé a tamizar todas las situaciones: garito, Andrés disímil poniendo de excusa a una muchacha y el latrocinio. Entré en coherencia y deduje que a mi amigo le gustaban las apuestas. Sentí empatía por él y por la situación en la que estaba. Quise hablar con él. Lo busqué por todos lados menos en un lugar, ese local tan festivo difícil de olvidar.
Entré, lo vi ingiriendo un barbitúrico muy fuerte, sin pudor, en estado de júbilo. Me dio un gran hastío. Me acerco un poco más y lo veo jugar al póker con un hombre muy adinerado. Tenía una cinta roja en su muñeca como superstición. Me pongo a su lado y le susurro cerca del oído: “Te haría falta ubicuidad, ¿no? No sabía que ahora te dedicás a hacer negocios veladamente”. Andrés dijo: “¡No me molestes!”. Siguió jugando y le ganó mil pesos a su contrincante. Enojada, me voy de ese lugar. Llegué a mi departamento sorprendida por la raigambre de mi compinche. Para tranquilizarme, me acuesto a dormir. A las 6.25 llama la mamá de Andrés comentándome lo que pasó. Y bueno, acá estoy. A la hora nos informan que mi amigo fallece.
Luis espera novedades
Era un tipo muy trabajador. En el amor era muy solícito y tenía el arrojo de decirle a todo el mundo que la amaba. Así fue Luis por muchos años.
Un día fue a trabajar y se encontró con su enemigo, un hombre pétreo, burdo, con mucha tenacidad, que era su supervisor. Pero Luis, un señor con muchas connivencias, no le daba mucha cabida, no se iba a rebajar como él. El día no había terminado, todo iba de mal en peor. Lucía, su novia, le comenta que conoce a un hombre increíble, que por él ya no sentía más nada y hacía hincapié en los sentimientos de ella. El hombre, con muchísima mansedumbre pero impávido por la situación, respetó su decisión.
Tras todo lo que pasaba, Luis renunció a su trabajo, a ver la cara de ese hombre gélido y férreo. Decidió emprender una nueva vida. Sin empleo, sacó reciedumbre de donde no tenía. Buscó y buscó trabajo, días velando, hasta que encontró un puesto como supervisor en una empresa metalúrgica. Recordó al hombre umbrío y despectivo que lo supervisaba a él. Se rió y aceptó. Años después se enteró de que el supervisor, su enemigo, había fallecido. Conmocionado por lo sucedido, y como muestra de su respeto hacia él, fue a su velorio. Cuando fue a saludar a la viuda, se dio cuenta de que era su novia Lucía. Sin exacerbar, le dio su sentido pésame. Volvió a su casa. Lo llaman por teléfono de su empresa y le dicen que tienen que ir a buscar la documentación para tramitar su jubilación y le aseguran que poseería una gran opulencia.
Traslado y después
Eugenia Arias también hizo el trabajo práctico
Estaba en pareja hacía cuatro años. Mi novia era díscola y le gustaba mucho la jarana, cosa que a mí no me resultaba indispensable pero a pesar de esto, de mi terquedad y ser algunas veces untuoso, yo sabía que ella me quería y lo supe realmente cuando me tuve que mudar a otra localidad a varios kilómetros. Ella se ofreció a acompañarme. Me sorprendió esa actitud de hidalguía, pero la rechacé presentándole varias argucias. Ella se mostró muy condescendiente ante mi decisión.
Después de varias horas de viaje llegué a destino, me hospedé en casa de mi tía, que era una misántropa, es por eso que me vigilaba constantemente.
Comencé a trabajar con mucho facilismo, a mí me encantaba exteriorizar todo lo que hacía, muchos comentaban que tenía un gran bovarismo, aunque yo no lo creía así.
Cierto día recibí una llamada de mi novia para avisarme que vendría a visitarme. Yo me puse muy contento y al día siguiente fui a buscarla a la terminal, tuvimos un feliz encuentro.
Una semana más tarde, sorpresivamente llegó mi suegra, ella me trataba con cierto ostracismo porque no podía creer que su hija hubiera puesto sus ojos en mí. Ella solía ser restrictiva, me refiero a que me prohibía que tocara a su hija delante de ella. Por eso decidí darle un veneno letal. Al caer muerta al suelo, llamaron a la policía, que llegó enseguida, trayendo un notario enviado por el juez. Algo con gran verosimilitud había ocurrido y fue de boca en boca con grandilocuencia.
Salir a caminar
Otro texto de Eugenia Arias
Esa mañana iba caminando por la vereda cuando pasé al frente de la casa de un amigo, golpeé y no atendió nadie, decidí entrar y ahí estaba... tirado en el suelo, inconciente. Enseguida lo llevé a un nosocomio, donde me informaron que se había tomado un barbitúrico. Traté de indagar un poco recordando...
Juan era adicto a las apuestas, la mayoría de las noches las pasaba en un garito ocre. Se presentaba siempre con gran júbilo, sin ningún tipo de pudor. A veces sufría grandes hastíos y otras cometía enormes latrocinios.
Supe por boca de terceros que solían maquinar veladamente en su contra, debido a varias disimilitudes.
Varias veces le hablé con coherencia y cierta ubicuidad, tratando de convencerlo de que se alejara de las apuestas, pues yo sentía empatía por lo que le ocurría. También sabía que trataba con gran ahínco de alejarse, pero parecía como si alguna raigambre lo uniera a ese sitio.
Esa mañana antes de ir a su casa tuve una tremenda superstición pero jamás pensé encontrar a mi amigo tendido en el piso.
Se estaba debatiendo entre la vida y la muerte, los médicos decían que le quedaban muy pocas horas de vida y así fue... murió por la desesperación de no encontrar la manera de su adicción. Nadie lloró por él, todo siguió siendo festivo como siempre. Yo fui a tamizar algunas cosas a su casa y continué mi vida normal.
[1] Fontanarrosa, Roberto. En Puro Fútbol. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2000.