El propósito estaba tan claro que había que ser muy distraído o llegar de otro lado para no advertirlo.
Al tercer día, Julio estuvo al tanto de la lógica de la oficina. Pasó de la ignorancia al conocimiento y de allí al desasosiego. Recordaba a Esteban, el personaje de Luis Brandoni en “La Tregua” y se reflejaba en ese pesimismo ante el sombrío futuro: tenía seguridad económica, también certeza respecto de lo que sentía por la tarea.
Conversaba y escuchaba comprensión. Hacía catarsis, la misma que habían dejado de hacer sus compañeros años atrás.
“Es así el sistema”, lo consolaba Omar, uno de los empleados de mayor antigüedad. El alivio duraba poco. No aspiraba a florecer todos los días, asumía que eso era tilinguería. Tampoco lo contentaba sonreír sólo una vez al mes.
Al cuarto año sus cavilaciones se espaciaron.
A los veinte años le dieron una medalla y se emocionó al recibirla.