Walter Erviti firma un contrato para continuar cuatro años en el club donde actúa. En ese momento, agosto de 2010, es dirigido por un entrenador que lo había apoyado cuando un control antidoping le dio positivo. Julio Falcioni se va del club. El futbolista declara que con él iría a la guerra, aunque su cabeza está puesta en Banfield, tal lo declarado al diario Olé.
Semanas después, Erviti asevera que es tensa la relación con el presidente de la entidad y que nada tiene que ver en esto la chance de pasar a Boca.
A fines de 2010, la vacante en la dirección técnica xeneize fue simultánea a un entredicho de Falcioni con Portell, presidente de Banfield.
Alguien puede considerar que Boca procura su sol a costa de tormentas ajenas.
También es dable evaluar que si solo contratasen a los que estuvieran libres, los clubes incorporarían no futbolistas o alineadores deseables sino, en general, a quienes son descartados.
Con sensatez, Erviti estima que su pase no vale 4 millones de dólares, cifra que trascendió desearía Banfield. Agrega que no lo consultaron ante una oferta de 2 millones que según Boca se efectuó y, a estar del presidente del Taladro, jamás se formalizó.
Caer encima de Portell es fácil, como lo resulta criticar a los poderosos -al ser minoría, fustigarlos es hacerse de muchos votos. Ahora bien, si el hombre escucha el clamor popular para retener a las figuras se enfrenta con ellas, que buscan horizontes más tentadores. Si consiente el deseo de los futbolistas y los deja irse, sabe que numerosos fanáticos lo repudiarán. Ni qué hablar si aparte de aceptar la partida de jugadores emblemáticos viene de perder al técnico bajo cuya conducción el club ganó el único campeonato de su historia.