10/1/11

Un reconocimiento a "Nosotros y los miedos"

"Nosotros y los miedos" fue uno de los ciclos televisivos de comienzos de los ochenta que se ganó un lugar en la memoria y en el canal Volver.
Dirigido por Diana Alvarez, sabía mantener la atención y disparaba finales propios de películas de Alfred Hitchcock con el valor agregado de historias de vida que representaban periodos y capas sociales diversos. Un ejemplo fue el episodio en el que Graciela Duffau encarna a una mujer adulta que estudia declamación y se cree talentosa desde que la consagraron Reina de la Papa. Es lo único que hace. No se plantea cambiar de ocupación, tampoco suponer que no es lo virtuosa que se imagina.
El personaje de Víctor Laplace le formula preguntas al tiempo que finge retratarla. Poco a poco -sin la velocidad absurda que el final dulce tras una hora impone a series como Felicity- se conoce a esta mujer soltera. Se descubre que había sido amante del padre de ese pintor ávido de información. El destino, o el sexo, quiso que el hombre muriese en la casa de ella durante una de sus visitas. El resto lo puso el control social informal; dar a conocer un amorío hace décadas en la Argentina era colgarse un cartel de indecencia, razón por la cual la mujer había enterrado a su pareja clandestina en el patio de la casa y desde entonces deambulaba en su universo enajenado.

En otra edición, Nosotros y los Miedos desplegó el drama de un hijo cuyo padre lo quiere sí y solo sí vive como él impone. Ricardo Darín (Jorge) padece porque Aldo Barbero (papá Enrique) le marca los pasos para que la editorial siga siendo de la familia. Graciela Duffau, tía de Jorge en la ficción, dialoga y trata de ayudarlo a que sea él mismo mediante expresiones relativas al padre tales como "Te quiere de la peor manera" y "te está sacrificando".
Enrique explicita su egocentrismo tras un partido de tenis con su hijo: "Sos casi tan bueno como yo".
A la vuelta de muchos nudos en la garganta, Jorge entra en la temida oficina. La factura es de alta calidad, como la música de Alejandro Vezzani y Horacio Thoni y demás aportes a la serie. Una síntesis, a continuación:
-Parecés un escolar en la dirección; que no se diga, che -le apunta el padre al hijo, que está de pie.
-Voy a dejar la editorial, papá -replica Jorge, que se pasa la mano derecha por la cabeza antes de agregar: "Te pido que me disculpes. Sé que es una gran desilusión para vos".
-Es mi culpa, estás bajo presión -señala Enrique, que atribuye la medida al ajetreo por la organización de la llegada de un afamado novelista-. Tomate estos dos días que te quedan. Te va a reemplazar Federico.
-No, pero papá...
-Pero nada, hijo, absolutamente nada. Así como te presioné una vez, ahora te exijo que no hagas absolutamente nada. Andá tranquilo, tenés que distensionarte. La empresa Cosmos tiene grandes planes para vos.
Jorge sale de la oficina. Se toma la cara con sus manos. Su mirada apena.
El día de la despedida del reputado escritor que no escribía (Rodolfo Ranni se luce como chanta), Jorge busca apoyo en su novia, que trabaja junto a él y vive la placidez de la riqueza sin pensamiento desde la magistral interpretación de Ana María Picchio. Hablan a solas:
-¿Puedo contar con vos?
-Sí.
-¿Para cualquier cosa?
-Sí.
-Quiere decir que estás dispuesta a perder todo el privilegio. Me voy de la empresa.
-Estás loco.
-Quiero empezar a ser yo mismo.
Sin respuesta favorable, Jorge irrumpe en la sala contigua, donde se desarrollaba la gala de la editorial. Entre las palabras al padre sobresalen: "Cada vez que me dijiste 'charlemos' fue para tener mi silencio" y "contales cómo acabás de perder un hijo".
En la escena final, el muchacho sale de la casa en busca de aire tras haberse sacado de encima años de una mímica que lo ahogaba.